Volver… a morir por la patria

Está ahí. Descarnado. Mis ojos de muchacho lo espían en esa ventana de la casa de Gaspar Campos 1065 que, no sé por qué, se me ocurre la Patria. Será porque soy de la generación del “Luche y Vuelve”. La que lo trajo. La que ahora está ahí, esperando que aparezca cada media hora, más o menos… Los gorilas le dicen “Reloj Cucú” por esto pero nosotros… a nosotros se nos llenan los ojos de lágrimas cuando aparece.

Hace un par de días que está, por fin, de nuevo en Argentina. Y, si se lo mirá bien, uno percibe -muy al fondo- que ha vuelto para siempre…

Pasó lo que pasó:

El Cordobazo; la muerte de Aramburu; el desafío de Lanusse (“a Perón no le da el cuero para volver”; la masacre de Trelew, en la que fueron asesinados 16 militantes; el primer regreso en un avión lleno de compañeras y compañeros; la reunión multipartidaria en Nino, la victoria del “Tío” Cámpora… Bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”…

Lo que no pasó fue la violencia. Ni siquiera el mismo día de su retorno definitivo. Ezeiza (así será recordada esa masacre) fue una locura innecesaria.

Y aunque un día después Perón nos advirtiera: “Llego casi descarnado; nada puede perturbar mi espíritu, porque retorno sin rencores ni pasiones, como no sea la que animó toda mi vida: servir lealmente a la patria” había mar de fondo, una furia nervada que indicaba que “vivíamos en la víspera”.

Claro: él había venido para ordenar las cosas. Aquello y tanto más. La primavera camporista estaba bien. Miles de compañeros jóvenes habían liberado a los presos políticos de Devoto. Olía a revolución desde ese 25 de mayo. Gelbard en Economía rebajando el precio de la carne; congelando el de medicamentos y alimentos; aumentándole 200 pesos a los salarios de los trabajadores. Y Taiana (padre) al frente de Educación llenando las cátedras universitarias de bellas personas, como ese Paco Urondo que, al asumir, pidió públicamente perdón por “no haber estado, en el último tiempo, demasiado en las letras, y sí ocupado en otras cosas”. Y Jauretche en EUDEBA; y Righi, en Interior apestillando comisarios con la advertencia de que estaban “prohibidos los apremios de toda clase a los detenidos”.

Pero… era “El Tío”, no el “El Viejo”. Y la Argentina pedía a Perón en el Gobierno, además de en el Poder.

Él había vuelto para sanar todos nuestros males. Un “general pacifista, casi un león herbívoro” que, como Papá Noel criollo, estiraba la mano conciliadora a radicales, socialistas, desarrollistas: su abrazo generoso contenía a todos. Porque para un argentino, no tenía que haber nada mejor que otro argentino.

Claro, todos teníamos nuestra íntima expectativa. Los “históricos”, recuperar su pasado glorioso; los nuevos (los “muchachos”) un líder que iba a conducirnos a la liberación nacional. Y el resto, los que no profesaban nuestra fe, la posibilidad de una verdadera unidad nacional.

Ahí, la lealtad de Héctor J. Cámpora hace lo suyo y apenas 49 días después de su asunción como Presidente, renuncia y libera el camino para que Juan Perón vuelva a estar donde el país lo espera y necesita.

Febriles negociaciones. Pactos. Abrazos. Una oferta a Ricardo Balbín, líder radical, para que lo acompañe en la patriada. Dudas. Rechazo y la fórmula Perón-Perón ganando las elecciones del 23 de septiembre por el 62% de los votos.

Dos días después, de nuevo el espanto. Veintitrés balas en el cuerpo de Rucci con Perón como “destinatario”. Un asesinato que tenía demasiado olor a “opereta”. ¿Montoneros o la CIA? O los dos, además de la oligarquía vernácula, para “cortarle las piernas” al Viejo que ya se veía en problemas para caminar.

Cuando finalmente el 12 de octubre Perón asume su tercera presidencia, la suerte parecía echada. Y, sin embargo, él no se rendía. Según su costumbre llegaba a Casa de Gobierno “al pedo, pero temprano” aunque, en realidad, lejos estaba de ninguna pereza. Trabajaba febrilmente en medidas tendientes a nacionalizar la economía, mejorar la distribución del ingreso a favor de los trabajadores y achicar el desempleo. Un Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Y también en debilitar los ataques que la Patria Grande sufría por parte del imperialismo, por ejemplo, ofreciendo a la Cuba bloqueada, créditos, alimentos, maquinaria. Los trabajadores recuperaban su participación del 50% en las ganancias. Estaban las condiciones para la dignidad y la felicidad del Pueblo.

Pero algo olía a esa violencia que no cesa. Posiciones irreconciliables. Bandas armadas de los dos lados y en el medio, un hombre mayor y frágil que, sin embargo, al decir de un informe de la embajada norteamericana, “nunca dejó de ser Perón”. Él solito, extendiendo sus brazos en gesto de apaciguar.Inútil. En esa inutilidad flota hacia ese 1 de mayo en el que, por la mañana, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, presenta su legado. Y, por la tarde, desde el balcón, ese balcón que, como diría Néstor Kirchner 40 años después, “tiene dueño”… Desde allí, detrás de un vidrio blindado que era metáfora del momento, se enoja -como se enojaban las personas mayores de entonces- y rompe con los “imberbes”. A mí, ese día, Perón, no me echó de la Plaza. Para que todos ustedes sepan en qué lugar estaba por entonces.

El resto es sueño. Desazón. Lo digo desde mi barba de hoy y mi recuerdo habilitante. Perón volvió. Y ese volver fue su ceniza. El 1 de Julio de 1974 amaneció frío, nublado, con garúas. Un día “preciosamente NO peronista”, alegoría de la tragedia nacional que iniciaba con Perón muerto. Cientos de miles de personas en la calle para llorarlo dos días sin parar, como la lluvia. Y un general cuyo nombre ni siquiera vale la pena mencionar, pontificando: “muerto el perro, se acabó la rabia”.

Compañeras, Compañeros: estoy acá para avisar que no. Que los peronistas que quedamos y los que vendrán, “somos la rabia”. Y que los antiperonistas fueron, son y serán… la muerte.

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