El nuevo (viejo) plan económico

Por Eduardo Sartelli*

Comienza a quedar claro que las nuevas medidas económicas han llegado para insistir en el rumbo de las viejas. Más de uno, sobre todo en los sectores exportadores y en los mercado-internistas, festejaron la apertura de una banda cambiaria como un modo de devaluación más o menos importante, que devolvería a la Argentina a la senda acostumbrada. Léase, a un cierto grado de protección implícita de buena parte de la economía mercado-internista local y un fomento a las exportaciones. Por el contrario, las declaraciones del presidente en la larga entrevista con Fantino, apuntan en otro sentido: el valor del dólar debe estar en el piso de la banda fijada, $ 1.000. Milei podría haber aprovechado la situación para corregir los desbalances que el evidente retraso cambiario está originando en toda la estructura productiva, pero no. Podría haber usado como excusa la crisis internacional, podría haberle echado la culpa al FMI. Pero no ¿Por qué el presidente, recurrentemente, recae en una política de dólar barato?

Milei ha esbozado dos ideas contrapuestas, pero que van en el mismo sentido. La primera fue la dolarización. Si se dolariza, se elimina toda posibilidad de utilizar la moneda como instrumento de defensa de los capitales locales más débiles, lo que, a la postre, los sacan de la cancha. La segunda, fue la respuesta práctica a la inviabilidad de la primera: un peso fuerte. Aunque es la estrategia inversa, un dólar débil estimula las importaciones y castiga a la producción ineficiente. La política en relación al Banco Central expresa la misma aparente contradicción: cerrar el BCRA significa eliminar toda posibilidad de política monetaria; hacer gala de una dependencia completa del BCRA en relación al poder político, le confiere al gobierno un poder absoluto para determinar la política monetaria que quiera. Detrás de tantas idas y vueltas, hay una lógica y un objetivo.

En efecto, la lógica es clara: exponer a la economía local a los vientos del mercado. El que sobrevive, bien; el que no, se funde. “Los voy a fundir a todos”, dijo en más de una ocasión, y no mentía. No es diferente de lo que han intentado otros, como Martínez de Hoz o Cavallo. El objetivo es desgrasar la economía argentina, dejando solo lo que tenga competitividad mundial. Es decir, elevar la productividad del conjunto de la producción no por la vía de promover a los capitales más atrasados con políticas industriales activas, sino por la de destruirlos. Cualquiera de las dos estrategias, la del dólar bajo o la de la dolarización, conduce al mismo resultado: petróleo, minería, soja y algo más. El resto, ajo y agua.

Los sectores afectados, por ahora, han hecho poco y nada por oponerse. Los dependientes de la obra pública callan y apelan a lo que puedan conseguir los gobernadores a los que se vinculan. Los industriales se limitan a exigir que se “nivele la cancha”: reducción de impuestos y reforma laboral. El campo no termina de darse cuenta de que, otra vez, es el pato de la boda: eliminado el dólar blend y con un tipo de cambio malo, el precio de la soja en baja y el aumento de las retenciones, no podría estar peor. Lo único que podía salvar a las sorprendidas víctimas era un tropiezo del gobierno con el FMI. El viernes pasado se fueron a dormir creyendo que tal evento finalmente había sucedido. El lunes a la mañana descubrieron que estaban lejos de ese horizonte de sucesos y que asomaban signos preocupantes de que estamos otra vez en el mismo punto al que llegamos con el blanqueo: en lugar de un conjunto de condiciones leoninas con las que el FMI obligaría al gobierno a devaluar, el nuevo acuerdo parece constituirse en un nuevo “puente” con el cual mantener artificialmente con vida al “súper peso”, hasta que causas “naturales” (Vaca Muerta, Rigi, etc.) vengan a darle un sustento permanente.

Como ya dijo Caputo, la Argentina va a ser un país caro en dólares, simplemente porque eso va a resultar el reflejo de una sociedad rica y con mayor productividad, desgrase mediante. El instrumento utilizado no deja de ser paradójico: el resultado “natural” se hace posible por su adelanto “artificial”. Todavía no somos caros “naturalmente”, porque no tenemos una economía en la que solo quedan músculos, pero lo seremos gracias a que, siendo caros “artificialmente”, obligamos al cuerpo a moverse. El tiempo dirá. Lo cierto es que, no importa lo que quiera Milei, hay un mundo más allá de las ilusiones del presidente.

Ese mundo no parece traer buenas nuevas. Obviamente, todo depende de qué tan consistente sea la política de Trump, es decir, en qué medida está dispuesto a comprometerse en una verdadera cruzada para reestructurar el mercado mundial y, por lo tanto, a arrojarlo a una crisis de magnitudes difíciles de imaginar. Por ahora, para el presidente y sus perros, nada bueno vino del norte, salvo la evidente presión sobre el FMI para conseguirle un acuerdo mucho mejor del que se esperaba. Si bien el viaje del secretario del Tesoro es un respaldo de notable relevancia, no trajo bajo el brazo un solo dólar. Más bien, insistió en las reconvenciones ya expresadas por Claver Carone: dile adiós a China. Aventura peligrosa en un planeta camino a la recesión. Peligrosa porque el “modelo agroexportador” caería en desgracia, debiendo ocupar su lugar el “minero exportador”, lo único que hace a la Argentina complementaria de EE.UU. Justo cuando los precios del petróleo y los minerales serán víctimas seguras de la recesión. Sin contar con que el principal mercado de ambos es precisamente el país cuya amistad debiera repudiarse para obtener la gracia definitiva del Tío Sam. En resumen: este nuevo puente podría quedarse a mitad de camino muy pronto, si es que algún día logra hacer pie en algún otro lado, por más que a lo conseguido de instituciones financieras públicas se sume el ingreso de capitales especulativos para el renacido carry trade, ahora internacional. Un signo de que el puente se robustece sería la vuelta al endeudamiento privado, lo que requiere de una caída abrupta del riesgo país. Otra vez, el escenario mundial no mira a la Argentina como una “quality” a la cual volar en medio de la turbulencia. Préstamos abultados y a baja tasa son, muy probablemente, un sueño imposible.

El riesgo más inmediato, sin embargo, es otro: el retorno a la curva ascendente de la tasa de inflación. Por poco que sea el efecto de la devaluación, ya se estaba acelerando antes del acuerdo con el FMI y todo indica que los meses que siguen difícilmente abandonen esa tendencia. A la que se suma un crecimiento de las importaciones que puede incrementar la desocupación. El “humor social”, no el de los empresarios, sino el de los trabajadores, puede sorprender al gobierno en su hora de gloria. Este último ingrediente podría resultar fatal para la pasión del presidente por una Argentina jibarizada y terminar desatando una tormenta que hoy se descarta con demasiada facilidad.

*Por Eduardo Sartelli (integrante del CEICS).

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