21 de noviembre de 2024

Crece desde el pie

Foto: Juan Roleri.

“Milei: la UBA también
tiene las facultades alteradas”

Cartón pintado para la marcha

Por abajo. A pie. En la calle. Entre pibes, mujeres, hombres grandes, muchachas combativas. Mezclado. Hermanado. Así vivo mis marchas. Y aunque sepa que de esa manera es muy difícil dimensionar el tamaño, que nunca voy a ver a todos, que va a haber una parte grande de la jornada que me voy a estar perdiendo, les puedo asegurar que es la mejor manera de tener clara la emoción, y retenerla.

Así caminé mi marcha de ayer. Con una sonrisa en el rostro -que imagino un poco estúpida-: la que me pintaron los miles de abrazos, los cánticos, la alegría íntima de los que iban bajo pancartas de algún sector o agrupación, o sencillamente sumados en familia, con los hijos, caminaban lento, empujando para llenar cada espacio, cada lugarcito que quedara libre.

A contramarcha caminé mi marcha -vieja costumbre de cronista de medios gráficos-, mirándome en los rostros de tantas y tantos que al grito de “traigan al gorila de Milei, para que vea, que este pueblo no cambia de idea, pelea, pelea, por la educaciónavanzaban, no hacia Plaza de Mayo sino hacia su propio futuro.

Y en todos y cada uno que vi, me recordé yendo a la facultad hace tantos años, con la secreta convicción de que iba a ser parte de la construcción de una Argentina mejor. “Qué hacés acá, pibe”, me había interpelado María, la del barrio Altos de San Lorenzo, cuando estudiaba en La Plata. Era 1974, yo tendría unos 20 años. “Milito, trato de ayudar”, había balbuceado. Dura como era, aquella mujer a la que le faltaban dientes pero le sobraban agallas, me pasó el mate y me dijo: “Dejate de joder. Recibite, y ahí sí tratá de ayudarnos desde otro lugar”. Fue un mandato que me marcó la vida. Y ayer, entre tantos rostros, creo haber visto a María que me sonrió cuando nos cruzamos.

Tantos me sonrieron. Tantas me saludaron. Con tantos estuvimos unidos por ese hilo invisible de las miradas que se hablan. Y los abrazos. Compañera. Compañero. Y las certezas. Y las dudas. ¿Qué hacemos ahora, maestro? ¿Caramello, vos que decís que va a pasar?

Tengo cientos de fotos con otros como yo. Esperanzados por ese puñadito de arena que sumado arma desiertos. Tengo abrazos a la distancia, cuando caminé desde Pasco tratando de llegar a la Plaza de los Dos Congresos. Tengo encuentros sentidos cuando doblé por Bartolomé Mitre para irme por Callao. Tengo sonrisas eternas, roces de manos, saludos imposibles de llegar.

https://twitter.com/DeudaPrometida/status/1783149009030295625

Y los carteles a mano alzada, sobre cartón, que rezaban: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”, “Creo que educar es combatir y el silencio no es mi idioma”, “Por qué tanto miedo de educar al Pueblo”, “Con este gobierno, el abecedario es OBDC”; “Quien no se mueve, no siente las cadenas, UNLP”.

Y otros más directos, como: “No pasaron el CBC, por eso la quieren cerrar”; “Jamoncito, te vamo´a fetear”; “Tiene la papada fritas” y “Sin ciencia no hay Conan”. Frases que sintetizaban ese sentimiento de no conocernos, pero necesitarnos todos para dar la batalla.

¿Medio millón? ¿Ochocientos mil? ¿Millón y medio en todo el país? ¿Qué importa? Si la mejor respuesta que tuvieron a mano fue el repentismo de la vicepresidenta Victoria Villaruel provocando a una Hebe de Bonafini que ya no puede contestar pero que estaba contestando en cada uno de los que marchábamos, están jodidos.

Volví a casa pensando que Javier Milei se equivocó de enemigo. Y recordé que Carlos Menem rompió con su alianza con los empresarios (recuerden sus ministros de economía surgidos primero de Bunge & Born y luego de Arcor vía Fundación Mediterránea) el día que se negó a entregar la educación pública y, aliado con la Iglesia, hizo su propia Ley Federal de Educación. Y pensé en el costo que van a pagar esos gobernadores que negocian prebendas personales con este Gobierno al que el futuro se le acaba de parar de manos.

Hoy me desayuné con la imagen publicada por el Presidente de un león bebiendo de una taza que rezaba: “Lágrimas de zurdos”… y la sonrisa volvió a pintarse en mi cara.

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