El eterno retorno: la prisión de Cristina y el nuevo escenario político

Por Eduardo Sartelli*

«Maquiavélico» es un adjetivo peyorativo, al menos para el uso común y corriente. El padre de la teoría política llegó a tal lugar relevante en la historia del pensamiento estableciendo una distinción elemental entre valores y hechos, entre deseos y realidades, entre la lógica de lo necesario y la del deber. La política se analiza científicamente cuando se dejan de lado todas las consideraciones que impiden observar el hecho político como tal o, si se quiere, la geometría estricta del poder. Como los teoremas famosos, esos que todos aprendemos en la secundaria, dado cierto punto de partida, cierto axioma, lo demás se deduce con precisión y no caben allí opiniones ni intrusiones de otro tipo. Cuando se habla de política, esas intrusiones se deben a “lo moral” o a lo ideológico. Una nos lleva al mundo del deber ser, la otra al del así me gustaría que fuera. Examinar científicamente la política implica abstraerse de tales determinaciones, lo que suele caer mal, resultar impropio o condenable para aquellos que no entienden la lógica del poder. Probablemente, entonces, lo que aquí digamos no guste ni a tirios ni a troyanos.

Como sucedió casi con todos los miembros de eso que Milei, inexplicablemente excluyéndose a sí mismo, llamó “la casta”, la irrupción de LLA significó para Cristina Fernández un golpe de los que duelen, un gancho al hígado, que, si no noquea, deja fuera de combate a más de uno. Al mejor estilo Canelo Álvarez, el presidente condenó a casi todos los políticos relevantes del país que no absorbió en su propio redil (Bullrich, Scioli) o al silencio (Massa) o a la queja resentida (Macri), cuando no al intento de resurgir de las cenizas participando de elecciones municipales muy alejadas, jerárquicamente hablando, de la estatura institucional que supieron alcanzar (Cristina, Larreta). Aunque CFK se planteaba a sí misma como Leónidas en Termópilas, ir a perder, si fuera necesario, para rescatar la causa, lo que Gramsci llamaba la derrota que se gana su derecho a la resurrección, podía leerse de otra manera: te refugiás en el más recóndito rincón de lo poco que te queda. Presentarse en San Isidro, Vicente López o Acassuso, claramente apuntalaría el primer relato. En La Matanza, el segundo. Como sea, aún allí donde el peronismo nunca pierde, Cristina podía perder, sobre todo por el apabullante ausentismo que golpea a su partido más que a nadie. La prisión la salvó de un riesgo mortal. Suena feo, pero es maquiavélicamente cierto.

No solo eso. Eliminó a la única astilla del mismo palo que venía surfeando la debacle general. En efecto, si alguien sale perjudicado por este brutal realineamiento de posiciones en el damero político es Axel Kicillof. Porque no hay peor cosa para quien disputa un espacio que tener que salir a defender a su contrincante. En un solo día, el gobernador bonaerense vio diluirse una larga, paciente y articulada estructura de relaciones con intendentes, gobernadores y sindicalistas, un conglomerado al que, incluso, logró ponerle un nombre propio: Movimiento Derecho al Futuro. La dos veces presidenta ahora dirige, agrupa y decide. Si el peronismo pierde, es culpa de Axel, que adelantó las elecciones. Si gana, será difícil despegar la victoria de la épica que ella supo construir con un par de salidas a un balcón sin macetas. Porque lo que caracteriza a todo político con ambición de poder, es la capacidad para construir, con los materiales que encuentra en el camino, una épica. No hay política sin épica.

En este punto, probablemente se ofendan quienes esperan una diatriba moral condenatoria. Pero lo real, el hecho, es la aparición de una épica en una oposición sin rumbo y sin relato: frente a la épica del disparate y la motosierra, una del retorno, tan cara al peronismo. El héroe ha pasado a las sombras, donde debe luchar una terrible batalla para volver y que se haga de nuevo el día. El cruce de la Estigia, el viaje de Osiris, la epopeya del rey abandonado en una canasta, como Sargón de Akad, Moisés o, mucho más acá, el Montecristo de Echarri que retorna del olvido para restaurar el orden verdadero, la verdad y la justicia. ¿Por qué no eligió El Calafate en lugar de ese departamento inevitablemente reducido en comparación con aquel ensueño patagónico? Por razones obvias: el 2027 tiene ya una candidata anotada y nada dice que, luego de Trump o Lula, no haya dos sin tres. Por eso, el lugar, por eso la marcha. Cristina sabe, como pocos en la Argentina, del valor de la épica. Si la condena fue un acto deliberado para sacarla de la cancha, logró exactamente lo contrario. Dándose cuenta tarde, el gobierno negoció con el poder judicial para evitar una escena consagratoria: sola, por la calle, caminando con centenares de miles detrás, desde Constitución hasta Comodoro Py. Hubiera sido un espectáculo político de magnitud histórica, digno de ver.

Cristina ha iniciado el Operativo Retorno, el “luche y vuelve” ¿Con qué cuenta para semejante hazaña? Con dos armas cuyo poder dependen solo en parte de lo que quien las esgrime puede hacer: la reconstrucción de una militancia para esa épica; los errores de su enemigo. La primera pareciera haberse iniciado ya, gracias a la Corte. Casi todo el peronismo tuvo que ponerse a su servicio. Y si las imágenes profusamente distribuidas por C5N, de militantes de todo el país convocados apenas por su gesto son ciertas, si la euforia que produce una derrota con esperanza es cierta, Cristina está ahora en el mismo punto en que la dejó la muerte de su esposo: una mujer sola contra el mundo, la generala que arenga a las tropas dispersas y desconcertadas, al borde de la trinchera, indicando la única acción posible: adelante. Una Juana de Arco. En términos gramscianos, otra vez, la Corte le ha permitido a Cristina la recomposición del imprescindible componente “espiritual y moral” de todo ejército, sin el cual no hay armamento que valga, por sofisticado que sea. La otra, que no depende de su voluntad, es la que cuentan a su favor todos los opositores argentinos de todos los tiempos: que al gobierno “le vaya mal”. Si eso sucede, Cristina tiene por delante un camino difícil, duro, cuesta arriba, pero posible.

En este cambio abrupto de escenario, solo queda una pregunta: ¿para qué volver? Es decir: ¿cuál es el programa para hacer qué con la Argentina? Por ahora todo gira en torno a las posiciones relativas en un tablero de ajedrez. Pero nada de eso indica qué es lo que Cristina quiere hacer con el país, cuál es su plan estratégico de desarrollo. Si la canción es la misma, cualquier observador objetivo concluiría, legítimamente, que vamos hacia otro fracaso. El problema, entonces, es que el retorno de Cristina a la centralidad política parece anular toda novedad en la oposición progresista a la crueldad libertaria. De ser así, tanta épica personal puede terminar tan mal como el camino que llevó a Alberto y, por lo tanto, a otros retornos.

*Por Eduardo Sartelli (Vía Socialista).

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