Por Eduardo Sartelli (Vía Socialista)
El gobierno levantó solo parcialmente el cepo. Las empresas, las verdaderas demandantes de dólares en forma masiva, tendrán que esperar hasta el año que viene. Entonces, la única fuente importante de demanda que resta es el propio Estado. Muchos analistas supusieron que, aun con las empresas fuera de juego, las compras del Estado, obligado a acumular reservas por el acuerdo con el FMI, impulsarían al dólar hacia la parte superior de la banda. Sin la intervención del BCRA la demanda se queda sin más aire que el que le puedan aportar particulares e importaciones. Eso explica que la banda real se ubique entre 1.175 y 1200. Como sea, la “salida” del cepo es falsa.
En realidad, lo que el gobierno ha hecho es cambiar el esquema cambiario, saliendo de una situación que se había vuelto compleja. No es la primera vez que lo hace: este es, por lo menos, el tercer “plan económico” de Caputo. En todos los casos, el objetivo es siempre el mismo: solucionar el problema de la inflación por la vía “deflacionaria”, es decir, fijar un dólar bajo y obligar a la economía a reducir costos. La competencia debería empujar los precios por el tobogán, con el consecuente aumento de la importación y la desaparición de empresas, incapaces de mantener el ritmo de la canción libertaria. Dos problemas surgen aquí: cómo se financiarán las importaciones en brutal ascenso; qué pasará con los desocupados, también en brutal ascenso.
El gobierno gusta de responder que la soja, el petróleo y la minería resolverán el primer problema y que en lo único que hay que pensar ahora es en cómo llegar hasta que los dos últimos produzcan lo que se espera de ellos, es decir, una lluvia de dólares. Con dos “pampas” más para sumar a la primera, no debiera haber ningún sobresalto para enfrentar las exigencias de un país económicamente extrovertido a más no poder. Se trata de construir “puentes” hasta esa situación idílica. El primero fue el ajuste inicial (recesión+ajuste previsional y de obra pública+cepo); el segundo, el blanqueo; el tercero, el préstamo del FMI. Se discute hasta cuándo aguanta este nuevo paso sobre las aguas peligrosas de la incertidumbre cambiaria y si este esquema empuja a la economía a un enfriamiento y al renacimiento de la tendencia ascendente de la tasa de inflación. El gobierno busca evitar las dos consecuencias de un dólar planchado en un nivel insuficiente. Insuficiente porque, como decían los “mandriles”, Milei tuvo que devaluar y abandonar la tablita. Cierto que el “saltito” devaluatorio no dispara números peligrosos en las estadísticas del INDEC, pero tampoco mejora la competitividad de sectores clave de la economía. En cierto sentido, el resultado del nuevo “plan” es doblemente malo: no cambia los números de los sectores apretados por el “súper peso”, al mismo tiempo que hace difícil volver a la senda que llevaba al ansiado 1% mensual. Habrá que esperar a mitad del año que viene, dice ahora el presidente.
Este resultado ambiguo de la maniobra, pone en duda el escenario político de octubre, que puede ser muy desfavorable para el gobierno si la inflación no baja y los “brotes verdes” se pudren. De allí las últimas iniciativas de Caputo: emitir para estimular la demanda; contener los precios “apretando” empresas, bien que no a un estilo “morenista”; prometer instrumentos que estimulen el uso de los “dólares del colchón”. Estas acciones se sumarían, entonces, al cepo “2.0” y a la contención del dólar mediante una nueva intervención, también “2.0”: la venta en el mercado del dólar futuro y el incumplimiento de las metas de acumulación de reservas acordadas con el FMI. La emisión para asistencia al Tesoro por parte del BCRA, se justifica con la excusa de que se trataría de ganancias “reales” y de que serían solo reserva por si el gobierno no alcanza a renovar letras, como sucedió la semana pasada. O sea, se diga lo que se diga, se emite para pagar deuda en pesos. Se trata, por esta vía, de no convalidar un aumento de tasas, que podría meter presión a la inflación y afectar el crecimiento, aunque desestimula el carry trade internacional con el que se pretendía aumentar la oferta de divisas. Dicho de otro modo, por caminos intrincados, se arma un “plan platita” para las elecciones de octubre.
La protesta de los afectados crece y obliga a tirarles un hueso: si bien el impacto real de la eliminación de las retenciones a las exportaciones industriales se verá recién cuando la promesa pase al papel, la UIA tiene algo para festejar. Pero para que la fiesta se generalice hace falta que la plata aparezca. ¿RIGI? ¿Carry? ¿Privatizaciones? Poco, pero ahí vamos. Este complejo y enrevesado cuadro, en que se cruzan desordenadamente sogas desde los lugares más insólitos para contener el precio del dólar, apunta siempre al mismo problema: ¿qué pasa si la estrategia deflacionista no funciona, como ya ha sucedido varias veces? Muy probablemente, la realidad desempolvará la devaluación brusca que hoy parece bien guardada. Ya se sabe que eso es pan para hoy y hambre para mañana. ¿Entonces? ¿Qué hay que hacer con el dólar? O, lo que es lo mismo, ¿cuál es el “verdadero” precio del dólar?
La respuesta es sencilla: ninguno. El tipo de cambio es un instrumento de política económica, no puede tener como finalidad congelar lo que por lógica no puede congelarse: el valor de la divisa que funciona como moneda mundial fluctúa permanentemente, lo mismo que las de los países que comercian/compiten con Argentina, lo mismo que el peso argentino, que se mueve al compás de la dinámica macroeconómica global y local y, a largo plazo, de la evolución de su propia productividad nacional. Por otra parte, el tipo de cambio no solo es expresión de la realidad de un estado dado de la economía nacional (que no puede ser alterado a voluntad sin sufrir las consecuencias, sin importar el sentido, hacia arriba o hacia abajo, de dicha intervención), sino que también lo es de la puja política interna por el sentido del proceso económico. Es decir, el tipo de cambio expresa no solo un nivel dado de productividad general de la economía, sino una estrategia específica de desarrollo. Por eso, más que el nivel “verdadero”, hay que preguntarse por el nivel “correcto” del dólar. Entendiendo “correcto” por aquel que es funcional a esa estrategia, sin importar si es viable o no. El tipo de cambio que prefiere Milei es funcional a su estrategia, lo que se ha denominado ya como Belindia: un país “eficiente” para pocos, donde una parte vive como en Bélgica y otra como en la India. Si es viable, se verá: necesita construir varios puentes y que del otro lado algún día haya tierra firme, por un lado; que no la destruya la inviabilidad social que promueve, es decir, que la gente se la aguante. ¿Es posible llegar a Belindia con otra política cambiaria? Probablemente. Pero esta es la más directa. Es decir, la más funcional. En estos términos, un dólar a 1.000 es más que “correcto”.
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