22 de diciembre de 2024

El año que vivimos en peligro

Foto de Carlos Brigo.

Foto de Carlos Brigo.

“A los verdugos se les reconoce siempre. Tienen cara de miedo”.

Jean Paul Sartre

Sentimientos negativos. Todos. O casi todos. Eso nos deja el inventario de un 2024 que el pueblo, seguramente, sintetizará como “un año de mierda”. Por rabia, por catarsis. Y también como definición. Más allá de las cifras y los indicadores que se revolean de derecha a izquierda: números incapaces de explicar por qué no dormimos bien; qué significa esa angustia que nos aprieta en la zurda del pecho; cuál es el motivo de andar tan perdidos de nosotros mismos; dónde registra el umbral de miedo que nos amordaza.

Emociones. Huellas. Sentires. De poder pintarlos, exhibirían una imagen mucho más precisa y perfilada de esa Argentina del desengaño que transitamos sin luz al final del túnel. Pura desfuturización, puro desencuentro. Apenas la bocanada del día a día, llena de resignación, o de arrepentimiento. Poca lucha, eso sí. Supervivencia y pase corto.

Hablemos entonces de esas sensaciones. De lo que nos anda pasando a las mujeres y los hombres de a pie en esta patria reducida a despojos. Del apoyo irracional de los favorecidos por el régimen y del de los que no tanto. De la rabia impotente instalada en amplios sectores de la sociedad que, difícilmente, sean consultados por las encuestas.

Pero, sobre todo, hablemos del temor. Y del terror, impuesto desde un Estado represivo que, lejos de achicarse, se amplía cada vez más para controlar, a partir del “monopolio de la violencia legítima”, a un pueblo que intentó manifestarse, pero fue acallado a palos. Porque “El Topo” viene para destruir desde adentro, pero sólo a esos últimos retazos de Estado de Bienestar.

GERONTO VIOLENCIA

Hay que ser cagón para pegarle a los jubilados”. Lo dice -lo grita- Natalia Zaracho, la “diputada pobre”, como la llama para estigmatizarla, la banda de neofascistas que no saben ni sumar, pero pudieron comprarse un título de grado en alguna de las universidades que Milei NO pretende cerrar, a diferencia de las públicas y gratuitas. “Cagón” es un adjetivo que los describe. Que los precisa. Que los pinta, así como pinta su mundo de resentimiento cibernético.

¿Por qué los jubilados? Bueno, al parecer son uno de los colectivos a los que la derecha apunta… dicho sin metáfora alguna. “Las implicaciones financieras de que la gente viva más de lo esperado (el llamado riesgo de longevidad) son muy grandes”, sostiene un documento del FMI de los tiempos en que era dirigido por Christine Lagarde. “Hace 30 años atrás teníamos que mantener a una persona hasta los 70 años y ahora lo tengo que mantener hasta los 85 y trabaja menos gente”, explicó alguna vez, con su inefable ombliguismo, el ex presidente Alberto Fernández. “Para que quieren créditos si es casi seguro que se van a morir«, sintetizó Diana Mondino cuando todavía oficiaba de Canciller, en una mesa de Mirtha Legrand, que le retrucó “yo pienso vivir mucho tiempo”.

Los libertarios tienen clara la cuestión. Por eso tomaron el “conflicto” por las astas y, de un saque, les hicieron perder 6,7% de sus haberes a los 5 millones de jubilados “de la mínima”. Entre otras cosas congelándoles el bono en 70.000 pesos sin tener en cuenta la inflación. Esto, más allá de las tramposas celebraciones presidenciales sobre que “en dólares, voló el poder adquisitivo de los jubilados” o que son “el sector que tiene menos pobres”.

Por eso, los viejos van. A la Plaza de los Dos Congresos van. Con pancartas, con protestas, con valentía… y casi en soledad. Porque son de la generación del “luche y vuelve”; de los gloriosos días del Cordobazo; de la resistencia a la dictadura del Proceso. Aguerridos varones que rondan los 80 pirulos; bravas y bellas mujeres que lucen orgullosas sus 70 años en flor. Van.

Contra los escudos sin cabeza; contra los gases atormentadores; contra las tonfas homicidas de la policía metropolitana, van. Cada miércoles de la vida. Sin nada que perder y, acaso, tampoco que ganar. Solo su dignidad. Su entereza. Su decisión de no morir de rodillas. “Si me van a matar, mátenme acá”, les gritó uno de esos miércoles un jubilado a sus agresores. Y otro viejo, en Córdoba, se roció con nafta y amenazó prenderse fuego frente al PAMI si no le entregaban los medicamentos.

“Fuertes con los débiles, serviles con los poderosos” digo, parafraseando a Néstor Kirchner. Bajo esa consigna gobierna Javier Milei y su pandilla de insensibles. O mejor: de inhumanos. Protegidos en la certidumbre cobarde de una vejez cómoda, recortan ahí, en ese lugar de la sociedad donde más duele.

