Milei las hizo ¿las pagará?: los delitos de cuello blanco frente al principio liberal de no dañar a otros

Por Emiliano Gareca (abogado).-

«El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión  y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad».

«Es como alguien que va, juega a la ruleta rusa y le tocó la bala»

Javier Milei, presidente argentino.

La estafa y el ser humano

Cuenta la National Geographic que la pintoresca calle de Bartholomew Lane, en el distrito financiero de Londres, albergó en su día la Bolsa de Londres y fue el escenario en 1814 de un engaño tan audaz como rentable. En febrero de ese año, el británico Lord Thomas Cochrane y su cómplice, el capitán de Berenger, desataron el caos en los mercados financieros ingleses.

Su estafa comenzó cuando Berenger se puso un traje militar y dijo a la gente en Dover, Inglaterra, que había llegado de París. Dijo que el emperador Napoleón acababa de morir y que Francia estaba a punto de ser derrotada por los Aliados, un grupo de naciones europeas entre las que se encontraba Gran Bretaña. La buena noticia se extendió rápidamente. Cuando la bolsa de Londres abrió al día siguiente, el comercio se disparó. En previsión de ello, Cochrane había hecho acopio de bonos del Estado, que vendió inmediatamente con un gran margen. Pronto, sin embargo, se demostró que Napoleón estaba vivo, y el fraude financiero quedó al descubierto. Cochrane fue juzgado e intentó, sin éxito, culpar a Berenger. Fue declarado culpable y huyó de Inglaterra, dejando una mancha descarada en Bartholomew Lane.

La historia de la humanidad está plagada de grandes estafas como la relatada, pero la que hoy es tapa de todos los diarios en Argentina y el mundo, encabezada nada más y nada menos que por un mandatario de un país soberano, tiene características especiales. Argentina, el mejor país del mundo, siempre dando la nota.

Si bien el engaño y la mentira han sido comportamientos siempre presentes en los seres humanos, utilizados como estrategias de supervivencia frente al entorno hostil y como forma de obtener recompensas y evitar castigos, en enfrentamientos bélicos, tratados políticos, intercambios comerciales, etc., este tipo de conducta ha evolucionado a lo largo del tiempo, adaptándose a las condiciones de vida de la sociedad humana. La novedad entonces son los modernos modos de estafa que han aparecido, aprovechando las bondades propias de cada momento histórico que vive la humanidad, en este caso los avances tecnológicos y la IA de la que el presidente Milei dice ser adicto al definirse un tecno-optimista.

No resulta exagerado entonces afirmar que en toda época, pero más aún hoy, la honestidad y la integridad fueron siempre sobrevaloradas. En el mundo real, los verdaderos ganadores son aquellos que saben cómo manipular a los demás para obtener lo que quieren.

White-collar crime (o delitos de «gente bien»)

Pues bien, a partir de los hechos ya conocidos, es decir, la maniobra fraudulenta a través del uso de las redes sociales mediante las cuales el presidente Javier Milei provocó que miles de víctimas realicen una disposición patrimonial perjudicial mediante un ardid o engaño, se desataron un vendaval de acciones legales tanto contra el presidente argentino cómo contra los demás involucrados en la estafa. Estas acciones se refieren principalmente a la comisión de delitos económicos relacionados con las altas finanzas pero aún resta saber si también se iniciarán demandas civiles que busquen la reparación del daño causado y porque no la responsabilidad, no sólo personal de los sujetos involucrados, sino también la del propio estado Argentino. Volveremos sobre ello al final.

Ahora bien, este tipo de criminalidad se conoce con el nombre de delitos de cuello blanco y tienen como característica principal que el sujeto activo, es decir el autor, es una persona poderosa con alto grado de educación, gran capacidad económica y alta estima social. A su vez, estos delitos tienen también la particularidad de evitar el uso de la violencia, ya que se valen del ingenio y de alguna información adicional para obtener ventaja, y con su accionar nadie resulta herido físicamente al momento de efectuarse el robo y los daños son exclusivamente materiales.

Concretamente, el delincuente de cuello blanco es básicamente un estafador financiero: un personaje vinculado de alguna manera al mundo de los negocios, y a las esferas más burocráticas y atildadas, donde aprovecha sus habilidades para despojar de sus fondos a un amplio espectro de víctimas, que abarcan desde particulares hasta corporaciones.

