7 de julio de 2024

Apuntes sobre la derrota

Yo siempre puedo con la derrota, pero hoy no puedo. Así que he salido a correr por el barrio que estos días fue teñido de color violáceo de los lapachos, y ahora, mientras vuelvo cansado, admiro como la ciudad permanece inmóvil y ajena. Me gusta el primer silencio que existe después de escuchar música. Permite esclarecer pensamientos, en general los primeros en llegar siempre son lúcidos, y filosos, pero no son los más importantes. Como todo en la vida, hay que ir más allá. Darle una vuelta. Quiero decir, yo no estoy hervido de tristeza, ni -creo- que esté agonizando de angustia o pena, pero sé reconocer cuando fui tocado por la derrota.

Ando conmigo como si yo fuese alguien, sin andar conmigo, escribió Porchia. No es dolor, tampoco tristeza. A lo mejor no sé muy bien cómo llamarlo porque está por fuera del cuerpo, pero Mary Oliver tiene este poema que me ayuda a hablar “Alguien a quien una vez amé me regaló una caja llena de oscuridad. Me llevó años comprender que esto, también, era un regalo”. Podría decirse que una cosa buena de estar derrotado, es comprobar por fin una certeza en un mundo donde casi no las hay, el fracaso. En la derrota, no se va de un lado a otro, sino que es irreversible y humana. Es un constante en la vida, porque partir, vivir, perder, son signos olvidados en el anuncio de la vida. Pienso en la voz de Leila Guerriero, en el podcast de Cadena Ser, diciendo “No los ayudé a olvidar la realidad. Sólo les recordé que, cuando no hay fortaleza, lo que nos mantiene en pie es el recuerdo de que alguna vez ya fuimos fuertes”. Para mí, la derrota y la pérdida son muy distintas. Perder algo o a alguien supone un distanciamiento inapelable, sin vuelta atrás ni retorno. En cambio, la derrota, como diría Alan Pauls, es abrazar el síntoma, encontrar en el error, lo propio.

Ya casi es de noche, hay un poco de brisa, otra gente también corre por este barrio. En la plaza iluminada pienso cuantas derrotas me llevó a mí, darme cuenta de que quería ser escritor. Algo que realmente no sirve, que no da nada. Que, de vez en cuando, es pura derrota, puro vacío. Escribir supone buscarse problemas, supone, también, un acto fallido, pero también significa avanzar. Hay una película que se llama Paterson dirigida por Jim Jarmusch. Inspirada en el poema épico de William Carlos Williams y protagonizada por Adam Driver. Es una película poética sobre la poesía, sobre las palabras, y de un poeta que (casi) nadie lee.

Es sobre un conductor de colectivos que tiene una vida sencilla, monótona, algo que quizá en nuestros tiempos suele ser signo de angustia. El protagonista trabaja, ama a su mujer, llega de su jornada y escribe poemas. Me gusta mucho esta película porque muestra una cara de la derrota, pocas veces vista o retratada, alguien que asume a la felicidad como distracción, alguien que encuentra en esa monotonía un ritmo para crear. Muestra un tipo de rutina con ese tipo de simpleza que no es pérdida o agobio, sino un portal para la poesía. Robert Creeley tiene este poema “Todo es un ritmo, desde el cerrarse de una puerta, hasta el abrirse de una ventana / Las estaciones, la luz del sol, la luna, los océanos / el crecimiento de las cosas, la mente de los hombres / íntima, volviendo a ellos de nuevo, creyendo que el final no es el final / volviendo atrás el tiempo, ellos muertos pero con alguien por llegar (…) El ritmo que se proyecta desde sí mismo continúa / doblegando todo con su fuerza / desde la ventana hasta la puerta / desde el techo hasta el piso, luz al abrirse, oscuridad al cerrarse/”.

Pasar por la derrota es una forma de peregrinar hacia el éxito. ¿Cuál éxito? No tengo idea.

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