21 de noviembre de 2024

Sobre el arte de perder

Algunas reflexiones sobre la pérdida y la necesidad de tener algún maestro que nos guíe.

El dolor no nos sigue: camina adelante, escribió Antonio Porchia. He pensado mucho en cómo empezar esto. Hace días que intento encontrar un ritmo, una forma de decirlo. Lo digo así: mi maestra, la única maestra que tuve, murió hace algunas semanas. Yo me enteré recién el domingo pasado, me lo dijo mi madre, mientras hablábamos por videollamada. Me lo contó con culpa y hasta con rabia de no poder hacerse cargo de mi dolor, de no aguantar más la noticia.

Por cuestiones de trabajo, y sobre todo, excusas, hace mucho tiempo no voy a mi pueblo. La ciudad con sus plazas, librerías y ese tipo de soledad tan necesaria que genera la distancia, son cosas que me retienen. Algunas veces quisiera volver pero siempre pienso esto: ¿cómo se vuelve a un lugar que ya no es tuyo? Excusas, ya lo sé. Mi pueblo que apenas cumple con la densidad demográfica para conseguir el título de ciudad, contuvo a la única persona que considero mi maestra. No hablo de profesores de secundaria o primaria, ni siquiera parientes. Sino, de la primera persona que por fuera de mis padres, tuvo fe en mí.

Hay una saga muy conocida de Sylvester Stallone: Rocky, que me gusta mucho. Me gustó desde el primer momento que la vi con papá, cuando todavía la televisión pasaba películas, al menos, emocionantes. Los motivos del amor hacia esas películas han variado a medida de los años. Pero he descubierto el fundamento mayor: la relación de Rocky con su entrenador Mickey (Burgess Meredith). La figura de Mickey como maestro, como la única persona que creía en él, y no sólo eso, como la primera y última que cuidó al peleador, aunque este no fuera consciente de ese cuidado (todos cometemos ese pecado en el amor). En la tercera película, Mickey muere de forma repentina después de que Rocky pierde un combate y nuestro protagonista tiene miedo. Miedo de seguir perdiendo, miedo de resultar letal para los que ama.

Hay una conversación que Rocky no deja de recordar después de la muerte de su mentor, en un pasado, su maestro le dice “La naturaleza es más sabia de lo que se cree, poco a poco perdemos a los amigos, lo perdemos todo y seguimos perdiendo y perdiendo. Hasta que nos decimos ¿qué demonios sigo haciendo en este mundo? no hay razón para continuar. Pero contigo muchacho, tengo una razón para continuar y nunca te dejaré”.  Mi maestra no enseñaba boxeo, enseñaba inglés.

Toda mi adolescencia fui a clases particulares con otros chicos de mi edad. Incontables veces, ella nos habló al grupo, sobre el estudio, el amor, sobre cosas importantes de la vida. Cosas que hoy quisiera volver a escuchar. No sé puede volver atrás, tampoco valorar lo que ya no está.

Leila Guerriero en un texto que se llama “Mi diablo” cuenta que también tuvo un maestro y se pregunta “¿Un maestro es, inevitablemente, un héroe?” Dice que no. Yo debo decir que sí. No sé cuántas veces, mi maestra se acercó a mí, cautelosa y con cuidado, para decirme que no me preocupe por el dinero, que pagara cuando pueda, que le diga eso a mis padres. Cuando la mayoría aparta la mirada, ella no lo hizo. Hay otro libro corto pero poderoso que se titula Jean Paul Sartre, su autor René Marill repasa cosas de Sarte, su obra, su pensamiento, y claro, su vida. En alguna parte del libro el autor cita a Baudelaire, dice “Quizá no se es del todo: siempre en cuestión, siempre en aplazamiento, quizá uno deba hacerse perpetuamente”.

Desde la noticia de su muerte, he estado pensando que quizá nunca fui lo suficiente recíproco con esos actos de amor. De que quizá tendría que haber ido más seguido a mi pueblo. Fabian Casas dice que los mejores poemas están para ser saboteados, robados. Por eso voy a cambiar este de Roberto Juarroz: “Pienso que en este momento / tal vez nadie en el universo piensa en mí / que sólo yo me pienso / y si ahora muriese / nadie, ni yo, me pensaría./ Tal vez sea por esto / que tener fe en un hombre / se parece a salvarlo”.

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