Septiembre, el mes más cruel

Ve hacia tu corazón roto.
Si piensas que no tienes uno, consíguelo.
Para conseguir uno, sé sincero.
Jack Hirschman

Está claro que es imposible volver a donde fuimos felices, porque todo habrá cambiado. Hay excepciones, sí. Yo quisiera volver cuando el mundo me parecía, al menos, mucho más justo, humilde y sereno. La mirada en ocasiones, puede ser todo. Quisiera volver, por ejemplo, a la última vez que abracé a mi prima Ana, antes de que ella muriese. Fue en un mes como este, septiembre.

La mirada es parte del lenguaje. La forma en que miramos puede determinar un recuerdo, el pasado, un sueño. Alejandra Kamiya tiene un libro precioso que se llama Los árboles caídos también son el bosque. Tiene este relato: “Los nombres”, que empieza así “Hay muchas cosas que no tienen nombre. Ciertos momentos del día, como aquel rojizo entre la tarde plena de luz y la noche, ciertos gestos, ciertos ritmos, algunas partes del cuerpo, algunos colores como verdes que no son ni agua ni musgo. Eso que no tiene nombre, existe”. ¿Puede nombrarse una mirada? ¿Cómo se la nombra?

Una mirada puede ser una caricia, pero también dedos que apuntan. Un silencio, un murmullo. Se desea volver porque extrañamos ser vistos por alguien. Una mirada de amor.

Joan Didion en El año del pensamiento mágico dice que “Somos seres mortales, imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma complejidad», quizá, a veces todo pasado -no siempre- parece mejor porque nuestra mirada estaba llena de esperanza. Queremos volver a ciertos momentos porque la forma de ver era diferente. Y tal vez como dice Didion hay veces en que nuestra vista no es consciente de su mortalidad.  Después la vida sucede, y uno va quedando como este poema de Ana Blandiana: “Soy adulta. (…) me ahogo en la realidad: / mis pasos ya no son anónimos, / ya no saben andar sobre el mar; / Aunque luchen/ mis brazos ya no saben volar, / ya no me reconozco. / Me he olvidado. / Me gustaría volver. Pero ¿hacia quién? / Todo me duele. / Siento una ansia terrible./”.

En septiembre, mi madre tiene la costumbre de ir bastante al vivero. A mí, me gusta mucho su forma de ver el mundo. Quiero decir, entierra flores y plantas, y las mira como deberían verse: con cariño y optimismo. Yo todavía no tengo ese superpoder, es más, a veces temo no poder tenerlo nunca. Cuando murió Ana mi forma de ver las cosas cambió para siempre. No sé si es bueno o malo, es lógico y hasta normal que pase esto. Tener una mirada con esperanza se torna complejo y difícil. La economía, el alquiler, el amor. La mirada año tras año, se va llenando de huecos y por eso admiro a quienes tienen el coraje de practicar esa forma de ver. El mundo es más que injusto porque algo muere en cada uno cuando alguien querido se va.

T. S. Eliot, poeta estadounidense, tiene un poema muy famoso que dice: “Abril es el mes más cruel(…)”. No sé si en nuestras latitudes, abril es el más cruel. Allá puede que sí, en el norte, porque las estaciones son distintas y abril es cuando todo comienza a rehacerse. Nuestro abril sería septiembre, porque nos devuelve la mirada que supimos tener. Una manera de ver más justa. A medida que pasan los días, poco a poco, se puede ver como todo renace. Las flores visten las calles con color, el cielo pasa a tener tantos tipos de azules que se necesita observar con detalle. Y la fuerza del sol es precisa.

Los poemas existen para modificarlos, y tomaré ese riesgo, para que quede así: “Septiembre es el mes más cruel, engendra lilas de la tierra muerta, entremezcla el deseo y la memoria y agita las raíces somnolientas con las primeras lluvias. El invierno nos mantuvo abrigados, sepultando todo bajo el olvido de la nieve, alimentando apenas a la escasa vida con bulbos secos”.

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