Por Eduardo Sartelli*
El Gobierno se ha estado debatiendo toda esta última semana en torno a la gestación, por izquierda o por derecha, de un nuevo ingreso excepcional de divisas por la vía del perdón fiscal y penal. Dadas las condiciones en la que evoluciona la economía en la Argentina, podría decirse tranquilamente que un blanqueo, de eso hablamos, no se le niega a nadie y que este gobierno tiene derecho al suyo, como lo tuvieron todos (o casi todos) los anteriores. El problema es que se trata ya del segundo. Como un hecho de tal tipo requiere de aval parlamentario, toda vez que los impuestos son atributos del Congreso, y como el gobierno no está, como Menem o Néstor y Cristina, en disposición de una escribanía ni de un alud de levantamanos, su iniciativa se arriesga a naufragar en un período en que el río de la política se vuelve más caudaloso, es decir, en medio de un año electoral. Milei sabe que, si quiere un resultado inmediato, no puede ir por esa tortuosa senda. De allí que ha intentado formular un blanqueo de facto, cuyos detalles veremos hacia el final. Concentrémonos ahora en la siguiente cuestión: ¿por qué el gobierno y su ministro necesitan un segundo blanqueo?
Es evidente que lo necesitan y en forma urgente. Un verdadero manotazo desesperado de alguien que, si no se está ahogando ya, teme que en breve le falte el aire. Si no, no se entiende por qué arriesgarse a una iniciativa que no puede sino tener consecuencias negativas. Entre ellas, la posible “pérdida de confianza” de un mercado que todavía cree que el auxilio del FMI blinda al gobierno de tormentas graves en un futuro cercano. No menor, el previsible malestar de quienes entraron al primer blanqueo bajo amenazas y premios varios, que ahora pueden ser mayores para los que no lavaron la ropa siguiendo la zanahoria o temiendo el palo del Ejecutivo. Peor aún, para los que siempre estuvieron en blanco o no tienen nada para blanquear. Sobre todo, porque este segundo episodio está tan cerca del primero que no hay condiciones como para amortiguar ese malestar sepultándolo en las arenas del tiempo. Por último, la posible apertura a la delincuencia no solo fiscal que el movimiento parece incitar, en tanto el nuevo “perdón” debe ser más generoso que el anterior (el más amplio de su especie, hasta ahora). Al punto que uno de los obstáculos que encontró tal “generosidad” fue la reacción negativa de los organismos internacionales, que seguramente interpondrían fuertes reparos a normas que parecían estar destinadas a saltarse cualquier criterio elemental sobre límites al dinero de narcos y evasores, entre otra fauna por el estilo.
Entonces, si el asunto es realmente espinoso, ¿por qué el gobierno insistió en empujarlo hasta los límites de lo posible? Es decir, ¿por qué necesita un segundo blanqueo? La respuesta es obvia: las divisas no entran en forma “natural”. Es decir, mediante un superávit comercial (vendemos más de lo que compramos) o financiero (por servicios o ingresos de capital). Un superávit que tendría que ser muy amplio, porque tiene que hacerse cargo de:
1. El pago de las importaciones de un país cuya economía que, por poco que crezca, ingresa cada vez más montos mayores de bienes y servicios;
2. El pago de compromisos internacionales con bancos y organismos, en particular, en un momento en que no se pueden renovar, es decir, cambiar deuda vieja por nueva, por el elevadísimo interés que habría que pagar, habida cuenta del nivel del “riesgo país”, alto en un momento de tasas altas en todo el mundo.
3. La necesidad imperiosa de recomponer reservas del BCRA, exigidas no solo por una prudente política macroeconómica, sino por los acuerdos con el FMI;
4. La presión que a todo esto le mete el “súper peso”, o sea, un dólar atrasado que desestimula las exportaciones y empuja las importaciones.
5. La consecuencia de una política económica que privilegia el ancla cambiaria con un claro objetivo electoral: para contener la inflación, despilfarra los dólares del FMI y otras entidades, como ha quedado claro ya con la ventad de divisas a futuro, algo que, en épocas de Axel y Cristina, la oposición agitaba como delito de traición a la patria.
6. La caída de los precios del petróleo, que afectan a la nueva niña bonita de la economía nacional, Vaca Muerta, y la virtual ausencia de cualquier inversión extranjera, no solo para emprendimientos productivos como la minería estimulada por el RIGI, sino ni siquiera en el volátil campo de la especulación financiera.
Este conjunto explica por qué se necesita un nuevo ingreso artificial, excepcional, de divisas. Con esta paridad cambiaria, emergente de una política económica disparatada, no hay dólar que alcance. Es así de sencillo. Esto explica también por qué tan rápido se agotan las maniobras desesperadas de Caputo, el chino de los platitos y sus malabares infinitos. Esta urgencia gubernamental explica, de nuevo, por qué el dólar se mantiene en la parte baja de la franja, pero, al mismo tiempo, no llega al punto fijado por el gobierno para comenzar a comprar reservas. El dólar a 1.000 luce tan lejos como el de 1.400. El núcleo del problema radica en la imposibilidad de sostener la paridad a la fuerza, lo que hace que la olla se caliente, acumule vapor y no lo largue. O sea, vamos a una explosión tarde o temprano si esto no se acomoda, ya sea por un boom de exportaciones (lejano, por ahora), un ingreso masivo de recursos (por inversiones o especulación internacionales, otra vez, por ahora lejanas) o por la venta de las últimas joyas de alguna abuela (poco y nada). En este contexto, solo queda apelar al “colchón”. Esto es lo que se revela en la desesperación por un nuevo y urgente blanqueo, aunque sea, como ya dijimos, de facto.
Veamos el contenido de lo que se anunció, un conjunto casi vacío en que todo se reduce a “haga lo que quiera, yo miro para otro lado”. Más allá de cosas obvias y razonables, como destinar el grueso de las acciones de ARCA a la recopilación de información relevante sobre montos relativamente elevados (tampoco tanto), de contribuyentes importantes, en lugar de cazar chichipíos de poca monta sherlockeando expensas de consorcio, no hay nada más que la voluntad del gobierno de incumplir las leyes existentes. Lo que deja en manos de los “colchoneros” la toma de riesgos tributarios y penales que podrían caerle cuando un próximo gobierno (o este mismo, ¿por qué no?) decida que se acabó la joda. ¿Y todo ese riesgo, para qué? ¿Porque ahora resultarán más sencillas operaciones con divisas? Absurdo. La promesa de “mirar para otro lado” en un país donde todo el mundo mira para otro lado, al punto que la mitad de la economía está en negro, difícilmente haga brotar más agua de la piedra que la que ya salió el año pasado. Para que este acto de verdadera angustia monetaria tuviera algún efecto importante, se necesitaba mucho más que eso, algo mucho más suculento que este aperitivo con sabor a nada. En suma, un acto fallido.
Por Eduardo Sartelli (Vía Socialista)*