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Una de las estudiantes del Seminario de tesis de la universidad, en la que doy clases, eligió como trabajo final de grado, hablar sobre el suicidio. Más específicamente, una tesis en formato de crónica pensada en reconstruir el suicidio de René Favaloro y sus últimos meses de vida. A medida que fuimos trabajando en sus objetivos académicos, empecé a recordar cuando no dejaba de pensar en este tema. Si es que alguna vez deje de pensar en eso.
Nombrar esa palabra al frente de mi madre, era y todavía es como una palabra maldita. A veces, hasta yo, lo siento así. Como si la misma pronunciación desatara algo turbio que viaja furiosamente hacia uno. Como si la mezquindad tuviera pies en esa palabra.
Y quizá, mi madre tenga razón.
El sociólogo francés, Durkheim, fue uno de los primeros en escribir seriamente sobre este tema, tanto que le dedicó años y años de arduo trabajo e investigación. Durkheim (1994) consideraba que este acto no era meramente personal e individual, sino que había algo de contagio en el mismo, más allá de que podría existir una predisposición en cada individuo. Para el francés, según Carlos Gavarotto (2004) no constituía un hecho de vida expresamente individual, sino que estaba ligado estrechamente a la sociedad y a la relación entre ambos. Es decir, casos totalmente externos por fuera de uno pero que determinan en uno: los factores económicos, los factores climáticos y geográficos, la guerra, la religión. Durkheim también, fue uno de los primeros en decir que la Sociedad es la que hace al individuo, y lo hace de distintos modos –hace “más” o “menos” individual al individuo– de acuerdo con procesos que corresponden a la organización y el equilibrio interno de la misma sociedad. Y es acá, que el sistema capitalista puede ser brutal.
Mark Fisher, un escritor, filósofo y ensayista británico, creía que el neoliberalismo ha permeado tanto en la malla cultural y en la vida e intimidad de las personas que terminó creando un tipo de sociedad privatizada y privada. Generando esto de que no puede nombrarse. El ensayista decía: “El sistema no solo nos aboca a una angustia permanente: nos hace sentir culpables de nuestra ansiedad”.
Digo todo esto, en forma de introducir a Leila Guerriero que tiene un libro que se llama Los suicidas del fin del mundo. La prosa fantástica de Guerriero hace posible notar por medio de la lectura, lo que Durkheim planteaba hace ya muchos años, y también por supuesto eso que desarrollaba Fisher.
En los años 90, la Argentina atravesaba épocas de un duro neoliberalismo, y en Las Heras, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Cruz, hubo una ola de estos actos. Leila fue a ese lugar y habló con familiares y amigos, visitó cada rincón del pueblo para reconstruir por medio de una crónica, que es lo que había sucedido. El frío, la soledad, la falta de lazos sociales, y la deriva de un Estado neolibral hacía estragos. A medida que avanza la crónica, Guerriero busca preguntas, la mayoría de respuestas “Acá el único problema es el petróleo. El trabajo en el petróleo lo hace bruto a uno. Uno estuvo todo el día a la intemperie con lluvia, con nieve, con viento, con frío, rodeado de tipos que están igual que usted, todos embrutecidos. Llega a su casa y quiere dormir, comer y chau”.
El filósofo Byung-chul Han tiene varios libros sobre la modernidad. Libros en los que retoma a grandes pensadores del siglo pasado. Donde cuestiona el porqu el sujeto se volvió un ser en rendimiento, que debe rendir a toda costa y hay una frase que me gusta mucho: «Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose». Fisher no solamente decía que el sistema oprime, sino que lo aísla forzando un individualismo extremo. Lo que importa es la autorrealización: esto se da de forma cotidiana, hasta el cansancio. La cuestión es que no todos viven para autorrealizarse.