«La historia de la humanidad, entera,
es la historia de un crimen«
Chantal Maillard
Piensan al borde del error. Utilizan categorías políticas para analizar a una persona que se llevó la presidencia por delante sin haber ni imaginado que eso pudiese ocurrir. Y zurcen vetustas estrategias corporativas para enfrentar, con un herramental oxidado por el desuso, al nuevo fenómeno argentino.
No todos, claro. Hay muchos que andan al salto por un bizcocho y le piden (le ruegan, le imploran) que los orine… pero poquito, así pueden arrojarse a sus pies sin lastimarse demasiado el ego. Obvio que no lo hacen gratis. Seguramente figuran en la nómina de los mismos que han encontrado en Javier Milei el instrumento idóneo para cometer sus mayores crímenes sin pagar consecuencias.
Porque cuando todo caiga, cuando el derrumbe sea estrepitoso y la sociedad alce su voz para quejarse, explicarán que no tiene la culpa el neoliberalismo -el anarco capitalismo y todos los eufemismos que se les puedan ocurrir para nombrar al viejo conservadurismo violento y ladrón-. Fue «el loco», «un error del pueblo que eligió a un desquiciado para hacer reformas que son necesarias», y accionarán contra la persona: siempre tienen un chivo expiatorio a mano. Lo digo y viene a mi memoria María Julia Alsogaray saltando de las pieles a la condena, de estar presa a finalizar su vida con un cáncer de páncreas, recorriendo los oscuros pasillos de Comodoro Py.
Toda la dirigencia política (la vieja, la nueva, la peronista y la antiperonista) ha caído en la trampa que ellos mismos pusieron hace tiempo, cuando declinaron la gestión del Estado para obedecer a los dioses del mercado. Pasa que se olvidaron dónde estaba y pisaron el palito: un empleado del montón, un amanuense, inflado por esos mismos medios a los que hoy ataca, portador de una personalidad que suma obsecuencia/perversión/ambición/ignorancia, se volvió el arma mas perfecta para destruir 200 años de construcción histórica e institucional. Que sólo de eso se trata. Ese es el sueño húmedo de los mercaderes del templo: un mundo sin ninguna construcción política que sea utilizable para equilibrar fuerzas, para mitigar su poder destructivo. La derrota del Leviatán hobbesiano; la ley de la selva, que le dicen, ¿vio?
Los dirigentes (salvo contadísimas excepciones) están jugando al truco con reglas del ajedrez, sobre un tablero de backgammon. Se equivocan. La negociación, el consenso, son artilugios con fecha de vencimiento. Han caducado las viejas prácticas. Milei, al igual que Macri, son capaces de vender a la madre… sólo que Milei no te la entrega. ¿Qué están tratando de negociar, entonces? ¿Qué quieren decir cuando sostienen que “hay que darle al Presidente los instrumentos para gobernar”? ¿Qué buscan con la asistencia perfecta a reuniones con funcionarios que no están habilitados por el jefe de Estado a negociar nada? ¿Cuántas pruebas necesitan de que, de verdad, los van a mear (o a cagar, quién sabe)?
Forros. La traición de Osvaldo Jaldo, gobernador de Tucumán, costó 36.000 millones de pesos. Baratito, casi una ganga. Sobre esa traición, el gobierno deslizó -en apenas tres meses- un superávit fiscal de más dos billones en enero ($ 2.010.746 millones) y más de un billón y cuarto en febrero ($ 1.232.525 millones).
Esto significa jubilados hambrientos (perdieron más de 30% de su poder adquisitivo), 25% de caída del salario de los trabajadores, enfermos sin medicación (se han muerto ya varias personas por no acceder a los remedios que les daba el Estado), comedores y merenderos que no reciben alimentos, una inflación que se ha disparado a más de 70 puntos acumulados en el primer trimestre y hasta una epidemia de dengue con 120.000 contagiados y un centenar de muertos.
Una verdadera tragedia social. El horror en su expresión más cruda. La crueldad expuesta de la manera más explícita. Porque si algo queda claro es que no les importa nada. Cómo si fuesen un hato de psicópatas, andan por la vida sin la más mínima muestra de empatía. Haciendo gala de una ferocidad que ha llevado a que una mujer que es ícono, una verdadera diva como la señora Mirtha Legrand haya confesado que les teme. “No quiero hablar más de este gobierno porque después toma represalias”, admitió en una entrevista.
Ignorancia. Venganza. Saña… El Horror. Ese del que hablaba el Coronel Kurt, mítico personaje representado por Marlon Brando en “Apocalipsis Now”. Contaba: “Nos internamos en un campamento a inocular niños. Dejamos el campamento después de haber inoculado a los niños de polio y un hombre viejo vino corriendo hacia nosotros. Estaba llorando, no podía ver. Volvimos allí y ellos habían llegado y… habían amputado cada brazo inoculado. Estaban en un montón. Un montón de pequeños brazos”.
Kurt, en su monólogo, advierte que no se los puede combatir desde una lógica que no contemple sus métodos. O sea el horror.
Milei no es el enemigo de Kurt. Porque no tiene ni valentía ni capacidad de raciocinio. Pero sí la locura: va a dejar un montón de jubilados, de enfermos, de niños hambrientos apilados en el centro de la memoria de un país que va a terminar detestándolo y, probablemente también, pidiendo su cabeza… que por algo se juntó con la nieta de Solari Parravicini quien, entre sus predicciones, vio a un presidente argentino colgado en Plaza de Mayo.
Ese país que, de todas maneras, no termina de entender que los bufones sólo existen para que el rey pueda ejercer su crueldad. Entonces, por acción o por omisión, termina avalando su propia desgracia.
Dijo, no hace mucho, «Bertie» Benegas Lynch: “Los lugares más calientes del Infierno están reservados para aquellos que, en tiempos de crisis moral, se mantienen neutrales”. Y tiene razón. Se equivocó apenas en dos cosas: la frase no es del Dante (no existe en la Divina Comedia) sino de John Fitzgerald Kennedy. Y los neutrales son, precisamente, los que negocian con Milei, no los que se le oponen. Los mismos que piensan al borde del error… o del horror.
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