“La muerte de la democracia no será debido a un asesinato repentino.
Será una extinción lenta mediante apatía, indiferencia y desnutrición.”
Robert Hutchins
Pura fantasía. La existencia de partidos políticos hoy, en nuestro país, es una quimera de nomenclaturas. La ilusión de un puñado de dirigentes de superestructura que se pelean por un lugarcito en lo que, a esta altura, es una verdad que conocen hasta los que se suponen apolíticos: esos tres tercios (votos más, sufragios menos) que engloban al peronismo (del 40 al 45% si sumamos a “los buenos” y a “los malos”), al antiperonismo (25/30% furioso y, dependiendo del momento, 5/10% más) y un puñado de “independientes”, “librepensadores”, “neutrales” y “yo no soy de ningún partido” que redondean un 20% casi siempre esquivo al movimiento nacional y popular salvo que les esté llegando el agua al cogote.
Rodrigo De Loredo, que se arrastró hasta los pies de Milei; que cuanto más lo abusaban, más leyes les votaba; que llegó a soñar con ser Ministro de Defensa cuando “Top Gun” Petri asumiera su banca, ahora opera y empuja la caída de La Libertad Avanza para ofrecerse ante Mauricio Macri como el rearmador de Cambiemos. En el otro rincón, Cristian Ritondo anota su nombre para futuro presidente de la Cámara de Diputados y se exhibe como prenda de reconciliación de los libertarios con el PRO. La pregunta es: cuál sería el Partido Político en el que registran estos muchachos, sólo por citar un par de nombres, que provienen: del radicalismo el primero (?) y el segundo del peronismo (?).
¿Qué votaríamos los crédulos argentinos si, a la hora del sufragio, eligiéramos a cualquiera de estos dos? O a Santilli, o a Bullrich, o a “Camau” Espínola, o a Mariano Campero, o a Lourdes Arrieta, o a… (siguen las firmas). Cuánta agua, y cuanta traición han corrido bajo el puente de la Historia desde aquel día en que el Dr. Eduardo Lorenzo “Borocotó” anunció su ruptura con el PRO y el armado de un bloque unipersonal afín al gobierno de entonces, creando, con ese gesto, el verbo “borocotear”. Aquella movida que escandalizó a los diarios y la televisión de la primera década del Siglo XXI hoy es vendida como una “hábil estrategia política” de los referentes de armados, ententes, alianzas, coaliciones, ligas, uniones, pactos y hasta asociaciones ilícitas que han desplazado a los Partidos de la vida política nacional.

Remembranzas
“Decí, por Dios que me has dao” … Plata, “derpo”, un lugar bajo el sol, cierta cercanía con el calorcito del poder. Todas monedas de canje que, los que cortan el bacalao, exhiben como zanahorias doradas ante los ojos atónitos de aquellos que han decidido trepar la empinada ladera de una carrera política. Hubo una época que, en lugar de esos dones, te ofrecían trabajo, compromiso, desvelos, sinsabores, alguna victoria, muchas derrotas, más trabajo… pero, al parecer, es muy difícil convencer a los famosos, a las estrellas del firmamento de los notorios (porque notable no hay ninguno) de hacer “carrera política” si ésta demanda ciertos esfuerzos. Lo hemos dicho y reiterado mil veces: el sistema de partidos en la Argentina (y acaso en el mundo, pero, a mí, el resto me ne frega) comenzó a desleírse, a carcomerse cuando dejaron de formar dirigentes para construir candidatos.
Luego, el golpe de gracia: las PASO, creación falaz y pretenciosa de un sistema trasplantado desde un país en donde la política no es para todos, el voto no es obligatorio y el sistema es profundamente plutocrático, con dos partidos cuyas diferencias ideológicas son tan sutiles que se podría situar a ambos en el cuadrante ideológico de la Derecha.
Con un cipayo quiebre de muñeca y a espaldas del pueblo que seguía confiando en aquello que proclama la Constitución reformada en su art. 38: “Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático”, vaciaron de sentido un siglo de vida de política partidaria y la empujaron hacia el difuso y pseudo ideológico mundillo de las tranzas disfrazadas de acuerdos. A partir de ahí, las garantías constitucionales de “organización y funcionamiento democráticos, representación de las minorías, competencia para la postulación de candidatos a cargos públicos electivos, acceso a la información pública y difusión de sus ideas” pasaron a ser prácticamente letra muerta. Ni te digo aquello de que “el Estado contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus dirigentes”.

Responso
De aquellos polvos, estos lodos. Una dirigencia que avergüenza. Una Cámara de Diputados que duele y una de Senadores que se retuerce. Un Ejecutivo que da cringe. Y un pueblo en manos de nadie a veces, pero, muchas otras, en las manos tintas de sangre de los Estados Unidos y su miserable vocación colonialista, sostenida por la imprenta de dólares y el poderío nuclear.
Parvas de dirigentes víctima de consumos problemáticos; corruptos que emergen cada vez que levantás una piedra o una factura; ignorantes de distintos talles y diseños; inútiles todo servicio ocupando bancas y ministerios. Son tan pocos los buenos que sería menos complejo y oneroso señalar a los honestos, los talentosos, los trabajadores que a los desechables.
Podría hacer nombres, pero están a la vista, expuestos, tanto que sería hasta pueril. Hombres con las pupilas tan dilatadas que parecen cosplayers de Mort, el lémur del filme Madagascar; mujeres de mandíbulas desencajadas con movilidad y vida propias; innumerables legisladores que, a pesar de estar hace un par de años ya en sus bancas, ignoran el reglamento de la Cámara a la que pertenecen; tramposos que leen sus discursos (cuando está específicamente prohibido) porque, en realidad, no saben qué decir. O peor, que se ponen un audífono y dicen lo que les van dictando. Seres sin patria ni bandera. Pusilánimes en cuotas fijas con sus miserias pequeñas, absurdas, deleznables.

