“El hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios
está viejo… irreparablemente”.
José Ingenieros
Se ha adueñado de todas las palabras. De las propias y de las ajenas. De las malas y de las buenas palabras. Del lenguaje del pueblo. Por imperio de torpes decisiones, de pésimas estrategias fundadas en el odio (nunca podrían dar buen fruto desde esas raíces), de rencores tan pretéritos que huelen a moho y entretejen telarañas, ha vuelto al proscenio, iluminada y tranquila, dueña de la agenda y de la escena, casi sin hablar…
Otros dicen por ella. Eduardo Feinmann, sin ir más lejos, estallando en cámara, con un ataquecito de histeria porque el director mostraba el balcón donde Cristina saluda y baila. “No me muestres el balcón. Sacameló. Te dije que mientras yo esté al aire, no va el balcón. Ni el balcón ni la gente abajo. Si me llegás a mostrar… te juro que me levanto y me voy”. Ahora decímelo sin llorar, podría comentar uno, pero se interpone Esteban Trebucq pidiendo una ley para obligar a hacer un cerramiento en el balcón y ya parece joda, pero se cuela Jonny Viale, y el inefable Luis Majul, y los operadores de la extrema derecha de cebita, que a cada rato piden cárcel o bala, pero hacen pucheritos porque les tiran bosta en la puerta de sus casas y los estrategas de PlayStation que la imaginan presa en un hábitat de no más de 30 metros cuadrados y por lo menos a 500 kilómetros de la Ciudad Exenta de Santa María de los Aires Viciados… Un coro de Erinias posmodernas que, lejos de atormentar, beben su propia rabia.
Mientras ella mueve sus caderas allá, dos pisos más arriba, sonríe, agita su mano, se deja amar por esos miles de personas que la saludan, la vivan, la acompañan y sienten, cada uno, que esa sonrisa le pertenece. Y la guardan como un regalo secreto y particular.
Contaban queridos compañeros que ya no están, como Lorenzo Pepe, que, cuando Juan Perón hablaba desde el balcón de la Casa Rosada y preguntaba, en ese discurso plebiscitario que lo identifica, si eso que pensaba hacer era lo que querían los argentinos, cada uno de los que colmaba la Plaza de Mayo sentía que lo interrogaba a él, individualmente, y por eso le respondía como si fuese un diálogo de dos. Algo de eso ha logrado Cristina con su Pueblo: una íntima conexión, una confidencia mágica y misteriosa que sólo puede ser decodificada en el reservado culto de esa relación.

Acompañar
Nadie debe confundirse. Todo eso es de Cristina. Y es tan intransferible como el amor o el deseo. Es un sentimiento que no va más allá de su persona. Una suerte de religiosidad política que sólo reconoce a una oficiante para la misa kirchnerista. Es su palabra y su silencio. Una gestualidad destinada a sus fieles. Un aura que sólo toca a los que deciden concurrir a bañarse en su luz.
Insisto: pensar otra cosa impulsaría a cualquiera al borde del error. Incluso a la misma Cristina, a pesar de ser ella la alquimista de este reencuentro, de este renacer de una fe que flaqueaba adormecida por la desesperanza y atacada por todos los problemas que enfrentan las compañeras y los compañeros para llegar al día siguiente.
Porque lo de estos días que fueron desde la absoluta certeza de que iba a ser condenada hasta la comunicación fehaciente de su detención domiciliaria fue puro acompañamiento. Banca. Afecto. Lealtad. Valores fundamentales, y algo olvidados, que fueron y nunca deberían dejar de ser parte esencial del peronismo. Fue todo eso y más. Pero nunca militancia. Y los militantes que fueron a velar las armas en San José 1111 o marcharon eufóricos a esa plaza contundente del 18 de junio deben saber que no estaban militando: estaban abriendo la puerta para volver a militar.
Como dije en mi anterior panorama, Cristina, en la absoluta conciencia de ser parte de una generación de héroes y mártires, le ofrece al peronismo (y al resto de los sectores y partidos que se sientan convocados por el Movimiento nacional) un atajo. Está en la dirigencia vacante, no dar un rodeo (léase hacer las cosas bien).

