“Inocente es quien no necesita explicarse”
Albert Camus
Pobrecito él, almita de dios, corazoncito mío, que quieren echarle la culpa -esta sociedad que siempre necesita culpable-. Pobrecito, chiquito: la pandemia mala no le dio ni tiempo…
Si, ya sé que desde el 10 de diciembre de 2019 -día en que asumió- hasta el 19 de marzo de 2020 -cuando declaró la cuarentena- pasaron 100 días (los benditos 100 días en los que los presidentes deben hacer las cosas más complejas que se proponen porque están en estado de gracia). Pero él estaba muy ocupado. Peleándose con Cristina; tratando de formar el albertismo a fuerza de jugosos contratos en el Estado; dando entrevistas para dejar en claro que él era “más hijo de la cultura hippie que de las 20 verdades” y, además, confesarse “socialdemócrata” y aclarar que “los peronistas” lo iban a odiar por eso.
Porque… ¿qué son cien días frente a los casi tres mil que tenía por delante (1460 del primer mandato y otros tantos del segundo)? Primero lo importante: decorar Olivos, cenar con “Héctor” que no lo dejaba mentir, calmar a Canosa, pasear a Dylan, catar etiqueta azul, abusar del WhatsApp, componer canciones que luego utilizaría en sus discursos… ¡Tantas cosas debe hacer un presidente que la chusma ni imagina!. No conoce los entresijos del Poder. Por ahí hasta cree que lo primero debe ser el pueblo.
Y claro, en eso estaba cuando ¡zas! el bicho. Condenado bicho chino (o quién sabe) que lo obligó a cerrar todo, a mandar a la gente a sus casas, a vaciar las calles, las fábricas, las oficinas, los recitales, las canchas de fútbol… La maldita suerte no ayudaba: el poder, según el viejo Maquiavelo, es el resultado de la suma de la virtud y la fortuna y, esta última, se mostraba esquiva, casi casquivana.
Por eso, ¿de qué desliz vienen a hablar? ¿De qué traspié? ¿Vicentín? Eso no fue un error. Recién empezaba junio de 2020. Hacía un par de meses, apenas, que estábamos con la pandemia… y apareció: una empresa en concurso preventivo de acreedores y la oportunidad política -a través de un DNU- de dar tranquilidad a sus trabajadores y garantizar a unos 3.000 productores que tendrían a quién seguir vendiéndole su producción. Y, de paso, una herramienta imprescindible para testear el mercado de cereales siempre díscolo. Pero de nuevo los hados no le fueron benéficos… Un mes más tarde, a principios de julio, luego de haber retrocedido en pantuflas de taco chino, admitió que él había pensado que todos iban a festejar pero… “pero no pasó, todos se pusieron a acusarme de cosas”, tema verdaderamente complejo para un hombre que está dispuesto a cualquier sacrificio en aras de quedar bien con todo el mundo. ¿Se equivocó? Para nada. Si la tribuna no reacciona favorablemente, no es cuestión de andar trabajando de bonzo. Además, como todo el mundo sabe, no estaba dada la correlación de fuerzas.
Tampoco lo estaban en su pareja con Fabiola. Porque ¿qué fuerza puede oponer un hombre a una mujer joven, bella y seductora? Por eso la fiesta de cumpleaños del nefasto julio de 2020 -cuando arreciaban las conferencias de prensa con Axel Kicillof a la izquierda y su amigo Horacio Rodríguez Larreta a la derecha para prorrogar la cuarentena, cosa que se hacía cada vez más difícil- no fue un dislate: fue la imposibilidad de un varón enamorado de negarle nada a su amada y, claro: además, la traición.
¿Quién podía imaginar que en esos días, cuando los argentinos ni siquiera podían despedirse de sus muertos por el encierro preventivo, un humilde e íntimo festejo iba a trascender porque uno de los invitados al ágape tuvo el mal tino de fotografiar y filmar la velada y luego esas imágenes llegaron a manos de la pareja del vocero presidencial que las dio a conocer? Eso pasó porque “nosotros no somos ellos”; no era cuestión de andar espiando a los que lo rodeaban para evitar filtraciones. La confianza mata al hombre… y embaraza a la mujer… (y si no creés, preguntale a Fabiola qué le pasó en setiembre de 2021). Lo cierto es que la Suprema Corte, en su infinita sabiduría, cerró el tema “fiestita”. Alberto pagó poco más de un palo y medio de multa ¡y sanseacabó! ¿Qué tiene que andar la sociedad reprochando y perdiendo la confianza?
