Damián Bil[*]
En el debate electoral, surgieron distintos modelos para soñar con el bienestar, dentro de algún tiempo (decenas de años). Uno de los más atractivos para el público es Irlanda, citado como destino idílico. Luego de la crisis de 2008, logró una recuperación que resultó sorprendente; incrementando su PBI per cápita, elemento asociado a un supuesto bienestar general. Defendido como ejemplo de la viabilidad de las recetas libertarias (reducción de impuestos para grandes corporaciones, extremas facilidades financieras), Irlanda creció más por la “contabilidad creativa” de grandes multinacionales antes que por un aumento genuino de la productividad o de su capacidad económica real.
Ajuste a la latinoamericana
Medida por PBI, la economía celta es la 26° del mundo, 15% menor que la nuestra. Pero si tomamos el PBI por habitante, denominado per cápita, la situación se modifica en términos estadísticos. Dependiendo de la fuente, Irlanda se ubicó entre el 2° y 3° lugar, bastante por encima de la Argentina, que ocupa el puesto 59 (sin contar países con escasa población).
Irlanda cuenta con sectores productivos consolidados, como el del software e informática que se desarrolló desde los 90 con inversión norteamericana, y sobre todo su antigua y reconocida industria farmacéutica. Más de la mitad de sus exportaciones corresponden a este rubro, con destino a la Unión Europea, los EEUU y China.
No obstante, la clave de los indicadores que se reivindican en el debate están en las actividades globales de empresas tecnológicas (Meta, LinkedIn, Tiktok, Apple, Intel, Paypal, etc.), con centros de operaciones radicados en un “Silicon Valley” dublinés. Desde los 90, se generalizaron beneficios impositivos para la inversión extranjera, con una fuerte reducción del impuesto a las ganancias corporativas.
El parteaguas fue la crisis de 2008. En ese episodio, estalló la burbuja inmobiliaria, en un contexto de fragilidad fiscal por la reducida base impositiva. La U.E. debió salir al rescate, elevando el endeudamiento. A la crisis económica, se respondió con recortes del gasto público, reducción del salario estatal (cerca de un cuarto del poder adquisitivo en cinco años), reducción de la prestación médica a mayores, aumento de cargas sociales para trabajadores, despidos. Incrementó la desigualdad social, empeoró el déficit habitacional y del sistema de pensiones, creció el desempleo y la emigración.
El camino hacia el paraíso (fiscal)
En pocos años, se pasó de este escenario a disputar el podio de los países con mayor PBI por persona. Una de las claves fue la reducción de impuestos para grandes empresas, al 12,5%, la más baja de la OCDE. Se conformó así, en palabras de Paul Krugman, una “economía duende”: estadísticas infladas por la radicación de domicilios de empresas tecnológicas para beneficiarse de una menor carga tributaria, casi sin producir en el país (artimaña que conocen muchos empresarios argentinos). Este mecanismo se evidenció con la instalación de Apple en 2015, que provocó un incremento del PBI por la venta internacional de iPhones producidos en otras locaciones. Si bien se generó empleo y cierto dinamismo económico, el grueso fue “contabilidad creativa”, con artilugios para facturar en Irlanda y reducir sus contribuciones al fisco. La propia Apple tuvo un litigio con la justicia de la U.E., por ayudas fiscales (bajos impuestos) del gobierno irlandés, por la friolera de 13.000 millones de euros.
Este esquema hace al país muy dependiente del flujo impositivo: más de tres cuartas partes del ingreso fiscal proviene de los tributos de las tecnológicas. Recientemente, debió aceptar un incremento de la alícuota a estos actores, presionados por otros de la OCDE para atenuar este “dumping fiscal”. Para el Ministerio de Finanzas, la medida podría implicar una disminución relevante de ingresos.
La contracara de este recorrido es el ajuste sobre la población: el salario real promedio de OCDE en 2011-2022 creció al 1% anual; Irlanda tuvo una performance negativa del 0,1%. La participación asalariada en el producto está por debajo del 30%, a diferencia de países como EEUU o Alemania donde está cerca de la mitad. Mientras a las corporaciones se las premia con bajos impuestos, el IVA (impuesto al consumo) es del 23%, entre los más elevados del mundo. El consumo individual promedio, que indica indirectamente nivel de ingreso y condiciones de vida, se ubica por detrás del promedio de OCDE, mostrando una brecha entre la supuesta prosperidad y el consumo. O los irlandeses son grandes ahorradores, o el esquema tiene severas limitaciones. La consultora WIN, en su informe anual de costo de vida, registró un tercio de hogares con dificultad para llegar a fin de mes, más que en India o Vietnam. El Consejo Nacional de la Juventud retrata una situación que no nos resulta desconocida: casi la mitad de los jóvenes están insatisfechos con la situación de la vivienda y muchos se saltean comidas. Los alquileres en las grandes ciudades pueden llegar a más de la mitad de un salario promedio, lo que es especialmente grave, ya que crecieron en 2012-2022 tres veces más que los salarios nominales. 6 de cada 10 irlandeses ubicaron a la vivienda como principal preocupación en la Encuesta Eurobarómetro de 2023, mientras que en el resto de Europa solo uno tiene esa inquietud.
Modelo para ricos
Cuando el gobierno dice que podemos ser Irlanda, no miente; aunque le falta explicitar la otra mitad de ese modelo dual. Mientras se construye un paraíso fiscal con bajos impuestos para empresas que producen en otro lado, los costos de esa estructura se cargan sobre la población trabajadora, que sufre el encarecimiento de la vida sin mejoras sustantivas. Este esquema tiene dificultades para un país de cinco millones de personas, lo que pone en duda su utilidad para uno con diez veces más habitantes. Un armado así en Argentina dará lugar solo a inversión en lo rentable, el sector primario. Como en Irlanda, pero peor, iríamos hacia un esquema estilo Belindia. Argentina precisa una reorganización estructural, focalizada en la producción de riqueza, bajo otras bases que no carguen el esfuerzo sobre la población trabajadora, sino que le permita disfrutar de los beneficios del desarrollo. Necesitamos una vía socialista.
[*]Por Damián Bil (investigador CEICS y miembro de Vía Socialista).
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