Plaza
Nunca sabremos si fue la vendetta de Macri, Magnetto que no se quería morir sin verla presa, la AnCham (Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina) que ve chinos por todos lados o la Embajada tratando de vengar a Braden, lo cierto es que fue un error táctico y estratégico. Y ahora, seguramente, van a comenzar a pasarse facturas (no hay nada peor que el poder equivocándose). Los primeros destinatarios de la adición serán los jueces: los supremos y los pedestres, incluidos los fiscales fantoches que, informado que fuera el lugar de detención y las restricciones, comenzaron a hacer piruetas para mostrar y demostrar que con eso y nada más no podían disciplinar ni al bedel del Congreso.
Lo cierto es que la imaginaron quebrada, y está más entera que nunca. La imaginaron tristona, y baila y se ríe. La imaginaron furiosa y es dueña de una inmensa paz que la excede y que pudieron sentir como un aire manso los que bancaron horas en la esquina de San José y Estados Unidos para verla asomarse al balcón. “Una pobre vieja sola y enferma que lucha contra el olvido”: ese diagnóstico político habla de la falta absoluta de criterio del que fuera considerado una de las mentes brillantes del periodismo argentino, al menos hasta que “se cansó de ser pobre”, tal y como definió Charly García el salto al vacío del extinto Jorge Lanata. No se puede analizar desde la furia… tampoco desde la ambición.
Lo cierto es que esa mujer a la que pretendieron dar por “muerta política” (claro que impidiéndole competir porque… ¿viste?) logró una plaza que no imaginaron ni los organizadores (muestra de que estas cosas también los exceden). Discutir un número de asistentes sería lo mismo que debatir si “fueron 30.000” o menos. La multitud abigarrada; el profundo respeto por la voz de la dirigente detenida, dejando su mensaje, y la voluntad de un importante sector de nuestra Argentina fragmentada de mostrarse en forma de masa es la constatación de un triunfo y de una derrota. Y lo dejo ahí porque, de otra manera, sería una perogrullada.


Intrascendencias
Podría, a esta altura del Panorama, hablar del profundo cagazo que le ha entrado al gobierno que perdió el control de la agenda a manos de Cristina y ni siquiera tuvo una participación activa en su condena, más allá del odio que los habita. O hacer referencia a Patricia Bullrich que se reprimía encima frente a los marchantes y se quedó con las ganas. O del “mantequita” de Espert, que se la pasa bardeando a todo el mundo y amenazando con bala y se puso a gimotear porque le pintaron con bosta el frente de su casa. O de la sólida estupidez de Adorni, que se quiso hacer el vivo con los rusos y le pintaron la cara con un comunicado que tiene sonoridades de advertencia por las relaciones bilaterales.
Incluso podría hablar del excelente diagnóstico que hace el constitucionalista Andrés Gil Domínguez sobre por qué el gobierno de Milei es una autocracia. O del escalofrío que le corrió por la espalda a los jueces cuando vieron el millón de personas que colmó el miércoles la Plaza de Mayo. O del salto hacia el autoritarismo que implica el nuevo Estatuto de la Policía Federal, vía Decreto 383/2025, que legaliza la vigilancia digital sin control judicial, normaliza la detención sin causa y faculta realizar requisas arbitrarias de toda arbitrariedad. O de la nueva toma de deuda, esta vez por 6.000 millones de dólares…

Volver
Pero no. Porque la semana, el análisis, la política, TODO tiene hoy el nombre y el impulso de Cristina Kirchner. Y porque en homenaje a su actitud y a su entrega, uno debe opacar al resto. Incluso a los perejiles del palo que intentan armar listas a la sombra de la actitud magnánima de “La Jefa” o la de los jacobinos que por fuerza cinética internista todavía mascullan venganzas módicas y rencorcitos de cotillón (acaso sólo existen en la rosca, andá a saber…)
“Tenemos algo que ellos jamás van a tener y no van a poder comprar por más plata que tengan: tenemos pueblo, tenemos memoria, tenemos historia y tenemos patria”, sintetizó en su discurso grabado que resonó en los cuatro rincones de la Plaza de Mayo. Y además agregó que lo que más le gustó “fue escucharlos cantar otra vez ‘vamos a volver’. No lo hacíamos desde hace muchísimo tiempo. Demasiado, tal vez”.
Si la señora me permite, voy a discrepar con esto último. “Los leales pueden disentir, los obsecuentes siempre traicionan» decía Dardo Cabo, uno de los compañeros que más he admirado. Me agarro de él y me tomo este atrevimiento: no me importa volver, Cristina: me importa llegar de nuevo.
Por Carlos Caramello.

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