7 de septiembre de 2024

Fleabag: no saber cómo vivir

Estás sentado, cenando en un restaurante con tu familia y amigos, nadie todavía te ha preguntado nada, ni una sola cosa. Empezas a pensar que ni siquiera desean que estés ahí. Es como si no existieras. Hablan y ríen sin vos.

Siempre es difícil estar con uno mismo.  A veces nuestro cuerpo, es el último lugar en el que queremos o deseamos estar. Pero no podemos salirnos. Somos protagonistas y nadie puede ocuparse de uno.  Hay momentos en que mi cuerpo me parece como una casa abandonada. Y no sé si soy yo o es mi fantasma que ha entrado en él por error, escribía Estela Figueroa. De esto habla Fleabag. No poder estar, no poder salir, no ser visto. Hasta que alguien te ve.

Fleabag es una tragicomedia inglesa producida, creada, escrita y protagonizada por Phoebe Waller-Bridge. En esta serie Phoebe realiza un despliegue de talento abismal, sobre todo, porque logra que la obra pueda moverse en diversos escenarios graciosos y dolorosos sin caer en lo llano, en lo demasiado simple, y en lo demasiado complejo. En las dos temporadas que tiene la serie, hay temas que se repiten; el dolor, la tristeza, el y la búsqueda de amor, la culpa. Conceptos que son abordados narrativamente distintos en cada episodio.

Ocean Vuong tiene una novela tremenda, En la Tierra somos fugazmente grandiosos, en la que habla, entre otras cosas, de cómo la tristeza se impregna día a día, poco a poco, y dice cosas como esta: “Supongo lo que quiero decir es que a veces no se lo que soy o quiénes somos. Hay días en que me siento un ser humano, y otros en que me siento más un sonido. Todo el mundo no como yo mismo sino como un eco de quién fui”. Hay mucho de esto en esta serie. Me refiero a este sentir contemporáneo, de no saber vivir (si es que alguna vez se supo). Hablo de este diálogo: “Quiero que alguien me diga en qué creer. Por quién votar, a quién amar y cómo decírselo. Creo que quiero que alguien me diga cómo vivir mi vida, Padre, porque, hasta ahora, creo que entendí mal”.

El personaje de Fleabag, que no tiene nombre, interactúa con el espectador y rompe varias veces la cuarta pared para generar complicidad. Por eso uno puede ver ese dolor en los ojos. Y nosotros en gran parte somos su juicio, su oído, pero no podemos decir nada. Estamos mudos y en cierto modo a la deriva, al igual que ella, y quizá, seamos los únicos que realmente podamos verla. Con verla, no hablo de la autenticidad, sino, del espacio que se puede abrir entre lo que se piensa y se dice. Entre la confesión y la honestidad. La audiencia -nosotros- ve esos trasluces de ella.

Hay un escena, que es especial, y que puede pasar por alto por cómo está construida. Es sencilla pero plena. Fleabag encuentra a su padre -que está por casarse con una mujer que la expulsa y que ella detesta- en el ático, con el pie enganchado en una trampa para ratas. La relación ha sido siempre compleja, tirante, pero con cariño hasta en la forma de detestarse. El padre le dice: «Creo que sabes amar mejor que todos nosotros. Por eso te resulta tan doloroso». Digo, ¿qué hacemos con este amor que sentimos? Lo que te atemoriza es que no se pueda hacer nada con eso. El error de siempre es pensar que un otro puede amarnos como nosotros lo hacemos.

Cuenta Natalia Giinzburg que como especie somos demasiados conscientes de nuestra debilidad, demasiados melancólicos e inseguros, demasiados conscientes de nuestras inconsecuencias e incoherencias, demasiados conscientes de nuestros defectos; que hemos buceado demasiado a fondo en nuestro interior. Que hemos visto demasiadas cosas. Y puede que sea verdad. Nos da miedo nuestra fragilidad y de lo que puedan hacer con la misma. Están quienes asumen ese riesgo y quienes no. Puede que un amor llegue y sea imposible. Puede que ese alarido en el pecho nunca pase.

Puede que por eso amar a alguien se parezca a salvarlo (se).

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