Por Pablo Daniel Papini.-
En cualquier curso de economía, aún básica, se enseña el trilema o la trinidad imposible, que refiere a la imposibilidad de combinar en mismo tiempo y lugar libre movilidad de capitales, tipo de cambio controlado –fijo o flotación sucia- y política monetaria autónoma. A lo mucho, hay margen para hacer coincidir dos de esas tres variables, pero nunca la totalidad de ellas.
A seis meses de gobierno, Javier Milei explora dificultades para gobernar por su propio trilema. No puede contentar simultáneamente a su dogma fiscal, a sus socios del macrismo, que le proveyeron los votos que le permitieron consagrarse en el balotaje, y a los gobernadores, que podrían facilitarle voluntades para aprobar sus proyectos de ley, trámites que por ahora le son esquivos, siendo el primer presidente sin iniciativas aprobadas en su primer semestre.
Teniendo en cuenta que Milei no puede ni –fundamentalmente- quiere resignar el recorte del gasto público para alcanzar su meta de déficit cero, se complican sus relaciones con las provincias. Es que no hay forma de alcanzar el equilibrio por vía de ajuste sin hachazo a las finanzas locales. Ese rubro, junto a jubilaciones, obra pública y subsidios económicos, constituyen el grueso de las erogaciones capaces de mover el amperímetro. Cuando el Presidente niega la licuación, para desmentirlo no hace falta una investigación muy profunda: sin eso -ni paga Dios, vale agregar-, sencillamente no sería posible el superávit fiscal.
Milei podría explorar acuerdos de otra clase, que no dinerarios. Ahí irrumpe el problema de la convivencia con lo que queda de Juntos por el Cambio. Especialmente, el PRO. En su libro Primer Tiempo, el expresidente Mauricio Macri les contesta a quienes le reprochan haber descartado durante su mandato una alianza más estable con el justicialismo no-kirchnerista. ¿Qué pretendían, que postergara las ambiciones de los propios en las provincias gobernadas por el peronismo?, dice –la cita no es textual- el ex alcalde porteño.
Milei, entonces, no puede acordar con los gobernadores a través de lo que Cristina Fernández de Kirchner denominó toma y daca en su último documento, pero tampoco tiene a mano la política, porque entonces se tensiona su entendimiento con el macrismo, que predica antiperonismo y caracteriza al movimiento como “clave para comprender el fracaso nacional” desde antes que el presidente. De hecho, desde muy temprano en este mandato, en redes sociales se registraron operaciones contra el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, por parte de cuentas asociadas a lo que fuera JxC, debido a que se corrió apenas un poco de la política de Comodoro Py.
Por último, si tratase de contentar a ambos, no alcanzaría su meta fiscal. Existen dos problemas adicionales: el Fondo Monetario Internacional, que le exige a Milei robustez política para el ajuste, esto es, que se consolide en leyes votadas por amplias mayorías en el Congreso. Difícil, porque además en el peronismo del Senado, ahora el factor más gravitante es CFK, a diferencia del inicio del macrismo, cuando la expresidenta pesaba más en Diputados. Cada voto en la cámara alta pesa más del triple proporcionalmente que los de la baja y, para el gobierno, el kirchnerismo resulta inaccesible, a diferencia del resto del peronismo.
Con un recinto bloqueado, no hay acuerdo posible y a Milei solo le queda sostener sus DNU en Diputados, donde puede conseguir ayuda, pero de todas maneras partiendo desde más de dos tercios adversos -aún contando a PRO como oficialismo-, lo que lo vuelve muy costoso. El pato de la boda está siendo Macri, que actúa de oficialismo bis a cambio de nada. El Presidente le negó todo lo que le solicitó. A lo mucho, podrá llevarse la privatización de los clubes de fútbol, que lo obsesiona desde siempre, pero que es cambio chico para alguien con aspiraciones de jefe (y, encima, lo capitaliza Daniel Scioli). Circula que, tras la eventual sanción de la ley bases, se diferenciará: ¿representando qué se endurecería? ¿Formas? ¿Hay demanda para eso?
Entonces, el Gobierno nacional, frente a ese callejón sin salida, apuesta a patear la pelota para adelante, reemplazando leyes por discusiones públicas a su respecto, a la espera de buenas noticias económicas. Milei está convencido de que eso algún día sucederá y, entonces, podrá aliviar su trilema. O bien, seguir como viene, achurando las partidas presupuestarias que tiene a mano hasta las legislativas 2025, ahí conseguir más diputados y senadores y así reducir su dependencia de los ajenos. Y tiene lógica, pero es una moneda al aire. Si planea contar con los mercados, un día quizá pierde su favor y se derrumba el castillo de naipes.
Por Pablo Daniel Papini (abogado).
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