Y, sin embargo, los viejos van. No tienen miedo. No tienen dudas. No tienen nada, pero van. Muchos, seguramente, se han visto cara a cara con la muerte. Y saben que a la Parca sólo le temen los que no han hecho nada de sus vidas.

EL ODIO COMO HERRAMIENTA

La sociedad se ha “gorilizado”. No porque sea más antiperonista. La palabra “gorila” identifica, básicamente, a “un proyecto político-económico en favor de los sectores dominantes nacionales y extranjeros” además de denunciar “una actitud de desprecio hacia lo popular y hacia las formas políticas de los sectores subalternos”, según un excelente paper académico firmado por Martín Retamozo y Mauricio Schuttenberg.

Con menos fundamentos doctos que estos dos investigadores del CONICET y la Universidad Nacional de La Plata, yo agregaría que la denominación de origen, nacida de una cancioncita del programa humorístico radial “La Revista Dislocada” -de los años 50-, refiere a la falta de empatía y de solidaridad. Y eso se nota mucho por estos días.

Se nota en la invisibilización maliciosa de familias enteras en situación de calle (y son cada vez más); en lo despectivo de los gestos con los que se niega una moneda; en el resquemor que producen los que no tienen nada y están ahí. Se nota en la necesidad de los otros de no notarlos, de hacer como que no los ven, aunque “la nena que pasa vendiendo pañuelos entre las mesas tenga 5 añitos”, como siempre dice mi querido amigo Max Delupi.

No puedo afirmar que eso nació con el libertarismo apátrida. La decepción que significó el gobierno de Alberto Fernández, votado con tantas expectativas, constituye un punto de partida ineludible de estas conmociones tan ajenas al ser nacional. De hecho, el origen mismo de ese parteaguas bien podría situarse en la naturalización de la frase “algo habrán hecho” que propaló la propaganda del Proceso de Destrucción Nacional a mediados de los 70.

La recuperación democrática, la restauración de los derechos humanos y cierta sensibilidad redimida permitió que viviésemos décadas de cierto equilibrio, más allá de aquel diagnóstico sobre el “enano fascista” que nos habitaba. Pero, los diferentes fracasos económicos del neoliberalismo (Proceso, Menem, De la Rúa, Macri), fueron fundando campos de resentimiento e insatisfacción que, medios de comunicación mediante, calaron profundo en nuestra identidad.

Así, la tarea de construcción de sentido, desde el instante mismo en que Milei fue visualizado por el poder como ese instrumento destructivo que ellos podían utilizar en beneficio propio, trabajó en el formateo de un “estado de cosas” difícil de visualizar en otro momento de la Argentina: la instauración de un odio herramental.

La demolición total fue la propuesta. Y las redes, el territorio. Por allí comenzaron a circular los mensajes de odio, engendrados por expertos como Fernando Cerimedo, uno de los esbirros on line de Milei que también trabajó para Bolsonaro manejando consignas golpistas que ayudaron a instalar el intento de golpe de Estado en Brasil (cuestión por la que es investigado por el Superior Tribunal Federal de ese país a donde seguramente será citado para declarar más temprano que tarde).

Una banda de idiotas útiles (los ha habido en todas las épocas), deshistorizados, anárquicos, desclasados, híper contestatarios y bastante bocha floja, abrazó la propuesta hostil y, con todo su rencor a cuestas, la desparramó más allá de las fronteras tecnológicas.

Resultado: odio por doquier. En línea, en la calle, en la casa. Nietos burlándose de sus abuelos y achacándoles que, si no eran ricos a esa altura de sus vidas era porque se equivocaron; jóvenes influencers acudiendo a las marchas a insultar y a provocar (y recibiendo algún coscorrón como respuesta) y, como broche, el lanzamiento de la agrupación “Las Fuerzas del Cielo”, liderada por otro famoso tuitero que presentó a esta cofradía como “el brazo armado de La Libertad Avanza” y la “Guardia Pretoriana de Milei”.

Clima. Instalación de la fase belicosa. Hostilidad, encono, tirria, xenofobia. Casi como para demostrar que el amor NO vence al odio y que ese enano fascista y rencoroso del que nos hablaba la periodista italiana Oriana Fallaci en 1983, hoy ha crecido y se ha convertido en un señor libertario con todas las letras a la sombra de una progresía vana que cree que la batalla cultural son las frases edulcoradas impresas en un sobrecito de azúcar. Eso también es este 2024 que se va yendo: un compendio de los peores sentimientos que puede tener un ser humano buscando socavar la ya profunda fractura de nuestra sociedad.

¡ES EL HAMBRE, ESTÚPIDO!

Celebrando como Muppets desarticulados se los vio, al Presidente y su ministro de Economía, durante todo este año. ¿Motivo? El nunca bien ponderado (falso) equilibrio fiscal que, como se sabe, es producto del recorte de partidas presupuestarias esenciales para la vida del país. Incumplimientos con las provincias; disminución en los salarios estatales y en las jubilaciones y pensiones; informalidades y podas varias pero, sobre todo, amputaciones económicas en partidas que no pueden ser recortadas, como las destinadas a alimentar a los sectores más desfavorecidos.

