Cuando mi padre cayó en terapia intensiva, y el doctor dijo que no podía asegurar nada, sentí un dolor desde el pecho hasta el estómago. Es ese tipo de dolor mezclado con terror que llega para no irse.
A veces, pienso, que pocas cosas son tan transferibles a través de la palabra como el amor, el miedo y el dolor. Quiero decir, como si la lengua del dolor fuera una sola que va transformándose con cada persona. Y que uno olvida las palabras del pasado pero aprende las del porvenir.
Sartre pensaba algo parecido sobre el cuerpo. Decía que este existe en tres dimensiones, y que la dimensión total del cuerpo es cuando se es visto por otro, “Con la aparición de la mirada del otro, tengo la revelación de mi ser-objeto […] es de mi ser-ahí-para-otro de lo que soy responsable. Este ser-ahí es precisamente el cuerpo”. También Sartre dijo que la conciencia no es conocimiento de las ideas, sino conocimiento práctico de las cosas. No basta conocer la causa de una pasión para suprimirla; hay que vivirla, hay que combatirla con tenacidad. ¿Pero cómo se lucha contra el propio cuerpo? ¿Cómo se suprime ese terror erradicable? Ese horror que me despierta por las noches sin motivo, sin causa. Que está en el estómago, pero a la vez no está. Que está también en la mirada, en las manos cuando se contraen y uno tiembla de miedo. No existe “pienso y luego existo”, porque el saber se olvida del dolor y el sufrimiento.
Me pregunto, a veces, ¿cuánto puede un cuerpo? ¿cuánto soporta? Por supuesto que no tengo respuesta, y tampoco estoy seguro si alguien la tiene. Pero en el fondo esta es siempre la pregunta fundamental. Siempre es la misma pregunta pero con diferente enunciado.
Hay un poema de Claudio Bertoni que me gusta mucho, se llama No estamos hechos. El poema es breve, pero Bertoni tiene esa capacidad de abordar lo simple, virtud que también tuvieron Basho e Issa en sus haikus, decir mucho con pocas palabras. El poema dice “no estamos hechos para soportar ni la décima parte de lo que soportamos”. Acá va otro: “Nadie más veloz que el dolor. Ni siquiera la morfina”. Heredamos sufrimiento como heredamos modales. El dolor se impone como un paisaje a la mirada. La palabra puede ser un proyectil o una caricia.
Mi padre salió de terapia y a medida que mejoraba, me atravesaban recuerdos como fotos. Imágenes, fotogramas que quería repetir. Querer retroceder por culpa y por dolor. La memoria no puede funcionar de otro modo, -parafraseando a Piglia- uno pisa el pie de un recuerdo y llega el zarpazo y la sangre. ¿Cuánto soporta un padre?
Alejandro Zambra aborda esta pregunta con ternura en Poeta Chileno, una de sus novelas, donde claramente habla de la poesía, la importancia de la misma para vivir, para soportar, para unir y sobre todo habla de la relación entre padrastro e hijastro, que en definitiva son padre e hijo. Zambra dice “El padre señala con sutileza y autoridad la forma correcta de patear la pelota, porque el padre sabe de esas cosas. El padre se deja ganar, porque para ser un buen padre hay que dejarse ganar. Ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota sea verdadera”.
Un padre se ocupa de ir hacia el cuerpo. Un padre se ocupa de perder.