19 de septiembre de 2025

Milei o la Argentina de la indigencia cívica

“La televisión es el espejo donde se refleja
la derrota de todo nuestro sistema cultural.”
Federico Fellini

La palabra es ¡em-po-bre-cido! La Argentina es un país empobrecido. Y no sólo en lo que refiere al poder adquisitivo de sus habitantes. Moralmente estamos más pobres. Culturalmente. A pesar de los esfuerzos de miles de mujeres y hombres que se abrazan con desesperación a distintas manifestaciones del arte, de la ciencia, de cualquier atisbo civilizatorio o bárbaro -no importa- que connote alguna resistencia a tanta brutalidad. En lo ético nos hemos vuelto menesterosos. En lo estético. Y, sobre todo, en lo cívico. Con ese laissez faire impostado que huele a falta de respeto por todos los que dieron su vida con la palabra libertad mordida entre los dientes.

El Mercado nos ha ganado la batalla del consumo, la superficialidad, el qué me importa, la individuación, el desencanto como norma. Nos ha robado la lucha y la tormenta. La verdadera indignación, no esa ofensita de poliéster. Digo del sentido heroico de la vida, no de la agresividad construida a pastillas y estimulantes… El valor de la trascendencia.

Milei no es el autor de tanta indigencia sino su resultado. Empobrecimos durante años, al punto de elegir a un idiota poco preparado para cualquier otra cosa que no sea insultar, ofender, agredir y… servir a sus patrones; un necio capaz de dejar la administración del Estado en manos de su hermana, señora con una vida llena de carencias y ambiciones insatisfechas que, a los cincuenta años, descubrió el cuerno de la abundancia… o similar.

Es ocioso, hoy, machacar con la cantinela del Casalito Presidencial: su devenir, su degradación, su final… más o menos cercano. El tema ha sido tan trillado que, de insistir, se arriesga uno a la letanía. Además, si algo hiciese falta, la triste pantomima del lunes por la noche, con ese remedo de Presupuesto presentado a través de una cadena nacional aburrida, estúpida y mal guionada; interpretada por un actor que en realidad carece de todo talento y que, si alguna vez pareció simpático, ahora fastidia.

Caceroleros

Si hay una respuesta clasemediera y estéril (además de poco creativa) es esa de abollar cacerolas, ollas y tapas en los semáforos exigiendo que se vaya el gobierno que hace poco menos de dos años votaron. Por ahí pasó el repudio porteño luego de la retahíla de sandeces encadenadas por el Presidente en su discurso de presentación del Presupuesto 2026. Un Milei sobreactuado de formal y correcto (le duró un día la impostura), hilando las mismas contradicciones e indefiniciones que cuando actúa de energúmeno.

La TV chocha de alegría porque tenía escenas de ese “chou popular” que adoran: minutos y minutos de imágenes repetidas que apenas si cambian de locación; movileros ávidos de declaraciones casi calcadas de vecinos que no dan más y, a pesar de que detestan a la política y al Estado, salen a la calle a pedir soluciones… a la política y al Estado.

Simulcop de señoras caniche toy con sus mucamas golpeando la batería de cocina; flash back de progres cocker spaniel a los que no se les cae la palabra fascismo de la boca. Más de lo mismo, siempre. La Argentina del slogan y la ausencia de ideas. La Patria de Moebius; el discreto encanto de la repetición ad infinitum. Y Rasputín, dando un triple mortal en el suelo luego de jalar, porque la Cadena Nacional había alcanzado 40 puntos de rating.

La tele, claro. ¿Qué podría interesarle más a ese cholulo de dimensiones catastróficas? ¿Cuán importantes son los televidentes para alguien que ha sido construido con el mismo marketing que un apósito femenino? ¿A qué punto necesita de los medios (las tapas del día después del Gran Diario y la Tribuna de Doctrina dan algo de náuseas) como herramientas de perdón y reconciliación?

Si uno mira atentamente a los “nuestros” (comunicadores otrora de ellos pero que tuvieron la fortuna o la visión de saltar a tiempo), los escucha, los analiza, emerge con prístina claridad ese concepto  nietzscheano del “mal gusto de querer coincidir con muchos”. Habría que trasladar este apotegma a la dirigencia y probar… más de un corazón no resistiría la sorpresa.

Revelaciones

¿Cuándo fue que enceguecimos? ¿En qué instante decisivo delegamos el placer (y el dolor) de pensar? ¿Dónde pusimos nuestras inquietudes, nuestras dudas cartesianas, nuestros reparos redentores? Porque nos mean, dicen que llueve y muchos juntan esos orines para lavarse el pelo.

