Periodista, editora y escritora, Leila Guerriero, autora de libros notables como Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños, Una historia sencilla. En Teoría de la gravedad, se puede encontrar un conjunto de columnas escritas para el diario El País de España, que la autora recopiló, editó y organizó de manera específica.
En alguna parte de los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia cita una frase de Chesterton que creo dice “el mundo cambia no por lo que se dice o por lo que se reprueba o se alaba, sino por lo que se hace. El mundo nunca se repone de un acto”. Nadie sale igual después de leer a Guerriero.
No son muchas las lecturas que pueden condicionar los libros que hay en el porvenir. Tampoco se sabe el motivo, al menos yo no lo sé, de porque un libro puede llegar a ser significativo, que condense una parte de nuestro tiempo. De una época. Esto es mucho más fácil de ver y sentir con los discos y las bandas. Canciones que marcan un ritmo en la vida, canciones capaces de modificar el presente, y hasta cómo sentirse con el pasado. Teoría de la gravedad es esa canción que marca épocas, un día en la vida.
No hay muchas canciones que representen esto, pero todo el mundo tiene esa canción. Así como cuando Leila Guerriero leyó esta frase de Pavese « Nunca más deberás tomar en serio las cosas que no dependen sólo de ti. Como el amor, la amistad, y la gloria. Haber escrito algo que te deja como un fusil disparado, aún sacudido y humeante, vaciado por entero de ti » y según ella, nada fue igual. Un libro puede marcar una vida. Estoy hablando de esto: “No estoy triste. Es sólo que quisiera, a veces, acallar ese ruido continuo dentro de mi cabeza de dragón. Ese murmullo que no cesa. Quizá les pasa: un tironeo, una tensión que viene desde todas partes: el pasado, el futuro”.
Hace años, en mi infancia, solía ver a mi padre trabajar la madera, carpintero de oficio, en un pequeño taller en el patio de casa. Había tardes enteras de sábados y domingos, que estaba ahí con él. Hacía muebles, mesas, sillas, estantes, y hasta bibliotecas a pedido. Todo de manera artesanal y de forma trabajosa. Una pieza sola, podía llevarle varios días de trabajo. Una vez, entrando a mi adolescencia, sólo para herirlo, le dije, que era inútil tanto esfuerzo. Que era inútil trabajar de esa manera la madera. Que era inútil porque había mueblerías en el centro con muebles más baratos, ya hechos. Donde nadie tenía que esperar tanto. Sé que lo herí. Mi padre tenía y tiene la dicha de tener un oficio. Todavía, yo no tenía ese tesoro. Tener algo de por qué vivir, algo que para algunos resulte inútil, inservible, algo que, a veces, quita más de lo que da. Esto lo aprendí cuando quise escribir.
Natalia Ginzburg en Las pequeñas virtudes -un libro que reúne ensayos- habla sobre el oficio de escribir. Dice cosas dolorosas, pero ciertas. Cosas como “Hay un peligro respecto a las cosas que escribimos. Porque la belleza poética es un conjunto de crueldad, de soberbia, de ironía, de ternura carnal. (…) Uno no puede abrigar la ilusión de que el propio oficio lo acaricie. No es una compañía. Este oficio es un amo, un amo capaz de azotarse hasta hacernos sangrar, un amo que grita y condena”.
Cada una de las columnas que aparecen en Teoría de la gravedad son fruto de este oficio demoledor que no perdona. Momentos, en los que uno, se quiere bajar. Pero ya no puede. Es un ring y el lector tiene todas las de perder, de llevarse todas las trompadas. Trompadas, palabras, no hay diferencia. Uno se pregunta cómo hace para escribir así. Según ella, entre escribir y amasar el pan, no hay diferencia. Porque “Hay que amasar el pan sin humildad, con empeño, con odio, con desprecio, con ferocidad, con saña. Como si todo estuviera al fin por acabarse. Como si todo estuviera al fin por empezar. Hay que amasar el pan para vivir, porque se vive, para seguir viviendo. Escribir. Amasar el pan. No hay diferencia”.
Por eso me pregunto de qué sirve este oficio, digo ¿para qué sirve escribir? ¿para qué sirve la literatura y los libros? Lo respondo con este fragmento del libro que dice “Ayer me llamaron de una radio, me preguntaron para qué sirven los libros. Debo haber respondido con alguna estupidez. Lo que debí haber dicho es que los libros sirven para una sola cosa: para salvarnos la vida”.