“En la improvisación reside la fuerza.
Todos los golpes decisivos
habrán de asestarse como sin querer.”
Walter Benjamin
“Todo tiene un límite y Javier debe entender que no estoy dispuesto a obedecer ninguna orden de una vendedora de tortas de Instagram”, concluye un tuit de Mauricio Macri, pero no. Se trata de un fake firmado por un tuitero al que la jodita le costó la cuenta. Y, sin embargo… y, sin embargo, hay un montón de señales que indican que el niño Mauricio cree que ha llegado el momento y dirige sus cañones hacia la endeble fortificación de un Javier Milei que, a veces, hasta parece que quisiera ser volteado.
La estrategia es de larga data. Se pergeñó allá por los finales de la campaña, cuando «el Calabrés» advirtió que Sergio Massa crecía en las encuestas y se dijo: «Si este gana, el establishment foráneo y vernáculo va a jugar con él y tiene buenas posibilidades de desplazarme». Por eso instruyó, de inmediato, a sus empleados menores (como Juan «el Gringo» Schiaretti) para que no establecieran ninguna alianza con «El Marido de Malena». Resultado: Sergio ganó, pero le faltaron un par de puntos para consagrarse en primera vuelta y la noche misma de la derrota, Macri armó el «Pacto de Acassuso».
Con un desenlace disímil, claro, porque si bien negoció la inclusión de algunos de los «suyos», apenas pudo meter a sus enemigos íntimos: «Pato» -beligerante entre su rol de expresidenta del PRO y su condición de «Juanita la Pistolera»-; el «Toto de la Champions» -el Caputo menos cercano a Mauricio, hombre del staff de las finanzas internacionales si lo hay; y el cosplayer Luis Petri -una suerte de versión masculina de Lilia Lemoine-. El estipendio tuvo gusto a poco y motivó aquella sentencia que tuvo ecos a ‘Ndrangueta: «Yo te acompaño, Javier, pero creo que te estás equivocando».
Obvio que el creador del PRO ya había tomado sus recaudos. El primero, una alianza estratégica con Victoria Villaruel que, entre otras cosas, en medio de la campaña para la segunda vuelta, lanzó un espacio político propio, con logo y todo incluido. A las 17.30 del 14 de noviembre (faltaban cinco días para el ballotage) apareció en la esquina de Callao y Santa Fe rodeada de cientos de seguidores, vestida de rosa, portando delicadas pancartas con el isologo de una «V» violeta estirada hacia arriba que corona en una bandera argentina y, naturalmente, sin el candidato a presidente. «Ella es divina… toda clase», decía embelesada una señora sesentona al verla pasar mientras que un joven malencarado sentenciaba: «Se está cortando sola».
¿Por qué Villaruel? Porque a Mauricio los negocios de Argentina le tiran un poco de sisa (además de que gran parte del círculo rojo lo quiere mal) y sueña con el business internacional. Sobre todo el que maneja la derecha reaccionaria que ya ha sentado sus reales en varios países. Y para eso necesita un mascarón de proa femenino: como Giorgia Meloni en «Fratelli d’Italia»; Marine Le Pen en la «Agrupación Nacional» de Francia; Alice Weidel, que lidera el partido xenófobo y antieuropeo «Alternativa para Alemania», Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular y Rocío Monasterio, portavoz de VOX en la Asamblea madrileña. Mujeres para dar el debate sobre las cuestiones de género sin poder ser objetadas por sus sororas. Cuestiones de época.
La derecha muestra caras femeninas pero, sus negocios (no sólo de ideales viven las personas, y menos el político), los manejan los hombres como, por ejemplo, don Santiago Abascal en VOX. Ese rol quiere Macri para sí. Porque esos negocios, los lícitos, andan por las energéticas, las comunicaciones y… el futbol. Y Mauricio conoce de sobra esos campos de acción.
Por eso, ahora que Milei parece arrinconado contra su propia impericia y la dirigencia del peronismo brilla por su ausencia (en medio de la crisis económica y laboral, la sede del PJ permaneció cerrada en enero y su presidente, Alberto Fernández, estuvo hasta hace un par de días en España), Macri cree que ha sonado la hora.
