León XIV, las fuerzas del cielo y el neo-blanqueo

Por Eduardo Sartelli *

Como ya se sabe, habemus Papa. Un yanqui de Chicago, cercano a Francisco, que eligió, como nombre León, el XIV en la fila. Su antecesor, León XIII, fue el que llevó a la Iglesia al final de un largo recorrido: su adecuación al capitalismo como amortiguador de las consecuencias de la explotación social. Una línea que arranca con San Cayetano, allá por el siglo XVI: el mundo sería mejor si los ricos se auto-limitaran y los pobres renunciaran a la violencia para conseguir lo que necesitan. El orden social como tal no se cuestiona más que en sus consecuencias. Tratando de comprender las rerumnovarum, es decir, las nuevas cosas que trae la lucha de clases, León XIII encontró un lugar para la Iglesia en el interior de la nueva sociedad, que le da sentido y le permite construir poder, aprovechando los vientos que azotan una sociedad regida por un juez implacable, el mercado. Frente a ese dictador inhumano, el humanismo cristiano. A partir de allí, tibios reformadores sociales se alternaron con feroces anti-comunistas. Francisco llegó para cerrar el último ciclo reaccionario, el que inicia, con mucho éxito, Juan Pablo II. Está por verse si el ciclo “progresista” del primer papa no europeo de la historia se acaba con él o tiene, como parece, continuidad.

¿Por qué importa esto en un análisis de la economía mileísta? Porque nos lleva al campo de la política, donde Milei obtiene los éxitos reales que le permiten emparchar un fracaso económico tras otro. En sentido estricto, Milei no tiene otro plan económico que escapar para adelante a la espera de que el futuro lo alcance: cuando el ingreso abundante de dólares permita sostener “naturalmente” un dólar recontra bajo, la importación masiva destruya el capital sobrante por ineficiente y la estructura productiva argentina se simplifique al punto que solo quede aquello que se sostenga solo. Es decir, la dictadura plena y pura del mercado. Cuando afirma que no es necesario tener reservas en el BCRA, confirma esta perspectiva: si hay un shock externo, la economía local ajustará; se volverá a expandir cuando sea posible hacerlo. En el medio, nada. La gran ilusión del presidente es que esto es lo que “la gente” quiere. Dicho de otro modo: este león no necesita de aquel León.

Milei ha logrado dominar la vida política argentina no por sus logros económicos, que son dibujos en papel viejo, sino porque no tiene nadie enfrente, ni política ni socialmente, y porque ha establecido un alineamiento salvador con Donald Trump. Esto le ha permitido conseguir los dólares necesarios para anclar los precios mediante la sobrevaluación del peso y realizar un ajuste brutal. En buena medida, también, la situación no estalla porque esta descarnada visión de la vida no fue desplegada a pleno todavía. Hacen falta importación a full y destrucción a gran escala de la Argentina “que sobra”. Si no se hizo no es porque no se quiso, sino porque no hay dólares suficientes para abrir la canilla a tope. Todo lo que pudo comprar en la primera parte de 2024, se le fue en el pago de deuda y, luego, en el sostenimiento de una paridad absurda. Con el blanqueo ganó tiempo, poco, y llegó el FMI y su préstamo salvador. Pero no parece que alcance. El riesgo país no baja y evitar la traslación a precios, es decir, presionar la divisa al borde inferior de la brecha, presupone más ingresos que los muchos que hoy por hoy está liquidando el campo, un 30% más este abril en comparación con abriles anteriores. Por eso Caputo se desespera por encontrar la fórmula que permita lanzar un “blanqueo 2.0” y sobrevivir “con la nuestra”.

En sentido estricto, este deseo de blanquear lo no blanqueado en el súper blanqueo que acaba de terminar, es una confesión de derrota: el blanco no alcanzó sino a una porción menor de la sábana.¿Vamos por todo? El problema es que no hay ningún incentivo para tal cosa. Los argentinos ahorran en dólares. Ese “ahorro” esconde, en realidad, dos operaciones distintas: inversión y atesoramiento. Buena parte de la economía argentina, casi la mitad, está en negro. Una parte nada despreciable de los dólares “del colchón” están allí. Mejorar la operatoria en divisas no va a hacer que los argentinos vayan al chino a pagar en moneda del país de Don León, el Catorce, una bolsa de papas fritas y un pack de papel higiénico. Los autos y las casas siempre operaron en dólares. Y muchos de esos ladrillos ni siquiera están en el país. Lo que no está en inversiones fuera del circuito legal está “atesorado”, es decir, fuera de todo circuito. La gente atesora dólares, es decir, los saca del sistema por completo, aunque no percibe ningún ingreso por esa tenencia. No lo pone en los bancos por razones obvias. Pasarlo a algún tipo de inversión como las que mencionamos, no requiere ninguna modificación en la forma de operar.

Todo esto lleva a la pregunta de fondo: ¿por qué los argentinos invierten en la economía informal, fuera del país o directamente atesoran? La respuesta es sencilla: porque en la Argentina no hay ningún negocio en blanco medianamente seguro y rentable, salvo para grandes capitales y en ramas muy específicas. Por si fuera poco, las crisis recurrentes han creado una desconfianza que limita el atractivo de cualquier instrumento para absorber esos ahorros. Probablemente Caputo se conforme con monetizar el mercado con moneda verde. Pero si la inflación es un fenómeno monetario, aumentar la masa de circulante llevaría los precios para arriba. Porque más moneda naranja o verde, es simplemente más moneda. Que es, precisamente, lo que estamos viendo: inflación en dólares. Eso es lo que hace, por otra parte, que el plan “movilizador” de ahorros del gobierno no funcione: es absurdo usar los ahorros, por ejemplo, para comprar autos o electrodomésticos disparatadamente caros en divisas. Empujar el dólar a la base de la banda cambiaria conspira contra ese objetivo. No, si se abre la importación plenamente. Pero eso simplemente llevaría a gastar los ahorros y el tesoro de los argentinos en trabajo extranjero. Es decir, fiesta hoy, miseria mañana.

Puede ser que un ingreso masivo de capitales, como en los 90, la minería y Vaca Muerta recreen el equilibrio externo. El “neo-blanqueo” sería, entonces, otro puente (y van..) hacia esa realidad idílica que llamamos Belindia. Pero gobernar Belindia requiere mucho más que promesas. Supone que la gente “aguanta” porque es “exactamente lo que votó”. Menem, que duró una década, vio el ascenso del movimiento piquetero y zafó del 2001 solo porque se fue antes. En esos convulsionados ’90 renació una iglesia que había estado muy comprometida con el Proceso Militar, una iglesia “de los pobres”. Uno de esos renacidos fue Jorge Bergoglio. Un recordatorio de que Milei, puede, tarde o temprano, necesitar de aquel León, cuando tenga que enfrentarse a otras fieras, ciertamente mucho más peligrosas. Las únicas que pueden pensar un país sin pobres y sin caridad, sin leones ni Leones.

* Por Eduardo Sartelli (Vía Socialista).

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