El súmmum de esta crueldad se expresó casi al inicio de la gestión, cuando los movimientos sociales denunciaron que el Ministerio de Capital Humano tenía almacenados más de seis toneladas de alimentos destinados a comedores comunitarios: habían sido adquiridos por el gobierno anterior y, en algunos casos, estaban a punto de vencer.

¡Escándalo! “Sunescándalo”, hubiese dicho el Pino Solanas. Porque lo era: renuncias, expulsiones, amenazas, llantos… muchos llantos… demasiados llantos… La Ministra Pecho Frío (el traductor italiano/español convierte Petto Vello en Pecho Polar, literalmente) en un ataque de nervios por culpa de Caputo; el gobierno haciendo operetas contra los comedores comunitarios; los dirigentes sociales peleando a brazo partido contra la burocracia que, supuestamente, La Libertad Avanza venía a desterrar; los curas de Opción por los Pobres y los Villeros recibiéndose de magos para dar de comer a los hambrientos; la Justicia dictaminando que había que repartir las raciones; el área ministerial interponiendo recursos para guardarse las vituallas hasta que se pudran; los magistrados rechazando e insistiéndole a Capital Humano con la distribución de los comestibles, además de amenazar a la Ministra con llevar la causa al fuero Penal…

Idas y vueltas. Ninguna solución real. Sólo suministros para los amigos: municipios libertarios, fundaciones de ultraderecha, funcionarios que reciben pero no distribuyen… En síntesis: siguen resistiéndose. A incorporar a 66 comedores de la UTEP. A terminar de entregar la yerba. A repartir los víveres para que, los más castigados por la pobreza, vivan. Se resisten, sencillamente, a ser humanos.

¡Un sainete! Si no fuese tan trágico, podría haber tenido su costado gracioso. Por la falta de capacidad, de inteligencia, de conocimiento, de expertisse en la administración de la cosa pública. Si a eso se le suma la ausencia total de sensibilidad que han mostrado los funcionarios del gobierno de La Libertad Avanza, el hambre de los muchos pasa a ser una decisión política. Perversa. Pero una decisión al fin.

Ahí radica lo peor de los sentires y las sensaciones. En la cosa hecha adrede. En la maldad por la maldad misma. La violencia y el odio se resumen en el ejercicio del hambre. Ese de un millón y medio de pibes que se van a dormir sin cenar y el de tantos o más padres que no comen para que coman sus hijos. Por eso Pettovello es intocable: hay que encontrar alguien dispuesto al genocidio por hambruna. Hay que ser tan siniestra como para sobresalir en una sociedad que ejerce la maldad casi como código. Hay que estar tan al costado de la vida como para celebrar esa necesidad que duele en el estómago.

DA CAPO AL FINE

Violencia, odio y hambre. Las palabras que sintetizan el primer año del gobierno de Javier Milei y su “Triángulo de Hierro”. Y que también definirían el porvenir, si el Presidente cumple con sus promesas de ajustar más en 2025; si logra su Da capo al fine, esa indicación musical que se cita al cierre de las partituras para “repetir una pieza desde el principio hasta el final”.

Envalentonado por cierto acompañamiento social, excitado por los arrumacos del FMI que lo felicita y los mimos de Trump que lo invita a su fiestecita de asunción, Milei se relame con la promesa de la deep motosierra, el sueño húmedo de la dolarización asimétrica y la posibilidad de destronar a Macri de su sitial en CABA para regalarle la ciudad capital a su hermanita.

Todo a pesar del (o gracias al) dolor de muchísimos argentinos que vienen perdiendo, de 10 años a esta parte. Derechos, ilusiones, realidades… hombres y mujeres para los que el horizonte de futuro inmediato, lejos de ser prometedor, es negativamente definitivo.

Tan definitivo como las señales que nos deja el Presidente al cierre del año: el retorno de las Fuerzas Armadas para controlar las calles (los argentinos sabemos lo que eso significa aunque muchos finjan demencia, sobre todo varios dirigentes políticos); una represión que comienza a cobrarse vidas humanas, como el asesinato de un bagayero de 27 años en la frontera de Salta con Bolivia; un recorte del 45,6% en programas sociales; la designación como número dos de la SIDE de Diego Kravetz, ex Secretario de Seguridad de CABA, quien fue filmado mientras le pegaba a un menor detenido por el robo de un celular.

Símbolos. Indicios distintos pero concurrentes de que, lo que vendrá, puede ser aún peor que esto peor que hemos vivido en 2024. Por eso, para el año nuevo, mi mejor y único deseo es estar pensando y escribiendo sentado al borde del error. Ojalá no se cumpla mi análisis de prospectiva; quiera Dios que estas conjeturas se opaquen, los signos se licuen en el paso de los días y todos las argentinas y argentinos puedan recuperar un poco de paz y alguna esperanza de futuro. Así sea.

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