Desencuentro
Javier Milei es paradigma y arquetipo de este nuevo golem político-dirigencial; conjuga, en su ser y su acción, todo aquello que la sociedad jura detestar y que, sin embargo, aparentemente, la atrae. Insensible, atroz, agresivo; involucrado en actos de corrupción que en otra Argentina hubiesen provocado una repulsa popular de final impredecible; antipatria, voluble, desarrapado, sucio, mentiroso. Si se encuestara a la población a partir de estos adjetivos y se le preguntara si elegirían a alguien con esos atributos para conducir los destinos del país, todo el mundo lo rechazaría… Los votaron 3 veces. La última, el 56% de los que asistieron a las urnas.
Axel Kicillof es todo lo contrario. Afectuoso, empático, sencillo, sin impostaciones ni estridencias: un tipo al natural. Buen administrador, laburante, resuelto, sincero, honesto (voy a repetir una frase que acuñé hace muchos años: lo das vuelta y lo único que se le caen son posgrados), sereno, familiero…
“Le falta volumen político”, intentan bajarle el precio; “no sintetiza”, te explican esos que juran llevarla atada al pie y, desde hace años, viven de hacer un poco de análisis y mucho humo. Puede ser… puede que tengan razón… pero, ¿y si es, en realidad, el nuevo modelo de dirigente que viene? ¿Si los hombres y mujeres de a pie (cada vez más: la nafta aumentó 5 veces en septiembre) descubren que él es ese ideal de gobernante que vienen anhelando y forjando desde hace tiempo? ¿Y si en lugar del amuchamiento y la camándula, el futuro es la conducción radial, donde cada sector se vincula con el guía sin mezclarse?
Cuando hablamos de la Argentina de los dos modelos, tal vez estemos refiriendo precisamente a las características de aquellos que queremos que conduzcan nuestros destinos más que a cuestiones de alteridad ideológica. Y no es una cosa menor. Al contrario. Esas características constituyen el mejor discurso de un dirigente a la hora de pensar en quiénes y hacia dónde estarán dirigidos sus esfuerzos.
¿Alguien imagina a Kicillof rifando nuestros recursos naturales? ¿Hay alguna persona que piense que Axel puede exhibir una carpetita con un tuit de Donald Trump impreso como si se tratase de un blasón? Porque más allá de las ideas y doctrinas que se defiendan, no deben ser demasiados los argentinos que desean ver a su país incorporado como una estrella más en la bandera de los Estados Unidos. Y menos los que mandan a enmarcar una grosería de Trump.

Mano a mano
No todo está perdido. Entre tanto desquiciado trasegando el poder, aparecen políticos de raza. También operadores de cotillón. Y sátrapas que juegan en las dos ligas. La semana que atravesamos dejó claros ejemplos de estos modelos. Carlos “Chacho” Álvarez, asaltado por un cronista irrespetuoso en su segundo hogar, el bar Varela Varelita, rechaza cualquier crítica que no sea para sí mismo: “No tengo autoridad política para hablar”, resiste el abordaje. “Mi proyecto político fracasó… no puedo hablar de nadie”. Dignidad y pase corto. Pura y buena política, más allá de viejos y honestos errores.
En el otro rincón, Alberto Fernández, quizá el factótum de casi todo el dolor que atravesamos; de esta Argentina en carne viva, lejos de callar, aconseja al presidente Donald Trump y lo advierte sobre que “este programa económico ya fracasó y el presidente sólo pide auxilio ¡Qué analista de alta gama! ¡Qué jugador de toda la cancha!… Qué favor nos haría si padeciese de una afonía prolongada. El Beto tiene que dejar de pontificar por lo menos dos años. ¿No es verdad, Luis Barrionuevo?
Y, en medio de todo, Macri, “el Calabrés”, haciendo de las suyas. Jugando un partido que la mayor parte de la clase dirigente no comprende. Grandes ligas. El poder cotizando en la bolsa de Nueva York. Bridge en la mesa de la vieja y decadente Europa y fútbol-empresa ganando espacio entre los jeques árabes y los lavadores de dinero. Es el mismo Mauricio que junta a los leales y les manda a los díscolos una oferta que no van a poder rechazar: “Después de octubre vamos a ser oposición”.
En esa ambivalencia, en esa incertidumbre llena de contradicciones se desarrolla el presente de la democracia partidaria convertida en un Mercado Persa en el que hay mucho fullero y un puñado de cristos decididos a echar a los mercaderes del templo.
Los subtítulos de esta nota son nombres de tangos significativos. El final también: “Balada para un loco”, mientras Milei regresa exultante de entregar la Patria.
Por Carlos Caramello.-
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