El «riesgo» usa peluca

Por Jonathan Bastida Bellot[*]

Después de un año y medio de ajuste permanente sobre la clase obrera y la concesión de jugosos beneficios al gran capital, parece que al gobierno de Milei no le están saliendo las cosas de acuerdo al plan. Sobre todo, en lo que hace al masivo flujo de dólares que se esperaba para esta altura de su gestión. En efecto, los malabares financieros que hizo el Toto durante todo este tiempo (títulos públicos, exitoso blanqueo de capitales en 2024, acuerdo con el FMI, frustrado blanqueo este año) debían ser solo el puente hasta la entrada masiva de dólares de Vaca Muerta y de inversiones extranjeras. De ahí la importancia que se le dio al RIGI como instrumento para atraer capitales productivos del exterior, especialmente para las ramas petrolera, minera y energética.

Repasemos brevemente todas las zanahorias que Milei le dio al capital extranjero a través de este régimen: alícuota máxima del 25% en el impuesto a las ganancias (siendo del 35% el máximo para el resto de la economía); eliminación del IVA, impuestos a los débitos y créditos bancarios y cualquier tipo gravamen provincial o municipal; exenciones al pago de retenciones a las exportaciones luego del tercer año de puesto en marcha el proyecto; libre disponibilidad del 100% de las divisas generadas (también al tercer año), sin obligación de liquidarlas en el mercado de cambios local; importación de insumos a tasa cero quedando solo el 20% de las inversiones al pago de proveedores locales. La frutilla de la torta es las empresas que ingresen a este régimen tendrán estabilidad fiscal durante 30 años. O sea, durante ese tiempo no habría posibilidad de rediscutir las condiciones. 

Uno pensaría que tan brutal sacrificio, en términos fiscales y financieros, por parte del Estado nacional debería atraer necesariamente ingentes cantidades de capital. Eso no estaría pasando: desde que asumió Milei la inversión extranjera directa (IED) se desplomó en un 59%. Según datos de las CEPAL el monto de esas inversiones pasó de 21.734 millones de dólares en 2023 a 8000 millones en 2024. Si bien el RIGI se terminó de reglamentar a fines del año pasado, lo cierto es que no se observó un cambio de tendencia en el último trimestre del año. De hecho, lo que se ve es lo contrario: la recesión provocada por el gobierno empujó el año pasado la salida de varias multinacionales como HSBC, ENAP, Fresenius, P&G, Xerox, Clorox, Prudential. Nissan informó que dejará de producir vehículos en el país. Hace unas semanas Carrefour también avisó que se va de la Argentina. No debemos olvidar tampoco la caída del acuerdo con la empresa Petronas. Eso sí, todo el mundo libertario celebró la llegada de Victoria’s Secret. Todo marcha de acuerdo al plan.

En cuanto a la formación bruta de capital fijo (las inversiones en infraestructura productiva), 2024 terminó un 17% debajo de 2023 mientras el primer trimestre de este año está 5% abajo. Hay una leve recuperación, pero estamos muy lejos del boom inversor prometido.

Volviendo a la caída de IED, es claro que la potencial llegada de nuevos proyectos no está directamente relacionada a la crisis del mercado interno. Pensemos que el RIGI está pensado como economía de enclave, con casi nula relación con el mercado local. Es invertir, producir y exportar. Listo. La pregunta clave es ¿por qué a pesar de los beneficios fiscales a ramas de la economía que a priori tienen una alta rentabilidad todavía no llega la lluvia de inversiones? Los factores de corto plazo, como por ejemplo el atraso cambiario, pueden influir, pero no son determinantes. Para inversiones cuya maduración puede demorar varios años, la variación de corto plazo del dólar no tiene importancia. Podríamos agregar que un dólar barato es un estímulo para importar maquinaria. ¿Entonces?

