“Oh-oh, yes, I’m the great pretender
Samuel «Buck» Ram
Pretending that I’m doing well”
Muy probablemente, si las cosas siguiesen así, avenidas, plazas, bibliotecas, escuelas y un sinnúmero de espacios y locaciones de esas que se utilizan para homenajear a algunos héroes de nuestra historia, pasen a denominarse Javier Milei en un futuro no muy lejano.
Bartolomé Mitre nunca ganó una batalla como general, pero tuvo el tino de fundar el diario La Nación “para que le sirva de guardaespaldas”, al decir de Arturo Jauretche. Si pasó con él, bien puede suceder con el actual presidente, que no ha podido mostrar una victoria en sus 45 primeros días de gobierno, más allá del encomiable esfuerzo que hacen su entorno, los medios y las redes afines (o sea todas).
Sí. Sí… A esta altura de la nota, los mentores de la literalidad (que padecen de esa suerte de síndrome de Estocolmo de la precisión comprensiva) ya estarán subiéndose a Twitter para recordarme que Mitre ganó en la contienda de Pavón y que Milei, en la madrugada del miércoles 24 de enero, obtuvo el dictamen favorable para su proyecto de ley ómnibus.
Error por partida doble. El enfrentamiento del 18 de septiembre de 1861 entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina lo perdió Justo José de Urquiza, condicionado por negociaciones espurias en las que intervinieron desde la masonería hasta un misteriosos norteamericano apellidado Yatemon. Dicen las malas lenguas que este último se pasó la noche yendo y viniendo de uno a otro campamento antes de la batalla.
No vence Mitre, defecciona Urquiza: con la gesta ganada, de repente, el federal hace caracolear a su caballo y se retira al paso, como para marcar un gesto de desprecio por el enemigo. Y don Bartolomé, que en ese momento huía para embarcar hacia Buenos Aires, es frenado por un paisano que le grita: “No dispare, general, que va ganando”.
De la misma forma, Milei recibe el obsequio del dictamen favorable a su ley devastadora, de parte de ese moderno Urquiza (bahhhh, «moderno» más o menos) que se llama Miguel Ángel Pichetto. El actual diputado y jefe de bancada del bloque Hacemos Coalición Federal, antes candidato a vicepresidente de Mauricio Macri y antes aún, eterno legislador del PJ por la provincia de Río Negro (caído en desgracia cuando presidía el bloque en aquella oscura noche de la 125), repitió una estrategia desarrollada en el Senado durante el gobierno de Cambiemos: la de correr presto en auxilio de los vencedores, en nombre de la… gobernabilidad.
Esta vez, sin embargo, no le resultó. Porque, si bien Macri y Milei son capaces de vender a la madre, la verdad es que Milei no la entrega. Y no porque sea un estafador: sencillamente ocurre que no sabe de quién es la madre que está vendiendo. El acuerdo al que arribaron los diputados que votaron, a la una de la mañana, un dictamen en blanco (pero con sus disidencias parciales expresadas y acordadas), por la tarde apareció modificado. Los jefes de los bloques comprensivos, tuvieron que encerrarse en un departamento de Recoleta para intentar regresarlo a su cauce. Entre otras cosas, esto produjo desde amenazas de Luis «Toto» Caputo si la ley no pasaba hasta la pelea de Pichetto con Federico Sturzenegger, al que echó de la reunión por “tarado”. Como fuere, el tratamiento del dictamen se postergó para la semana entrante… con resultado incierto.
Así, derrota tras derrota (aún en las «ganadas») es posible que este «gran farsante«, más asimilable a un personaje de Marvel que a un cuadro político, tenga buenas posibilidades de que, el día de mañana, se inauguren paseos públicos y edificios con su nombre, tal como ocurrió con Mitre.
Cierto es que el viejo general sin éxitos militares, el gran derrotado de Curupaytí, el mismísimo chozno de Esmeralda, fundó «La Nación – Tribuna de Doctrina», mientras que Milei, por ahora, apenas si le dio trabajo al pelado Esteban Trebucq y a su vocero Miguel Adorni. Y también es verdad que Mitre, además de su pésima traducción de La Divina Comedia (Borges solía repetir un epitafio que rezaba: “En esta casa pardusca/ vivió el traductor de Dante,/ apúrate caminante,/ no sea que te traduzca”), se abocó a violentar la historia argentina al punto de reinventarla a su gusto y piaccere mientras que Milei, aún en estas horas, está tratando de justificar qué quiso decir en Davos cuando habló del “PBI del Año Cero”. Salvando esas ínfimas distancias, los dos han sido presidentes que sólo ganaron en los papeles.
La entrega de Urquiza resultó en la consolidación de un país distinto al que soñaron y por el que pelearon muchos de los que dieron la vida por la patria. “Pavón no es solo una victoria militar -escribió Mitre- es sobre todo el triunfo de la civilización sobre los elementos de la barbarie”. Ese triunfo fue, en realidad, la masacre del ejército federal pasado a degüello mientras dormía por sicarios italianos traídos como mercenarios por los porteños vencedores mientras Sarmiento recomendaba “no economizar sangre de gaucho”.
Si la entrega de los imitadores de Urquiza, hoy en el Congreso y en algunos gobiernos provinciales, resultase en una nueva derrota nacional, otra vez cambiarían los destinos del país para convertirlo en una tierra destinada al saqueo, al exterminio de los más humildes, y a la opresión de todos los que no pertenezcan a la nueva oligarquía sojera, depredadora y apátrida.
Y todo porque algunos pocos intereses mezquinos podrían otorgarle una victoria al Gran Perdedor.
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