Hace algún tiempo estaba buscando cosas nuevas para escuchar. Algo nuevo para sentir otra vez ese gusto de serotonina inexplicable, ese tipo de justicia divina de sentirse vivo cuando se descubre una buena banda. Un buen disco. Siempre pienso que hay una canción que está allí guardada, esperando a que uno la escuche. Lo mismo con un poema, con un libro.
Una noche antes de dormir, sin haber escuchado nada del músico, terminé leyendo la historia de Keith Jarrett y su concierto en Colonia. La cosa es que el artista venía con un trajín enorme por la gira europea, pero tenía pactada la fecha de 24 de enero de 1975, para dar un espectáculo en la entonces Alemania Occidental. Por contrato, Jarrett y su sello, habían solicitado un piano modelo Bösendorfer 290 Imperial. Su biógrafo, Wolfgang Sandner, cuenta que el músico tenía muchas manías a la hora de elegir salas y pianos. No solo existían estas costumbres que pueden, desde lejos, parecer exigentes, también si el pianista percibía demasiado ruido, o si veía una luz prendida, un flash de cámara, era capaz de retirarse y no tocar. Sandner explica que Jarrett, acumulaba constantes dolores de espalda que le impedían hacer su performance con tranquilidad. A esto se suma un error que cambia el camino artístico de Keith: los trabajadores del lugar subieron por error un piano distinto de un cuarto de cola pero de la misma marca. Dicho así nomás parece un dato menor. Pero no. Era un piano en desuso, que se usaba de sparring y que según testigos nunca había sido tocado para el espectáculo principal.
Por cuestiones de cansancio, Keith hizo algo que no se recomienda hacer, fue directo a tocar. Había aprovechado las horas muertas para descansar de esos horrorosos dolores de espalda, pero al llegar se da cuenta de otro horror. Era el piano equivocado. Enfrente suyo tenía un piano, mal afinado y sufrido, «se usaba para ensayos de coros, mal afinado, con agudos inservibles, un pedal derecho inutilizable y varias teclas de dudoso funcionamiento”, contaba el crítico y biógrafo Wolfgang Sandner. Nuestro músico está cansado. Cansado hasta musicalmente. Según algunas notas, el pianista era, al menos, efusivo cuando tocaba. Hacía un despliegue no sólo de talento, sino también corporal. Esta cualidad siempre me impresionó del jazz. No digo que otros géneros no sean así, para nada. Pasa que de un pianista, uno espera otra cosa. Calma, por ejemplo.
En una entrevista que le concedió a BBC comentaba «Cuando finalmente me llamaron para subir al escenario fue un alivio… ¡Voy a salir ahora con ese piano y a la mierda con todo lo demás!». Todo iba a salir mal.
Pier Paolo Pasolini tiene un poema que se llama Al Príncipe y dice «Si regresa el sol, si cae la tarde/ si una siesta de lluvia, parece regresar de tiempos demasiado amados/ jamás poseídos del todo/ ya no encuentro felicidad/ ni en gozar ni en sufrir por ello/ ya no siento delante de mí toda la vida/. Para ser poetas/ hay que tener mucho tiempo/ horas y horas de soledad/ son el único modo para que se forme algo/ que es fuerza/ abandono/ vicio/ libertad/ para dar estilo al caos/. Yo ahora/ tengo poco tiempo/ por culpa de la muerte/ que se viene encima/ en el ocaso de la juventud/. Pero por culpa/ también de este nuestro mundo humano/ que quita el pan a los pobres/ y a los poetas la paz». Me gusta mucho esta parte: “hay que tener mucho tiempo: horas y horas de soledad son el único modo para que se forme algo, que es fuerza, abandono, vicio, libertad, para dar estilo al caos”. En el libro interno del álbum triple Solo Concerts: Bremen/Lausanne, publicado en 1973, Jarrett escribió «No pienso que yo pueda crear, pero sí puedo ser un canal para la creatividad. Creo en el Creador, por eso, en realidad este álbum es una obra suya a través de mí, con la menor intervención consciente posible en el medio».
Contra todo, contra sí mismo, Jarrett se quedó en Colonia. No abandonó a la audiencia, no dejó tirada a la productora local que lo había contratado, no pensó en su espalda. Un hombre vencido frente a un piano vencido. ¿Por qué? Si cuento esta historia es porque es una de esas donde todo parece salir mal, pero no, sale todo bien. Me impresiona cómo alguien puede sacar provecho de una situación tan en desventaja, porque es mentira que todos podemos. ¿Cuánta soledad frente al piano habrá necesitado nuestro músico para tocar así? O mejor, ¿cuánta soledad necesita uno para enfrentar lo que tiene delante? La soledad también puede ponerle fin al miedo.
Nanni Moretti estreno Caro Diario en 1993, en una escena del documental, se muestran recortes de diarios del asesinato de Pier Paolo Pasolini, muchos recortes. Y Moretti dice: «No sé por qué, pero nunca he ido al lugar donde asesinaron a Pasolini» Después de esto, vemos al mismo director en su moto Vespa, camino al descampado donde murió el poeta. Una cámara lo sigue lejos. Moretti llega a destino, mira el baldío, un arco de fútbol a penas de pie, el pasto tan alto. Allí estuvo Pasolini, un hombre vencido que la muerte nunca pudo derrotar. Pasolini quien escribió “que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y, por lo tanto, pura; que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza”. Entonces la llanura y de fondo suena ese piano que nunca fue tocado, se escucha los dedos de Keith Jarrett.