Un botón de muestra: de acuerdo con un informe realizado por el CEPA sobre Ejecución Presupuestaria de la Administración Pública Nacional de septiembre de este año una de las poquitísimas partidas que aumentó fue en el área Salud y se trata de la de Medicamentos y Tecnología Médica. Creció en un 41% con respecto a 2023. Y para 2026, el presupuesto proyecta un incremento del 17% en la misma partidas. Hasta ahí todo bien salvo que, por ejemplo, los enfermos oncológicos no reciben sus drogas; y los discapacitados tienen muchísimos problemas con las sillas de ruedas… pero Karina sí recoge el 3% o sea: ¡eso no se recorta!

¿Tan aturdidos estamos? ¿Tan ajenos que pueden (o creen poder) reírse en nuestras caras con absoluta impunidad? ¿Cuál es el nivel de zozobra social que les permite no sólo la estafa sino la exhibición obscena de la misma como condimento a sus perversiones? Recortan todas las partidas menos la que les permite la coima. ¡Aleluya! Y te lo muestran con sonrisa sardónica, como diciéndote: “Mirá, bobito”.  Espantoso.

Tan espantoso como que la mirada social esté horrorizada por ese robo hormiga cuando Caputo y su patota del JP Morgan han vuelto a fugar miles de millones de dólares que ingresaron por el blanqueo de capitales, el préstamo del FMI y las retenciones de la cosecha de soja. Bicicleta mediante (me reúso a llamarlo carry trade) y como si filmaran la segunda parte de “La Profecía”, el Ministro ordenó la remake y, al año, estrenan “Profecía y Fuga: el Regreso”.

Si no hubiese salido a la luz esa estafa de entrecasa, con una tarotista-cocinera en el papel estelar, probablemente la sociedad no hubiera podido hacer sinapsis entre la dolorosa situación que atraviesa y la responsabilidad de un gobierno que, en lo que va del año, y apenas con lo gastado en dólar futuro para que la divisa no se dispare a donde ya se disparó, podría haber cubierto los recursos que las universidades nacionales demandan para funcionar de manera adecuada.

Angustia

La trampa, entonces, no está en lo que te ocultan sino en lo que no se quiere ver. Por pereza intelectual; por rabia consuetudinaria; por pobreza interior. Las redes lo exhiben a los gritos: la literalidad con que se lee, la incapacidad para percibir los consumos irónicos; la frivolidad para expresar ideas políticas; el egoísmo para trazar los escenarios deseados; la ausencia dominante de toda empatía. Eso, y más, habla de una sociedad sin merecimientos o que, en todo caso, se la tiene merecida. Tan ocupados que andan cada uno en sí mismo y, sin embargo, son incapaces de pulir un poco el alma; de descargar el lastre de esa basura íntima que son los resentimientos, las envidias, el odio módico y ramplón.

Muchos miles de personas salieron a la calle para expresar su hartazgo. Adentro, en la intimidad del Palacio, los catadores del poder ya habían leído que la sangre iba rumbo al río. Claro, lo intentó. Nadie podrá decir que el Papadas no lo intento. Salió a comprar voluntades baratas; puso más o menos diez palitos verdes arriba de la mesa; sonrió de costado, seguro de su éxito. Ya lo dijo su vocero en conferencia de prensa: «Si hay alguien comprometido con la corrupción, es el Presidente«. Le cobraron. Le facturaron. Y no le entregaron. Los gobernadores y sus legisladores (recordame, hermano, ¿los diputados no representaban al Pueblo?) aprendieron la mecánica mileísta: te vendo a mi madre, pero no te la entrego.

Y la calle pasó de la angustia al festejo. Eran muchos. Pero, en realidad, eran pocos si se encaja su número en el total de la población que será beneficiada por la acción de esos algunos. El resto, no quiere quilombos. Son los que creen que no vale la pena comprometerse porque “son todos iguales”… Iguales a ellos mismos, claro. Seres que suponen que, si no dicen “te amo”, no tienen compromiso. Medianía y retaceo. Pase corto, poca entrega: si estás bien parado en la cancha no tenés que correr.

Claro, campeón, vos sos de los que no se la pierden. Pero, tu actitud, hace que todos los demás perdamos. La historia de esta sociedad en defaults sucesivos te condena. Tu mediocridad elegida, tu escatimar esfuerzos y responsabilidades; tu nunca jugarte el resto nos condenan. El país te necesita comprometido, la historia te reclama lúcido, activo, batallante. Esto no se cambia con un nuevo nombre. Ni siquiera con una nueva idea.

Y no te justifiques con que estás pobre. La pobreza es un pibito durmiendo en un cajero; es una nena vendiendo carilinas entre las mesas de un bar de prontuariados. Vos sos un pordiosero de la participación, la militancia, el ejercicio de la ciudadanía… y eso es, apenas, indigencia política.

Por Carlos Caramello.-

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