La respuesta está en lo que nosotros llamamos “riesgo peluca”. Si, como leyó. Ni riesgo “kuka” ni riesgo “mandril” ¿A qué nos referimos? El relato del gobierno dice lo siguiente: las inversiones no llegan por temor a una posible vuelta del kirchnerismo, combinado con la votación de proyectos en el Congreso que atentan contra el equilibrio fiscal. Eso no parecía ser un problema hasta 2023 (año en el que se alcanzó el pico histórico en IED). En realidad, lo que espanta al capital internacional es la política económica libertaria y una eventual victoria electoral de LLA. Parece contra intuitivo, en la medida en que el discurso de Milei es abiertamente pro-capitalista. Veamos.

La clave está en el empeoramiento de la competitividad sistémica de la economía argentina producto de la actual política presupuestaria. En efecto, una de las tres partidas presupuestarias que más colaboró con el superávit fiscal es “gastos de capital”, con una caída de más del 80% respecto a esta altura del año de 2023. En ese ítem entra la obra pública. Eso implica que no solo no se emprenden nuevas obras, sino que tampoco se da el mantenimiento adecuado a las existentes. Esto empeora, por ejemplo, las ya de por sí desastrosas rutas argentinas incrementando costos logísticos. Y este es el mejor de los casos. En el peor, un potencial inversor llegará a la Argentina y se encontrará con que no tiene puertos adecuados para exportar su producción tal y como le promete el RIGI. El affair Petronas es sintomático de este cuadro. El año pasado, Milei decidió mudar la construcción de una plata de GNL desde Bahía Blanca al puerto de Punta Colorada en Río Negro. Este emplazamiento no cuenta con la infraestructura adecuada (puerto, caminos, alojamiento para los trabajadores, instalación eléctrica, etc.) para poder montar un negocio de esa escala. Ese no sería un problema si el gobierno emprendiera las obras necesarias para acondicionar el lugar. Pero la perspectiva no es esa sino todo lo contrario, no habrá pública. En consecuencia, la inversión de Petronas se cayó.

Esta situación se replica sobre todas las actividades económicas. El mismo Salvador Di Stéfano, fanático defensor del tipo de cambio bajo, decía hace algunos meses que las inversiones en la zona de la cordillera tenían como principal problema que no dan abasto los edificios para dar alojamiento a los trabajadores necesarios para empezar los proyectos. Por eso, es la propia burguesía la que le reclama esto al gobierno. En mayo de este año Marcelo Álvarez, CEO de Barrick Gold, dijo en una conferencia que el RIGI es insuficiente si no hay rutas. Sentenció con: “el inversor entre ir a Chile, que ya tiene la infraestructura, o venir a Argentina, que tiene que construir las rutas y su propia línea eléctrica, va a tomar la decisión de ir a un país donde eso ya está». La obra pública es un factor relevante si se quiere atraer inversiones. No es casual que una de las etapas de mayor entrada de IED, como la presidencia de Arturo Frondizi, vino acompañada de la construcción por parte del Estado nacional de infraestructura vial y energética.

Esta situación es la que espanta a las inversiones extranjeras y compone el riesgo peluca. No es el miedo a la vuelta del kirchnerismo lo que asusta a los inversores, sino la perspectiva de la consolidación política de Milei, su política económica. Lo que caracteriza a ésta, en última instancia y para sorpresa de muchos, es su actitud anti-capitalista en relación, no al capitalismo imaginario que mora en su cabeza, sino al capitalismo real, ese que, por ejemplo, se construye exitosamente en Corea del Sur, China y Vietnam o, más cerca, se construyó en Alemania o EE.UU. En el capitalismo real, obra pública, política estatal productiva, planificación, control de mercados específicos, promociones activas, selección de actividades, perspectiva de largo plazo, son claves de lo que en los ’90 se llamó “atractividad”, es decir, la capacidad de un país de atraer, en competencia con otros, inversiones en calidad y cantidad. Una política económica que destruye esas condiciones en el altar de ideologías absurdas y preocupaciones financieras de corto plazo, no atrae a nadie. Más bien, asusta.


[*] Por Jonathan Bastida Bellot (docente, investigador del CEICS y militante de Vía Socialista).

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