8 de noviembre de 2025

¿Alcanza con un Astori peronista? Amable matiz con José Natanson

Por Pablo Papini.-

José Natanson dice que el peronismo espanta a los mercados -entendiendo por tales a su segmento financiero-, que por ello últimamente reaccionan generando caos y zozobra cada vez que el movimiento asoma triunfador electoral. Y es cierto. Agrega que eso puede haber influido en la recuperación electoral de Javier Milei entre septiembre y octubre. Lo cual es posible. Y propone como solución que el justicialismo nombre a un Danilo Astori propio que monopolice la cuestión económica. Se refiere al moderadísimo -así lo caracteriza él mismo en su libro La nueva izquierda, de 2009- dirigente del Frente Amplio uruguayo al que Tabaré Vázquez anunció ministro durante la campaña presidencial de 2004, cuando finalmente alcanzó el gobierno en su tercer intento, tras dos derrotas en las que había pesado su filiación socialista. 

Es poco probable que eso alcance. Si bien el peronismo debe reconciliarse con los ejes del equilibrio macroeconómico que puso en juego como ningún otro gobierno durante los dos primeros mandatos kirchneristas (superávits gemelos, tipo de cambio alto, acumulación de reservas y política monetaria restrictiva), lo cual podría rematar en el encumbramiento solicitado, existen obstáculos objetivos que deberán abordarse de forma más compleja. 

Gestos como los que promueve Natanson fueron comunes en los gobiernos posneoliberales de principios de los dos mil, que él estudió en profundidad. Lula da Silva escribió, en la campaña de su cuarto intento presidencial (2002), una Carta al pueblo brasileño en la que prometió respetar contratos y compromisos firmados por su antecesor, Fernando Henrique Cardoso; mantener la inflación a raya y la designación en el Banco Central de Henrique Meirelles, de larga carrera en el Bank Boston. Néstor Kirchner garantizó la permanencia en el Ministerio de Economía de Roberto Lavagna, quien encarnaba la estabilización macro de la segunda mitad del gobierno de Eduardo Duhalde tras un inicio turbulento, y también la de Alfonso Prat Gay en el Banco Central (a quien luego reemplazó con alguien de mayor reputación aún en el mundo financiero como lo es Martín Redrado). Y hasta Hugo Chávez inició su primer mandato prolongando la gestión en Hacienda de Maritza Aguirre, funcionaria de Rafael Caldera. 

Pero la clave de la tranquilidad con que arrancaron aquellos gobiernos debe rastrearse más bien en que las modificaciones que operaron no cayeron sobre economías con el grado de penetración del vector financiero que padece Argentina desde que Mauricio Macri asumió en 2015, que no pudo ser removida por Alberto Fernández entre 2019 y 2023 y que se ha profundizado con Javier Milei desde entonces. En nuestro país, en 2025, por fuera del carry trade -que no debe despreciarse per se, sino en tanto vértice rector-, funcionan actividades extractivas de bajo nivel de generación de empleo y poco más. El peronismo no puede avalar la continuidad de ese esquema, representa lo opuesto. Luego, la toma de ganancias de los intereses que se expresan en el actual modelo se anticipa durante las campañas electorales. 

En Brasil y Venezuela, Cardoso y Caldera no eran eso y en Argentina, que sí padeció experiencias previas similares, el cambio de régimen se tramitó bajo un gobierno provisional, de tipo parlamentario, el de Duhalde, que funcionó como paréntesis antes de una nueva convocatoria a elecciones, con lo que Kirchner debió lidiar con las consecuencias -sobre todo, sociales- de aquel epílogo traumático, pero con una parte de la tarea ya realizada. 

Otros ejemplos corroboran la tesis: el Carlos Menem de 1989, previo a su giro neoliberal, y Alberto Fernández treinta años más tarde. Ambos compitieron bajo corridas y acusados de ser quienes las provocaban, pero, así y todo, consiguieron imponerse en las urnas. 

No pasa solo por el imprescindible orden macroeconómico, porque, si por eso fuese, el gobierno de Milei no lo ha alcanzado: logró un superávit fiscal discutible (no solo por su costo social, sino por su sustentabilidad), pero no externo; no acumula reservas casi por vocación, el tipo de cambio está tergiversado de varias formas y solo rige plena la restricción monetaria. 

Tampoco se trata prioritariamente de la cuestión de la deuda, que funge de reaseguro de estos esquemas, que en sus cronogramas vigentes es en efecto impagable y que nadie -salvo el trotkismo- propone repudiar, sino renegociar de modo tal que pueda encajar en un horizonte de verdadera sostenibilidad específica, social y productiva. Tan real es que la deuda, así como está, es de imposible cumplimiento, que ha requerido ya dos refinanciaciones en siete años desde que Macri definió el regreso al Fondo Monetario Internacional en lo que Emmanuel Álvarez Agis, uno de los Astori en debate, calificó como “error de política económica del siglo”. Kirchner canceló en 2005 una acreencia de algo menos de u$s10 mil millones acumuladas en cincuenta años: hoy se debe el quíntuple de ese monto, generado en un quinto de tiempo. Nada causa mayor inestabilidad que fingir demencia prometiendo pagar, aunque no se pueda. Por mucha buena voluntad que se declame, cualquiera sabe hacer la cuenta. 

Modelos como los de Macri y Milei conservan, aún en sus fases de agotamiento, capacidad de daño, especialmente si se los analiza a través de la conveniencia electoral de quien los impugna. Para colmo, hoy la actividad se ha expandido entre la sociedad y dinamizado en sus métodos. Entre el orden macroeconómico ineludible y los costos inevitables de diferenciarse habrá que construir la diagonal. Aceptando la turbulencia e incluyendo en la propuesta alternativa una identificación de los responsables y el beneficio de atravesarla. Pero la carrera por seducir a la antítesis solo asegura, como cantan Los Manseros, llegar a ningún lado. 

Como dijo Diego Genoud recientemente: hay peronistas que han reaccionado a la derrota buscando la aprobación de los mercados, cuando la reprobación la recibieron de la sociedad. 

La vigencia del modelo de dominancia financiera asegura una agonía lenta, menos perceptible, pero con seguridad irreversible. La salida de ese laberinto no podrá ser indolora, pero al menos alberga alguna posibilidad de resurrección al cabo de encararse, descartando simplismos.

Por Pablo Papini.-

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