La Argentina dejó de ser un destino seductor para los grandes jugadores internacionales del negocio supermercadista. Lo que durante décadas funcionó como un mercado atractivo para los grandes grupos internacionales hoy aparece atravesado por señales de alerta que empujan a esas compañías a revisar su presencia en el país, reducir operaciones o directamente buscar una salida ordenada.
El primer factor que explica este cambio es la caída persistente del consumo. Los hipermercados y grandes cadenas supieron concentrar cerca de un tercio del gasto total de los hogares desde los años noventa, pero esa participación se achicó y se ubica en torno al 30%. Detrás de esa retracción aparece un dato central: el deterioro del poder adquisitivo. El fuerte aumento de tarifas de servicios públicos y de otros gastos indispensables, como salud y telecomunicaciones, recortó el ingreso disponible de los asalariados y modificó los hábitos de compra.
Las cifras oficiales confirman esa tendencia. Entre fines de 2023 y mediados de 2025, las ventas de supermercados y autoservicios mayoristas, medidas a precios constantes, registraron una contracción de más del 20%. En paralelo, los autoservicios minoristas también mostraron caídas, aunque de menor magnitud. El resultado es un mercado más chico, con menor rotación y mayor competencia por cada cliente.
Este escenario impacta directamente en la rentabilidad. Los márgenes brutos que las grandes cadenas suelen obtener en los países centrales, ubicados históricamente en torno al 28 o 30%, quedan lejos de replicarse en el contexto local. Esa diferencia complica la cobertura de los costos fijos y limita la posibilidad de alcanzar retornos razonables sobre las inversiones realizadas, en un sector que además enfrenta dificultades similares a nivel global.
A la baja del consumo se suma un cambio estructural en la forma de comprar. Crece el peso de las tiendas de cercanía y disminuye la facturación por metro cuadrado de las grandes superficies. Las marcas propias se expanden como estrategia para sostener volumen y fidelizar consumidores, pero ese movimiento también presiona a la baja los márgenes, en un contexto donde cada punto de rentabilidad resulta clave.
El esquema de costos completa un cuadro complejo. La presión tributaria se mantiene elevada en los niveles nacional, provincial y municipal. A eso se agregan aumentos significativos en energía, transporte y seguridad, además del encarecimiento del uso comercial de los inmuebles. Todos estos factores modifican los parámetros históricos del negocio y obligan a redefinir estrategias que antes resultaban exitosas.
El frente financiero tampoco ofrece alivio. La inflación desarticuló casi por completo el ingreso que generaba el descalce entre plazos de pago a proveedores y cobranzas a clientes. La menor rotación de stock incrementa las necesidades de financiamiento y el aumento real del costo del dinero dificulta sostener niveles adecuados de inversión, especialmente en bienes durables.
Desde la perspectiva de las casas matrices, operar en la Argentina exige un esfuerzo de gestión muy superior al habitual en otros mercados, con beneficios sensiblemente menores a los esperados. La inestabilidad en las reglas de juego, la incertidumbre económica y el riesgo de cambios abruptos en el rumbo de la política económica profundizan esa percepción.
A este contexto se suman restricciones que pesan especialmente sobre los grupos internacionales: las limitaciones para girar utilidades al exterior, la persistencia de rigideces laborales con altos costos asociados y el crecimiento de regulaciones municipales que dificultan la expansión o el funcionamiento fluido de las operaciones.
Mientras el consumo y los resultados acompañaron, muchas de estas dificultades pudieron sortearse. Sin embargo, la sucesión de factores negativos registrada en los últimos años alteró la lógica de decisión en las sedes centrales de las compañías. En ese marco, el mercado argentino aparece hoy más accesible para empresas locales o regionales, capaces de adaptarse con mayor flexibilidad a un entorno cambiante.
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