Vuelve la guerra comercial

Por Lucila Martinez Pelizza*

Los bruscos cambios en la política comercial a nivel global anticipan un posible reordenamiento del sistema económico internacional. Detrás de esta nueva dinámica, se esconden tensiones estructurales que surgieron con más fuerza tras la pandemia de COVID-19, especialmente en torno a la calidad del empleo y el estancamiento salarial.

En Estados Unidos, la economía enfrenta desequilibrios internos de carácter redistributivo. Sectores industriales completos han quedado rezagados frente al avance del comercio global, lo que plantea un dilema de fondo para la política económica del país: ¿debería seguir priorizando precios bajos para los consumidores o resignar parte del consumo en favor de una estrategia de reindustrialización? A esto se suma la pérdida de autonomía productiva: hoy, Estados Unidos depende del exterior para insumos clave y bienes de capital.

En este contexto, la política arancelaria de la administración de Donald Trump marcó un punto de inflexión. Inicialmente, los aranceles se definieron según el déficit comercial que EE.UU. mantenía con cada socio. China fue el caso más notorio: sus productos pasaron de tributar un 19% a un 34%. Para la Unión Europea se impuso un 20%, Japón 24%, India 26% e Israel 17%.Sin embargo, más tarde, Trump sorprendió al anunciar una rebaja general al 10% en los aranceles “recíprocos” aplicados a países de todo el mundo, con una suspensión adicional de 90 días para aquellos que no adoptaran represalias. Según el mandatario, más de 75 países se mostraron dispuestos a negociar un nuevo esquema.

China, por su parte, respondió con una contramedida contundente: a partir del 12 de abril, los aranceles a productos estadounidenses pasarán del 84% al 125%, tras la decisión de Trump de elevar los suyos hasta el 145%. 

El impacto no tardó en sentirse en los mercados. Luego de una leve suba, los principales índices de Wall Street cerraron en rojo. El Nasdaq Composite cayó un 4,3%, seguido por el S&P 500 (-3,5%) y el Dow Jones (-2,5%). En paralelo, el índice VIX —que mide la volatilidad bursátil— saltó un 21%, cerrando en 41 puntos. Los bonos del Tesoro mostraron movimientos dispares: la tasa a 10 años subió 8 puntos básicos hasta 4,41%, mientras que la de 2 años bajó 6 puntos hasta 3,84%, ampliando el spread a 57 puntos básicos. El dólar, por su parte, retrocedió un 1,9%, cerrando en 101 puntos en el índice DXY.

Ganadores y perdedores

Los países con mayor productividad relativa suelen posicionarse como exportadores netos, canalizando sus excedentes hacia inversión real o financiera. China es un claro ejemplo: inicialmente apoyó su competitividad en bajos salarios, pero con los años redirigió sus superávits hacia inversión en tecnología y capital humano. Esto elevó su productividad y permitió aumentos sostenidos en los salarios.

En contraposición, los países con déficits estructurales en cuenta corriente —como Estados Unidos— se benefician de productos importados más baratos, lo que mejora su poder adquisitivo pero limita su capacidad productiva interna. Este sistema ha funcionado gracias a un factor clave: el rol hegemónico de Estados Unidos desde Bretton Woods. Su solidez jurídica y financiera lo consolidó como destino privilegiado del ahorro global, con una demanda casi ilimitada de activos en dólares.

Sin embargo, este modelo también tiene herramientas defensivas. Como Asia y Europa suelen evitar que sus monedas se aprecien —para proteger sus exportaciones—, Estados Unidos recurre a los aranceles. Al encarecer artificialmente las importaciones, limita la competencia externa y busca recuperar terreno para su industria local.

El Secretario del Tesoro de Estados Unidos ya venía expresándose públicamente en diversos medios sobre su postura frente al modelo económico chino. En sus intervenciones más destacadas, Bessent sostuvo que “el modelo comercial de China se basa en exportar, exportar y exportar, y eso es inaceptable”. En una entrevista con Bloomberg, Bessent fue aún más claro: “Están reprimiendo al consumidor en favor del sector empresarial”, afirmó, criticando el desequilibrio estructural del modelo chino y su impacto en la economía global.

La respuesta de China podría incluir una devaluación de su moneda o un recorte en las tasas de interés para contrarrestar los aranceles. Sin embargo, estas medidas también conllevan riesgos, como la pérdida de poder adquisitivo interno.

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Impacto en Argentina

Estados Unidos representa alrededor del 8% de las exportaciones argentinas. Según datos del INDEC a diciembre de 2024, el país mantiene un superávit comercial con Estados Unidos de 75 millones de dólares, mientras que con China arrastra un déficit cercano a los 900 millones. Con la aplicación de un arancel promedio del 10%, los productos argentinos enfrentarán mayores costos de acceso al mercado estadounidense. Los sectores más expuestos son los vinculados a commodities, como petróleo, aluminio, minería y algunas economías regionales.

En el plano financiero, la incertidumbre global provoca un clásico “fly to quality”, con inversores buscando refugio en activos seguros. Esta dinámica genera salida de capitales de los mercados emergentes, caída en los precios de bonos y acciones, y mayor presión sobre el dólar. Como reflejo de ese escenario, el riesgo país argentino trepó superando los 900 puntos básicos.

La política comercial estadounidense, más allá de su volatilidad, refleja un fenómeno más profundo: la transición hacia un nuevo orden económico global. Lo que está en juego no es solo el comercio, sino la redefinición del rol de las potencias, la sostenibilidad de los modelos de crecimiento y el equilibrio de fuerzas en un mundo postpandemia.

*Por Lucila Martinez Pelizza (integrante del CIEN)

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