25 de octubre de 2025

Fin de fiesta en Dunder Mifflin: el plan político para enfrentar el fracaso del plan económico

Por Eduardo Sartelli*

“Un rayo en un cielo sereno”. Así gustaba Karl Marx de retratar un evento sorpresivo, por lo general, para negarlo y confirmar su teoría de la historia según la cual los grandes movimientos sociales no nacen de la nada. Pues bien, así apareció en el cielo político de la Argentina la intervención directa en el mercado local del Tesoro americano, operando en divisas como un privado cualquiera a través de un banco con presencia en la plaza. El hecho, absolutamente inusual, sorprendió a todos. Sin embargo, solo sirvió para profundizar aquello que se quería evitar: la continuidad alcista del dólar. Se podría decir, entonces, que se trata de dos rayos y no de uno: que el Tesoro venda dólares en la City y que ni siquiera el dueño de la imprenta que los fabrica a mares pueda frenar la escalada. Casi se diría que, como el personaje que usa su nombre por apellido, Bessent se parece al Michael Scott de The Office, que queriendo siempre causar una cierta impresión, produce el efecto contrario, mientras ostenta una taza que reza World’s Best Boss.

Es probable que este Scott, más prosaico y para nada entrañable, se haya topado con un escenario que no esperaba, que no reacciona como aquel México de 1995 que, a la simple insinuación de Larry Summers, se encarriló por la senda correcta sin que fuera necesario poner ni un solo dólar real. O como la Europa de Mario Draghi tras su “whatever it takes”. Pero no, eso no sucedió ni aún recitando las mismas sagradas palabras. Estaríamos frente a un caso de soberbia colocada en su lugar por una especie de rebeldía muy sui generis, una especie de venganza del derrotado que, mientras se arrima al abismo, se da el lujo de burlarse de su victimario: “Bessent, te vimos correr…” La realidad, tal vez sea, otra vez, bastante más prosaica.

En efecto, es razonable pensar que en los EE.UU. ya se han anoticiado del fracaso del plan económico de Milei y Bessent, como afirma Paul Krugman, esté financiando, a expensas de los contribuyentes yanquis, la salida de sus amigos muy expuestos en activos argentinos. Mejor, al menos para lo que uno espera de la dirigencia de una potencia mundial, es la especie según la cual Trump necesita un Milei, porque aliados en América Latina no le sobran: ni el Peluca ni Bukele, suman lo que Lula y Sheinbaum. Como sea, la “misión Bessent” es apenas una parte de la historia y no la más importante.

Junto con Bessent, actúan otros emisarios. Uno, un tanto misterioso, un tal Barry Bennet, sindicado como lobista, que se reunió con miembros connotados de la oposición “razonable” (Pichetto, De Loredo, Ritondo), a instancias de la Embajada y de Santiago Caputo, para sondear las condiciones y características del inevitablemente nuevo gabinete que vendrá después del 26/10. La idea es garantizar una continuidad política necesaria dándole al ídolo con pies de barro una base real. Lo que implica una coalición de gobierno. Esto no es nuevo y no se devalúa porque el que lo lleve adelante sea un cuatro de copas, como parece serlo el señor que, con el mismo apellido esta vez, no canta como Tony, pero tiene embelesado a más de uno que ya se prueba traje de ministro. Esta idea es muy vieja. De hecho, nació con el “pacto de Acassuso”, traicionado por Milei, como corresponde a todo aquel que ha conquistado una ciudadela y no tiene por qué compartirla. Es, también, la melodía que hace rato viene entonando el FMI y que está implícita en la admonición de Donald Padre: más vale que ganes… Conclusión: lo que estamos viendo no es un rescate “económico” del gobierno Milei, sino uno político.

Como ya dijimos muchas veces a lo largo de estos dos años de gobierno, el plan económico de Milei está muerto desde el primer día porque es inconsistente por donde se lo mire. Fijar el tipo de cambio, reducir el dinero en la calle, elevar las tasas de interés, achicar el gasto público salvajemente, ajustar las tarifas en términos reales, aumentar la inflación a niveles estratosféricos, es decir, provocar una recesión brutal como la que vimos en el primer semestre de 2024, no es arreglar el problema sino agravarlo, como la sangría medieval pretendía mejorar al enfermo. Todo eso sin contar la mala praxis propia de la impericia presidencial (el rescate de las Lefis). Y no hay nada que lo emparche, porque lo que se consigue con tal tratamiento es solo la represión de los síntomas. Las pruebas están a la vista: a un parche (el blanqueo) le siguió otro (el salvataje del FMI) y otro (la liquidación de los siete mil millones de dólares del campo sin retenciones) y otro (la irrupción del tío Scottie). Este último vino a poner fin a la farsa: económicamente, es decir, en su propio métier, el gobierno Milei es un fracaso y no tiene arreglo. Milei agotó todas las instancias, incluso la última, el FMI, y tuvo que ser rescatado, literalmente, por las “fuerzas del cielo”. Toda la cuestión, ahora, es qué viene. El resultado de las elecciones es, a esta altura de la soirée, irrelevante. Simplemente, dictará la urgencia con la que se llevarán adelante los cambios. Que deberán ser rápidos y efectivos si el gobierno quiere tener chance en 2027.

Una incógnita queda por resolver: ¿por cuánto tiempo se mantendrá la ayuda yanqui? No solo porque Trump insistió en una cronología precisa (el 27/10), sino porque, sea cual sea su deseo, buena o mala, una decisión geopolítica no puede sostenerse a fuerza de pura voluntad. Aunque el presidente se niegue a reconocerlo, algo a cambio tiene que existir, no es necesario ser “marxista” para saberlo. El capital yanqui, de una forma u otra, si quiere desplazar a China de la Argentina, tiene que encontrar una veta de negocios que resulte más o menos viable, es decir, que genere una corriente en ambos sentidos. Porque ese es el problema de fondo: Argentina y EE.UU. no encajan, no son complementarios. El episodio que lo confirma es la afirmación de Trump de comprar carne a la Argentina, desmentida al otro día por su secretaria de Agricultura.

Existen los que se ilusionan con algo más importante pero improbable: que el puente americano se extienda no al lunes que viene, sino a 2030, cuando entre petróleo y minería la Argentina alcance la otra orilla que hasta ahora resultaba imposible solo con renta pampeana. Es decir, transformarse en un productor de materias primas sustentable al menos en términos económicos, aunque ello sea un desastre social. En esa Belindia argentina, el capital norteamericano tal vez pueda apropiarse del renglón minero-energético, contrapesando a la potencia asiática. Una apuesta demasiado costosa y muy difícil a tan largo plazo, al menos para la temporalidad desbocada que vive nuestro país. Como sea, algo está claro: la fiesta terminó en Dunder Mifflin y su anfitrión haría bien en guardar en el último cajón de su escritorio esa tasa que ostenta cada vez que puede y en la que se lee World’s Best President. Ya no tiene gracia.

*Por Eduardo Sartelli (director del CEICS y miembro de Vía Socialista).

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