Algunos gorriones descansan en los árboles, otros vuelan hacia el centro del cielo, como pequeños cometas que se pierden en las nubes, mientras la noche aprieta el atardecer rojizo que da sobre el cemento. Estoy esperando el micro que me lleva a casa después del trabajo. Es temporada de verano, el aire es denso y puedo ver desde el otro lado de la ruta, varios autos llegando al hotel en el que trabajo. No me gusta este lugar. Ansío irme antes de llegar, y el solo pensar en la gente que debo atender, preparar el desayuno, la merienda, sus miradas, me cansa. Todo agota. Pero a esta hora de la tarde noche, esperando al costado de la ruta, me cubre una sensación de alivio, donde todo parece estar en ninguna parte. En ese tiempo, yo era la ausencia en ese campo abierto, y cuando esperar era la única opción, leía poemas de Louise Glück.
Glück nació en un suburbio de Long Island, Nueva York en 1943 y murió el 13 de octubre de este año a la edad de 80 años. Fue una poeta estadounidense, que logró los máximos premios que alguien que escribe puede lograr: Premio Nobel, el Pulitzer y el Premio de la Academia Americana de Poetas. Además de recibir el honor de la Medalla al Mérito en las Artes y Humanidades por el expresidente Barack Obama. Cuando uno escribe, y lee un poema tan bueno, tan certero, ocurre una doble operación: la sensación de que no podrá escribir nunca nada tan bueno como el poema recién leído y la otra, dejar el libro y sentarse a escribir. Con Louise Glück sucede esto que describo.
En una entrevista, ella dijo «Escribo para mantener el asombro», mientras tecleo, pienso en Ricardo Piglia quien decía que se escribe porque se está desajustado con el mundo. Es muy raro esto, pero Maradona en una entrevista, contaba que un jugador de Básquet famoso Shaquille Oneal lo había imitado, el periodista lo miró impactado, dándole a entender cómo iba a sorprenderse por cosas así, siendo él Diego Maradona. Entonces le contesto “Y si, loco, si perdes la sorpresa, perdes todo”.
Ese asombro en casi toda su obra es un asombro oscuro y extraño. Se puede ver en unos de sus poemas más famosos, El iris salvaje, como deslumbra esa voz descarnada: “Al final del sufrimiento, me esperaba una puerta. / Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo. / Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante. / Y luego nada. / El débil sol temblando sobre la seca superficie. / Terrible sobrevivir como conciencia/ sepultada en tierra oscura. / Luego todo se acaba: aquello que temías/ ser un alma y no poder hablar / termina abruptamente. La tierra rígida se inclina /un poco, y lo que tomé por aves / se hunde como flechas en bajos arbustos. / Tú que no recuerdas / el paso de otro mundo, te digo / podría volver a hablar: lo que vuelve del olvido vuelve / para encontrar una voz: del centro de mi vida brotó / un fresco manantial, sombras azules / y profundas en celeste aguamarina”.
A veces en poesía, es fácil caer en un sentimentalismo por la euforia del sentir, en cambio la obra de Louise está poblada por imágenes, es decir, poemas líricos pero abordados con una habilidad de ver el propio dolor desde afuera. Como alguien que observa el paisaje y lo escribe al igual que este poema: En mi primer sueño el mundo parecía / lo salado, lo amargo, lo prohibido, lo dulce. / En mi segundo sueño / descendía, era humana, / no veía nada de nada bestia / como soy debía tocarlo, contenerlo me escondí / en la arboleda, trabajé en los campos / hasta que quedaron yermos un tiempo / que nunca volverá- el trigo seco en gravillas, / cajones de higos y aceitunas. / Hasta amé alguna vez, / a mi manera / repugnante, humana y como todo el mundo / llamé a ese logro libertad erótica / por absurdo que parezca. / El trigo cosechado,/ almacenado; seca la última fruta / el tiempo que se acumula /, sin usar, ¿también termina?”
Louise en su discurso de aceptación del Premio Nobel dijo: “Los poemas a los que más apasionadamente me he sentido atraída durante toda mi vida son como los que he descrito: poemas de selección o complicidad íntimas, poemas a los que el oyente o el lector contribuyen de manera esencial, como destinatarios de un secreto o de un clamor, a veces cómplices”. Escribió desde una voz íntima, dedicada y que invitaba al lector a oír con los ojos. Escribía contando un secreto a un campo abierto.