Por Carlos Caramello.-
“De dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo:
de la derecha cuando es diestra
y de la izquierda cuando es siniestra”
Mario Trejo
Más confundidos que Betty Sarlo entrevistada por Toti Pasman, los líderes y lideresas de la derecha vernácula -ese conglomerado de lo mismo, presentado bajo distintos envases y etiquetas- se revuelven como pichichos que intentan morder su cola buscando resolver algo que podría denominarse “interna” si no estuviese atravesada por la violencia intrínseca que los habita.
El “Patrón”, esa suerte de “padrino al que le falta un golpe de horno”, esa mezcla de mafioso cinematográfico y cafisho de Barrio Parque, ha devenido en una especie de eunuco político: quiere… pero no puede. Ni pagando las encuestas consigue que sus números de imagen positiva alienten algún tipo de esperanza mientras ve como, a su alrededor, “se prueban la ropa que va a dejar”.
¡Malaya triste destino, el empresario argentino!, podría parafrasear uno, pero no. Porque los que le bajaron el pulgar y casi lo entregan a los leones son, precisamente, empresarios. La mayoría castigados durante el gobierno del Mamerto: porque no les compartió los negocios (todo era para él y sus amigos); porque intentó, o logró, calotearles sus empresas y hasta porque algunos tuvieron que pernoctar tras las rejas por negarse a firmar declaraciones estrambóticas. Lo cierto es que el círculo rojo y sus cordones periféricos te pueden perdonar muchas cosas… menos las deudas.
Todos sabemos que cuando «el gato no está, los ratones bailan». Pero en esta ocasión son tantos que se están llevando por delante.
El que picó en punta fue el Ratón Calvo (rodent calvus), rara especie de roedor de derecha moderada ilusoria que logró vender imagen de buen administrador… pero mal marido. Este animalito, típico de lugares de llanura, no advirtió que, en cuanto asomara la cabeza, se la iban a querer cortar… fruto de la geografía, claro. Zafó, en principio, de algunos guadañazos y hoy exhibe cierta “fortaleza” más ligada a la invisibilización de sus errores que a sus propias virtudes. No hay que dejar de tenerlo en cuenta pero tampoco sacralizarlo.
La Rata Dipsómana (dipsmaniac rat), temida por su ferocidad, su violencia y su falta de escrúpulos, apareció, en principio, como la preferida. Sin embargo, la ausencia de apoyos contundentes -más allá de los que le brindan algunos sectores muy cerriles de la Derecha recalcitrante y un par de embajadas que ven tambalear su antiguo poderío-, la han sacado del centro de la pista de baile.
Otro roedor, el Ratón Bufón (ioculator muris), reconocido por sus ojos celestes y su gestualidad de energúmeno, es un espécimen que, si bien sólo ha girado por las márgenes de este meneo, no deja de ser ese ejemplar buscado para producir alguna cruza que permita mejorar la raza.
Se ha sumado, en los últimos día, la Rata Virginal (virginalis rat) quien luego de fracasar en sus gestiones en la Ciudad Autónoma y en la Provincia de Buenos Aires, ha decidido que ya es hora de defeccionar a nivel país. Sin embargo, todos son conscientes de que, tanto ella como la Ratona legisladora (legislator mus) -que recientemente salió de su auto infringida hibernación política para candidatearse “por el bien del espacio” y “porque Dios se lo recomendó”-, lo único que buscan es un lugarcito bajo el sol del poder: léase un carguito.
También parecen haber despertado esa sub clase de roedores radicalizados (radicalized talpas) quienes han descubierto que fueron ellos los que pusieron votos, fiscales, locales partidarios, militancia y compromiso a cambio de… desprecio. Y ahora, creen (aunque no confían) que ha llegado su momento.
Estos están liderados -por ahora- por el Ratón Inmoral (sceleratus mus), de procedencia cuasi andina quien, sin deseo ninguno de abandonar la quebrada que tanto poder le ha conferido, impulsa al Roedor Neurocientífico (neuroscientist roden), uno de los especímenes más peligrosos porque tiene menos códigos que Hammurabi antes de mandar a grabar 82 leyes en una piedra (entre otras, la famosa Ley del Talión… que parece hoy signar el ritmo de la bailanta a la que referimos).
Lo interesante de esta reunión danzante es que, cada rata o ratón tiene su caterva de acólitos que, deseosos de ganar la confianza y el respeto de sus jefes, son capaces de las mayores agachadas políticas: mentir, engañar, espiar, traicionar, acusarse de diversos crímenes (han incluido el asesinato) y vaya a saber cuántas atrocidades más.
Sin embargo, la mayoría de los medios que, por razones económicas y/o ideológicas son partes del bailongo, parecen más entretenidos en contar como los integrantes del oficialismo -centrales o periféricos- se hacen zancadillas más propias de una troupe de alumnos de colegios religiosos que de agrupaciones peronistas enfrentadas, cosa que podría atribuirse a una epidemia de corrección política o simplemente a ese fino tono pastel que tiñe a las progresías.
Puede que, como decía Juan Perón, “Los peronistas somos como los gatos, cuando parece que nos peleamos, nos estamos reproduciendo”… Y vaya si esa reproducción peronística es hoy necesaria. O puede que, a esta altura, por imperio del frentismo, apenas seamos una bolsa de gatos (tal vez, y sólo tal vez, con una perra adentro).
Lo que es seguro es que nunca vamos a ser una colonia de ratones y ratas que, como plaga, operan para devastar la Argentina.
Por Carlos Caramello.-
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