Néstor Durigón en su obra “Grandes maestros de la estafa”[1] explica que lo de “cuello” alude a las modas eduardianas de fines del XIX e inicios del XX, cuando las camisas no venían con cuellos incorporados y los hombres elegantes debían adicionarlos a sus vestimentas, siempre bien almidonados y rígidos como una piedra. El 27 de diciembre de 1939, el sociólogo norteamericano Edwin H. Sutherland (1883-1959), uno de los criminólogos más influyentes del siglo pasado, presentó en el congreso anual de la American Economic Society, que se celebraba en Filadelfia, una ponencia titulada “White-collar criminality” (Delincuencia de cuello blanco). En ella no sólo introducía el término, sino que además teorizaba por primera vez sobre los delitos de la clase alta compuesta por personas respetables o, al menos, respetadas: hombres de negocio y profesionales.

Perfil del estafador (todo parecido con la realidad, no es mera coincidencia)

Nos cuenta también Durigón que el perfil psicológico de cualquier estafador lo define, en primer lugar, como un individuo de integridad muy baja, o con una falta de escrúpulos absoluta, lo que le otorga una abrumadora ventaja sobre las personas que sí conservan atributos morales. Su segunda característica, que quizá sea resultado de la primera, es su enorme ego, o narcisismo extremo, que lo convierte en un ser privado de emocionalidad, incapaz de sentir piedad o simpatía por los demás o culpabilidad por el daño que provoca, creyendo que “todo lo puede”.

El estafador también percibe una imagen distorsionada de los demás; no los ve como seres humanos, sino como dispositivos de los cuales puede servirse desenfadadamente, a veces en varias ocasiones. El estafador no usa armas ni se vale de la violencia, sus instrumentos principales son la seducción y la habilidad persuasiva. Sus víctimas perfectas son las personas de grandes ambiciones, las que buscan el enriquecimiento fácil de cualquier modo, y que siempre están esperando que se les presente una gran oportunidad.

Alterum non laedere (el principio de no dañar a otro)

El axioma alterum non laedere, es decir, no causar daño a otro, es un principio jurídico que constituye el deber de neminem laedere, de no dañar a nadie, bajo pena de cometerse un acto ilícito, y, por consiguiente, sufrir una sanción, esto es, tener que reparar el daño causado pagando una indemnización al perjudicado.

En este sentdio se expresó la Corte Suprema de Justicia de la Nación en diferentes fallos, al establecer que la violación del deber de no dañar a otro genera la obligación de reparar el menoscabo causado y tal noción comprende todo perjuicio susceptible de apreciación pecuniaria que afecte en forma cierta a otro en su persona, en su patrimonio y/o en sus derechos o facultades, reparación que debe ser integral y que no se logra si los daños subsisten en alguna medida, ni tampoco si el resarcimiento -derivado de la aplicación de un sistema resarcitorio especial o producto de utilización de facultades discrecionales de los jueces- resulta en valores irrisorios o insignificantes en relación con la entidad del daño resarcible. Se ha dicho en ese sentido que es la violación del deber de no dañar a otro lo que genera la obligación de reparar el menoscabo causado, noción que comprende todo perjuicio susceptible de apreciación pecuniaria que afecte en forma cierta a otro en su persona, en su patrimonio y/o en sus derechos o facultades

Cabe preguntarnos entonces, si Milei las hizo ¿las pagará? ¿Respetará el principio liberal de no dañar a otro? ¿Y el de reparar el daño causado? ¿Quién pagará los daños económicos, morales y psicológicos de las miles de víctimas de su estafa? ¿Saldrá de su bolsillo? Que las víctimas sean extranjeras, timberos o simples perejiles ¿altera éste principio rector del liberalismo? ¿El estado argentino -es decir todos nosotros- deberá responder económicamente y hacerse cargo de las obligaciones generadas por los ilícitos de quien es su máximo representante?

Estas son tan sólo algunos de los interrogantes que la justicia deberá responder tarde o temprano.


[1] Durigon, Nestor. Grandes maestros de la estafa. Ediciones B. 2016.


Por Emiliano Gareca (abogado de Estudio Gareca y Asociados).-

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