No dice nada, pero da señales. Sus mascotas -que no serán los mastines de Milei pero son tanto o más peligrosos-, editorializan en su nombre. Joaquín Morales Solá, sin ir más lejos, el 21 de febrero pasado tituló su habitual columna «Un presidente injusto e hiperbólico», refiriendo a la desmesura en la violencia de los dichos presidenciales. En el canal La Nación+, el inefable Eduardo Feinmann criticó al mandatario por su pelea con Mariana «Lali» Espósito lo mismo que Jorge Lanata.
También hubo registros políticos sobre el tema: la Vicepresidenta se reunió con algunos gobernadores del NOA y, muy suelta de cuerpo les dijo: «Para ponerle límites a Milei, hablen con Macri«. La jugada más reciente fue la de Ignacio Torres (alias «Nachito» o «El Che de Chubut»), que se paró de manos por un dinero que el Gobierno nacional no giró a su provincia y amenazó con cortar la provisión de gas y petróleo, gesto que reunió a la casi totalidad de los gobernadores en su apoyo (salvo el tucumano Osvaldo Jaldo a quien, al parecer, le aseguraron que la suya estaba).
Ese berrinche (que terminó en la Justicia y con la transferencia de los fondos retenidos, of course) tuvo como antecedente una reunión del joven gobernador chubutense con Mauricio en Buenos Aires. Durante esa charla, de la que también participó Rogelio Frigerio, Macri habría pedido que cuiden los «territorios del PRO» en una clara señal de que está en su imaginario irse despegando de los libertarios. Su intención de volver a presidir el partido que fundó es otro de los datos a tener en cuenta.
Finalmente, la pelea tuvo todos los condimentos a los que ya nos tiene acostumbrados el líder de La Libertad Avanza: agresiones, memes en Twitter que hubiesen cancelado la cuenta de cualquiera que no sea socio de Elon Musk, acusaciones cruzadas, pelea, barro y un poco más de dunga-dunga. Detonó el acuerdo de Acassuso pero también implotó al PRO porque Patricia Bullrich salió presta en defensa del gobierno y, con la impunidad que la caracteriza, disparó: «En Chubut no vive nadie, hay nada más que un millón de guanacos». Torres le respondió que a él, Patricia, lo había usado. Parafraseando a don Raúl Alfonsín: «Un bidón de nafta, al incendio de la derecha, por favor».
Carambola, palito y tronera. La mesa está servida para que Argentina estalle. El presidente y su pandilla jalan la soga de la disolución empujando a las provincias a una suerte de sálvese quien pueda porque la idea del Estado-Nación es el gran enemigo del anarco-capitalismo y su intención de parcelar y entregar nuestro país. La derecha racional (si la hubiera) no quiere ir hacia el precipicio junto a Milei, salvo que sea para empujarlo. En esa probable rodada caerían también algunos de los que otrora jugaban en el PRO, cosa que a Macri le sale bárbaro.
El peronismo, por su parte, parece muy ocupado en sus propias cuitas y no termina de recuperar la institucionalidad suficiente como para agrupar a todos los peronismos en puja (provincianos y centralistas, progresistas y pejotistas, kirchneristas y ortodoxos), lo que le quita presencia a la hora de representar aquel espacio donde el pueblo solía resguardarse en otros tiempos.
Y, se mire para donde se mire, la cosa no aguanta. El ajuste brutal decorado con algunas rodajas de perversión como la de quitarle los medicamentos a niños con cáncer o dejar de enviar alimentos a los comedores y merenderos aún sabiendo que la pobreza ha alcanzado a más del 57% de la población dice que, en el rumbo elegido, la gestión Milei será muy difícil de sostener. Esta cuestión ha preocupado incluso a la número 2 del FMI, que hizo comentarios al respecto.
O sea: hay rumores destitución, de «golpe institucional», de «asonada legal», de empujoncito (no parece necesitarse mucho más) y, por primera vez en los últimos 80 años de historia, los comentaristas no podrá culpar al peronismo. O, en el peor de los casos, lo culparán por omisión.
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