Por Pablo Daniel Papini.-
El ángulo que se consolida como el que mayor cantidad de pistas ofrece para estudiar a Javier Milei es el de su obsesión por evitar que Mauricio Macri lo convierta en su nueva víctima. El presidente antikirchneriza cada vez más su discurso porque eso le unifica el voto del balotaje, pero, en los hechos, dedica sus mayores esfuerzos a repeler a su antecesor y a su más que probable plan de desplazamiento –o de acotación a rol meramente protocolar-. Hasta con Martín Lousteau -con quien el libertario y sus terminales mediáticas tienen una obsesión especial– y con Guadalupe Tagliaferri –del odiado Horacio Rodríguez Larreta- es capaz de acordar. En cambio, el titular de PRO milita la ley bases a cambio de nada.
Macri no tiene alternativa, porque debe agradar a los mismos sujetos. Está en una encerrona porque ahora el dueño de la lapicera que podría habilitarle más espacio de juego es quien ocupa su rol y se preocupa por no gastar tinta en el que podría moverle el piso.
Milei resolvió su trilema o trinidad imposible: la imposibilidad de contentar coincidentemente a su dogma fiscal, a quienes le prestaron los votos para la segunda vuelta de 2023 y al peronismo antikirchnerista, capaz de facilitarle trámites legislativos. O quizá, mejor dicho, empoderó a alguien para que despeje la ecuación. El interruptor de Guillermo Francos se colocó en modo casta y, así, finalmente, la ley de bases bis, aunque machucada, salió.
Una embajada por aquí, cargos por allá, continuidad de la moratoria previsional y de empresas como Aerolíneas Argentinas –enemiga pública número uno-, encadenamientos industriales en el RIGI y hasta reactivación de la obra pública. El oficialismo finalmente comprendió que necesitaba una ley, sin importar tanto ya su contenido, para recuperar la iniciativa. Y, de pronto, tras un par de semanas para el olvido, con el escándalo de Sandra Pettovello como emblema, reaparecieron las buenas noticias: la primera ley en seis meses, la renovación del swap con China y hasta guiños del FMI, que reclamaba la destreza que mostró el nuevo jefe de gabinete.
La Oficina del Presidente agradece en sucesivos comunicados la colaboración del macrismo, pero hasta ahí llegan las gentilezas. Mientras para acercar a otros se quema casi cuanta bandera haga falta, Diego Santilli, María Eugenia Vidal y otros tantos se esmeran en memorizar la biblia libertaria sin que el profeta vuelva nunca la vista hacia sus monerías. Para muestra, basta un botón: mientras cuando parecía que la iniciativa volvía a empantanarse Macri tomó su cuenta de Twitter para defender el texto en general y, pocas horas más tarde, el RIGI en particular, a casi una semana de la sanción del Senado, permanece en silencio.
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Gabriel Vommaro cuenta en La larga marcha de Cambiemos que, cuando se armaba el PRO, los técnicos independientes que se sumaban manifestaban en focus group una especial obsesión con el fracaso de Ricardo López Murphy en 2001 como impulso a involucrarse. “La política no lo dejó hacer lo que hay que hacer y, por eso, hace falta un partido nuevo.” La historia reciente de la derecha argentina es la de sus ocasionales intérpretes por sacudirse restricciones: al Bulldog se lo comió la partidaria, a Macri, la de un clima de época que en su hora todavía no era propicio para sus aspiraciones. Milei no carga con ninguna de las dos: su partido es él mismo –ni siquiera debe lidiar con molestias como las de Larreta o Patricia Bullrich- y la opinión pública parece favorecerlo. Su única acechanza es la del propio Mauricio, que no procesa el dolor de ya no ser la oportunidad perdida del que parecía predestinado.
¿Macri estuvo detrás de lo de Pettovello y del enrarecimiento de la atmósfera en las últimas semanas para sugerirle a Milei que, al menos, se corra, siga viajando por el mundo y permita que la gestión la tomen sus pupilos? Quién sabe. Lo que importa es que resulta plausible que el Presidente sí lo crea y acaso por ello indicó cerrar cómo y con quién fuese necesario para salir del pantano. Y ahora puede contrastar esa reforma, a la que cuantifica delirantemente como quintuplicación de la menemista, con la tibieza del gradualismo amarillo contra el que emergió. El ingeniero tal vez esté lamentando su jugada maestra de noviembre de 2023. Con tanto consenso partidario y popular para un giro furioso de mercado, ¿quién va a tener tiempo de escuchar los matices vanidosos de quien desaprovechó su momento (¡y por formas!)?
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Pero no todo es redes. Macri no habla, pero manda a decir. Sus satélites salieron con cierto ímpetu a pedir que Diputados insista en la versión original de la ley bases. Tiene lógica: siendo que la sanción del Senado fue fruto de acuerdos de Milei con otros, en lo que el nuevo-viejo titular de PRO quedó mirando, la ratificación del voto en la cámara baja lo reposicionaría como artífice de un texto más duro, expondría al Presidente como uno más de quienes negocian a expensas de la calidad normativa y lesionaría entendimientos del oficialismo capaces de reducir la influencia del partido amarillo. La vicepresidenta Victoria Villarruel, en su discurso de desempate, no clamó lealtad al gobierno que integra sino a una hoja de ruta, cuyo ejecutor puede variar. La frase de moda es que cualquiera habría tenido que tomar al menos parte de las medidas puestas en marcha desde el 10 de diciembre de 2023.
Por fuera de las individualidades, el tono del ciclo en curso es la competencia entre facciones por correr las fronteras de lo posible hacia la derecha. Los actores, conscientes de su propia prescindibilidad, sobrerrepresentan la agenda dominante, pelean por ser el mejor alumno de la clase. Así se comprenden mejor las defecciones en el peronismo y que el problema es mucho más profundo que el comportamiento individual de uno u otro dirigente aislado.
Por Pablo Daniel Papini (abogado).
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