Por Eduardo Sartelli*
Hace unos días, el politólogo Andrés Malamud, en un reportaje con Ernesto Tenembaum, reconoció algo que el triunfalismo del gobierno pareciera haber logrado colocar en la cabeza de los derrotados: esta vez será distinto. Esta afirmación, un acto de fe más que una certeza empíricamente sustentable, viene meneándose desde el inicio de la gestión Milei como argumento contra otra que sí puede sustentarse en la historia reciente: ¿por qué va a tener éxito una fórmula que ya fracasó muchas veces? Que Malamud, que siempre fue crítico con Milei, termine aceptando la posibilidad de un éxito real del que antes descreía, es un síntoma de cuán profundo ha calado el resultado de las elecciones del 26 de octubre. Que el propio Tenembaum, preocupado, lo consulte con su economista de cabecera, Emanuel Álvarez Agis y este, con reparos, dé por válida la chance enunciada, demuestra que no es una sensación individual, sino que es un estado de ánimo dominante entre muchos que suponían que el gobierno estaba en la cuerda floja.
¿En qué sustentaba Malamud esta nueva apreciación de las posibilidades del experimento libertario? En la presencia norteamericana. Hasta ahora, el gobierno tenía pesos, dice, producto del superávit fiscal, pero no dólares. Hoy, tiene pesos y dólares, porque se los “regala” (no lo formuló así, pero pareciera implícito en su planteo) el dueño de la fábrica de dólares. ¿Por qué sucede esto? Porque hay una “invitación al desarrollo”. En una curiosa teoría del desarrollo económico, Malamud da ejemplos de cómo, en realidad, no existe ningún caso de desarrollo real sin el auxilio de la potencia dominante, que “invita” a países atrasados a compartir su camino hacia la riqueza. La enunciación deja mucho que desear, entre otras cosas, porque “invitar” es una expresión lo suficientemente vaga como para que entre allí cualquier gesto político o económico hacia los “invitados”, desde el Plan Marshall hasta unos pocos morlacos para llegar a una elección. Dado que todas las versiones anteriores de “mileísmo” no recibieron tal “invitación”, esta vez será distinto, porque, gracias al presidente que odia las papas fritas, la tarjeta llegó y lo hizo envuelta en billetes verdes. Si bien Álvarez Agismatizó abundantemente la argumentación, no dejó de coincidir: la “nueva” relación con los EE.UU. puede marcar un antes y un después en la evolución económica argentina. Veamos la idea más de cerca.
El sistema capitalista tiene una serie de características estructurales. Una de ellas es la competencia. A la corta o a la larga, el capital más eficiente toma ventaja. Esa ventaja, lejos de disminuir, crece con el tiempo. La teoría de intercambio internacional de David Ricardo, suponía lo contrario: el libre comercio tendía a especializar a cada país en torno a sus ventajas comparativas, de modo que, tarde o temprano, el sistema se equilibraba y todos salían igualmente gananciosos, haciendo cada uno lo que mejor sabe hacer. A la larga y siempre que no hagamos trampa. Esta es la base intelectual de la defensa liberal del librecambio. La problemática del desarrollo surgió como constatación de que esta pretensión era falsa. Que,si los países atrasados no hacían algo para compensar esas diferencias, la brecha ser haría cada vez peor. El padre de esta tendencia económica que defiende la protección de las industrias tempranas, fue, ni más ni menos, que un norteamericano que, como Trump, amaba las tarifas: Alexander Hamilton. Hamilton inspiró al alemán Friedrich List, el teorizador por excelencia del proteccionismo: la ruta del desarrollo comenzaba con el rechazo del librecambio. Va a ser la experiencia bolchevique la que le va a agregar a este cuerpo teórico en crecimiento, un nuevo órgano: el cerebro, la planificación. Desarrollo supone, a partir de allí, no solo protección sino también planificación estratégica. Es la fórmula de China, sin dudas, y no media aquí “invitación” alguna. La protección y la planificación pueden compensar el atraso relativo de los países que parten de más atrás.
Sin embargo, hay otros mecanismos de compensación: una masa de mano de obra muy barata, abundante y brutalmente reprimida; recursos naturales que obligan al capital a radicarse localmente, como la minería o la agricultura. Pero nada de esto tiene que ver con “una invitación”. Es el resultado, en el mejor de los casos, de un desarrollo “asociado”: un país necesita lo que tiene el otro, que a su vez desea lo que el anterior posee. Es el caso de Argentina e Inglaterra.Es cierto que hay mecanismos de compensación que se parecen más a una “invitación”. La geopolítica es uno de ellos, quizás el más importante. Alguien anotaría aquí el mencionado Plan Marshall, que habría “invitado” al desarrollo a Alemania. Pero suponer que los alemanes deben a un préstamo más bien mezquino su resurrección, implica olvidar cien años de desarrollo económico de la que supo ser la segunda economía del mundo en su momento. Lo mismo se puede decir de Francia, Inglaterra o Japón.Más claro es el caso de Corea del Sur, el país más beneficiado en la historia por los subsidios yanquis. Insinuar que alcanza con la “invitación” es ignorar las características de la sociedad y las vicisitudes de la política (y de la política económica en particular) de los surcoreanos. Dicho de otro modo: no alcanza con que te inviten a la fiesta, tenés que ir bien vestido. Y no es el caso de Argentina.
La ausencia de nuestro país en la fiestita yanqui tiene que ver con algo sencillo: la Argentina no encaja con EE.UU. Ellos venden lo que nosotros vendemos y lo que no vendemos también. Por eso China tiene más que ofrecer sin pedir nada a cambio (nada extra, nada sin contraprestación, nada que no sea un negocio mutuo) como reconoció ante Susana Giménez (y recordó Álvarez Agis) Javier Milei. ¿Qué puede oponer la Argentina a la “invitación” norteamericana? Ni soja ni carne. Tal vez, minería.Pero el desarrollo del sector minero-petrolero argentino difícilmente pueda constituir un negocio de magnitud suficiente como para reubicar a nuestro país en el comercio internacional. Teniendo en cuenta, además, de que para eso faltan unos cuantos años, la idea de que hemos sido “invitados” al desarrollo suena, como mínimo, fuera de toda proporción. Sin ese soporte, creer que EE.UU. va a abastecer prolongada y generosamente de divisas a un país del tamaño de la Argentina es más bien absurdo. Que haya gente seria e inteligente que crea en esta posibilidad, más que la evaluación seria de un dato de la realidad, parece más bien una consecuencia del impacto de la derrota política traducida al plano intelectual. Es una concesión innecesaria e injustificada a un gobierno que tiene más problemas que antes, aunque parezca lo contrario, y cuyos cantos de sirena hay que resistir más que aceptar.
*Por Eduardo Sartelli (integrante de CEICS y Vía Socialista).
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