Si al fin y al cabo el de Alberto era “un gobierno de científicos”. Mujeres y hombres que, gracias a sus saberes aplicados a la administración del país, iban a hacer de la Argentina una tierra floreciente. Nada de CEOs ni de políticos: científicos como Martín Guzmán que nos bicicleteó tres años de negociación con el FMI haciéndonos pagar más de 7.000 millones de dólares para luego firmar los mismo que hubiese conseguido en enero de 2020; científicos como Sabina Fréderic a la que se le escapó la tortuga justo justo en el velorio de Diego Maradona en la Rosada; científicos como el bisoño Santiago Cafiero, que creía que la Justicia debía “autodepurarse”; científicos como los que armaron la App con la que el 17 de octubre de 2020 íbamos a poder “marchar de manera virtual” para festejar los 75 años del peronismo y… y… faltando dos minutos para arrancar esa posibilidad de poner las patas virtuales en la fuente… se cayó. Nunca más se pudo entrar. Hete allí algunos (hay muchos más) de los peligros de poner la política en manos de la ciencia. ¿Debemos responsabilizar al bueno de Alberto? Para nada. El presidente propone y Dios dispone. No sería justo, entonces, achacarle cuestiones divinas a apenas un ser humano.
Porque no se puede negar que Alberto es humano… Errare humanum est, como sabe la mayoría. Pequeños errores, casi imperceptibles, como cuando en un acto junto a Pedro Sánchez, jefe del gobierno español, sostuvo: “Escribió alguna vez Octavio Paz que los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos”. Apenas una gaffe en la cita. Una nadería, considerando que Litto Nebbia es casi tan relevante como el mexicano para las literaturas mundiales.
Otra cuestión de la que acusan Fernández es de cierta ambivalencia en lo que a la política internacional se refiere. Eso no es así. Que Alberto haya dicho en cada país lo que a él le parecía que su interlocutor quería escuchar no es precisamente una falta diplomática sino un estrategia personalísima de nuestro presidente a la hora de establecer relaciones no carnales… bah: más o menos.
Por eso está lejos de ser criticable que en febrero de 2022, durante una reunión con Putin, expresara “Tenemos que ver la manera de que Argentina se convierta, de algún modo ,en una puerta de entrada para que Rusia ingrese en América Latina de un modo más decidido” y que un mes después, el 2 de marzo de 2022, Argentina respaldara una resolución de la ONU que “deplora” la invasión rusa a Ucrania y exige a Moscú que “ponga fin de inmediato al uso de la fuerza” y, al toque, votara a favor de la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Nada de contradicciones. Nada de incoherencia ni contrasentidos: estrategia pura. “A donde fueres, haz lo que vieres” reza un un viejo refrán del siglo VI. Bueno, Alberto, parafraseando este dicho, acuña su tan mentado: “Con quien estuvieres, es lo que dijeres”, o similar. ¿O usted se va a sentar en la ONU a gritar que todos los yankees se la comen?
Por eso esta defensa. Por eso este encendido descargo: no se puede culpar a Alberto Fernández. No se puede acusar de no dar pie con bola a un presidente que supo acomodar su gabinete y sus dichos de acuerdo a sus necesidades personales (porque si te tenía que echar, no importaba que estuvieses en misión en Brasil o en Washington, conversando con el FMI).
Puede que no haya sabido establecer las profundas diferencias existentes entre cuadros políticos de excelencia como Jorge Taiana, Aníbal Fernández o Daniel Filmus y comentaristas con cargo de ministro como Martín Soria, Alexis Guerrera o Santi Cafiero. Puede que haya entregado atado de pies y manos a un inmenso sanitarista como Ginés González García porque los laboratorios se la tenían jurada y, además, estaba por delante el temita de las vacunas. Puede que no haya cumplido algunas de sus promesas electorales como acabar con los sótanos de la democracia o elegir a los jubilados antes que a los bancos. Incluso puede que tenga algo que ver en que, el suyo, sea el gobierno que peor ha comunicado en los últimos 40 años. Pero responsabilizarlo por los casi 140 puntos de inflación, el 40% de pobreza y la derrota electoral es sólo mostrar la inquina que le tienen algunos al señor presidente.
Operaciones. Infamias. Falacias. Artificios de ya se sabe quién (o quienes) para ensuciar a un hombre que puede que no haya resuelto los tremendos problemas colectivos que asolaban a los argentinos a su llegada (y que hoy se han profundizado) pero que asegura ser un hombre honesto. Porque en la política actual, a diferencia de algunas vetusteces como el peronismo, importa más lo individual que lo colectivo. Y el honestismo, garpa.
Por eso avalamos su comprometida confesión al periodista Jorge Fontevecchia “Fui reflexivo, moderado y preservé la unidad. Tengo una relación muy difícil con Cristina. Me decían que era el títere, pero resulta que, irónicamente, el único que terminó enojado con ella fui yo” porque muestra, una vez más, su ombliguismo valiente y también aquella advertencia de marzo de 2021 cuando, casi fuera de sí y a cuento de nada, nos espetó “Yo no soy ningún Lenin Moreno”.
Y entendemos también, con lágrimas en los ojos, que en su reciente entrevista con la doctora María O’Donnell haya sugerido que Victoria Tolosa Paz podría ser la próxima presidenta del PJ… sobre todo teniendo en cuenta que, a la hora de abandonar Olivos, deberá pensar en pagar un alquiler.
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