Geopolítica peronista: intereses y humanismo

Por Pablo Papini*

En Días Malditos. Desde los bombardeos a la Plaza de Mayo hasta la caída de Perón, el último libro de Mariano Hamilton, se evoca un diálogo del anochecer del 27 de junio de 1955 entre Juan Domingo Perón y José Ber Gelbard, ministro de Economía del general dieciocho años más tarde, entonces titular de la Confederación General Económica. El empresario le comentaba un artículo de The Wall Street Journal en que se ponderaba al gobierno. Caracterizaba al presidente que sería derrocado meses más tarde como defensor del aumento de las inversiones norteamericanas y de mayor intercambio comercial entre los dos países y destacaba que las colocaciones de firmas de aquel país en el nuestro estaba, desde 1953, apenas cien millones de dólares por debajo del invertido en su vecina República de México.

Perón, tras bromear al respecto («La pucha… me elogian los gringos. No sé si ponerme contento o enojarme»), cerraba la charla con una pregunta a su interlocutor: «Si el diario dice eso y están tan contentos, ¿me explica por qué me quieren voltear estos gringos de mierda?».

Gelbard, asegura Hamilton, no pudo contestarle. Carecía de respuesta.

Uno de los grandes interrogantes alrededor de los cuales circulan los debates sobre el justicialismo radica, precisamente, en la aparente inconsistencia entre el éxito que alcanzan los empresarios durante sus ciclos, que no parece bastarles para evitar el sistemático rechazo con que lo tratan. Del mismo modo, Estados Unidos bien podría haber articulado con Perón a partir de su funcionalidad como dique de contención de eventuales avances comunistas, que en aquella época era una amenaza real (hoy, en cambio, es apenas una fantasía disparatada).

Emmanuel Álvarez Agis le contó a Pedro Rosemblat, días atrás, que la petrolera norteamericana Chevron, que comenzó a operar en Vaca Muerta en 2013, recién pudo sacar el primer dólar de Argentina nueve años más tarde. El acuerdo, gracias a lo que aquello fue posible, lo guiaba un espíritu similar al del RIGI, que impulsó en 2024 Javier Milei en la ley de bases. Pero no tan concesivo: lo demuestra el dato que informó el exviceministro de Economía de Cristina Kirchner, que pone en ridículo a varios justicialistas que quisieron ampararse en aquel antecedente para justificar su apoyo a la propuesta libertaria.

El actual gobierno vive, en buena medida, de Vaca Muerta. Que ha sido posible por acciones de dos gobiernos peronistas: la reestatización de YPF y el Gasoducto Néstor Kirchner. Lo explica bien el Fondo Monetario Internacional en el acuerdo firmado recientemente con la administración color violeta. Esto derriba varias presunciones: no hacía falta entregar tanto para desarrollar un sector productivo, en principio. Cediendo menos –sobre todo, en lo más sensible: remisión de utilidades-, en Neuquén se ha conseguido más. La lógica del RIGI es la de apurar procesos para que su consumación no se demore tanto como la del shale. No está sucediendo. Han ingresado proyectos poco significativos, ya anunciados –lo que, en los hechos, equivale a bajar impuestos, acentuando la regresividad- y todos en infraestructura -lo que expone el dramático costo de frenar la obra pública- y alrededor exclusivamente de YPF.

El periodista y analista político Nicolás Lantos es contundente en su diagnóstico sobre la política exterior de Milei: la juzga lisa y llanamente como inexistente. El presidente argentino, explica, ha vuelto al país pieza de un ajedrez ajeno. No gestiona el interés nacional, sino que colabora con Donald Trump en que el magnate custodie el de Estados Unidos. El libertario saludó el triunfo de su ídolo prometiendo ayudarlo con Make America Great Again. Para peor, no solo hace el papel de herramienta, sino que incluso desconoce por completo para qué es utilizado.

He ahí el punto. No importa cuánto ganen la potencia declinante y sus empresas. Si ese éxito se realiza bajo un diseño autónomo, de todas maneras, agredirán a su artífice. De lo que se trata, simplemente, es de que aquel que deba subordinarse no procure impugnar ese dictamen. La sola aspiración a ello, la incerteza a la que conduce a quienes las exigen, lo hace sospechoso. El general tres veces presidente decía que la víscera más sensible del hombre es el bolsillo. Pero eso no aplicaba para una nación cuya geopolítica se caracteriza, como también él mismo sentenció, precisamente, por su deshumanización. El peronismo, pues, solo es posible en un marco opuesto: humano. Lo que, por tanto, debería constituirse ineludiblemente en eje rector de su arquitectura global de alianzas. Con cortejar intereses, se vio, no alcanza.

* Por Pablo Daniel Papini (abogado).

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