La ciudad santafesina de Sastre atraviesa uno de los golpes económicos más duros de su historia reciente. Cramaco-DBT, una planta que durante décadas funcionó como emblema industrial de la región y que llevó alternadores y grupos electrógenos a mercados de América, Europa y Asia, redujo su operación local al límite y despidió a casi toda su dotación. La firma abandonó la fabricación nacional y decidió apostar todo a la importación de equipos terminados desde China, un giro que vació de actividad a su comunidad y dejó en el aire a decenas de familias.
La decisión se comunicó el martes, cuando la empresa reunió al personal y anunció que el proceso productivo quedaba desactivado. Asociada desde 2003 al grupo español Himoinsa, la compañía cortó con una tradición de más de siete décadas dedicadas a la elaboración de generadores y alternadores hechos íntegramente en Sastre. A partir de ahora, los equipos llegarán desde Asia y se distribuirán en el mercado interno sin intervención de mano de obra local.
El impacto social y económico en una ciudad de poco más de seis mil habitantes se siente desde temprano. La planta mantenía talleres, proveedores, comercios y oficios que orbitaban alrededor de su producción. La crisis se venía masticando desde el año pasado, cuando la empresa echó a 16 operarios en medio de una fuerte caída de ventas. En ese momento, el dirigente metalúrgico Ricardo Ozuna anticipó el rumbo que tomaba la empresa: «Nos dijeron que les conviene ensamblar grupos electrógenos trayendo componentes de afuera más que fabricar acá».

Cramaco nació en 1947 y se consolidó como símbolo industrial regional. En 1999 cambió de dueños y adoptó el nombre DBT. Su integración al grupo Himoinsa en 2003 la lanzó a mercados internacionales y la posicionó con una participación local que llegó al 85%. Ese largo recorrido encontró un freno abrupto con la reestructuración actual.
El delegado de la UOM Jorge Herrador, uno de los trabajadores con mayor antigüedad, explicó el tamaño del achique y expresó su bronca por la situación que atraviesa él y sus compañeros: «De los 57 trabajadores, fuimos despedidos 35. De ese total, 33 integran el sector de producción y los dos restantes son administrativos. Quedan solo 22 empleados, pero nadie de producción. Esto refleja la intención de la empresa». Herrador, de 59 años y con un cuarto de siglo dentro de la fábrica, quedó atrapado en el ajuste.
La web institucional de DBT todavía muestra un perfil industrial que ya no coincide con su realidad: «Fabricamos generadores de corriente alterna para grupos electrógenos tanto de uso comercial como industrial» y «Somos líderes en el mercado local con un market share de 85%. Exportamos más de 50.000 alternadores a diferentes países de América, Europa y Asia». Nada de eso se refleja en la Sastre actual, donde la empresa pasó de exportar valor agregado nacional a sumarse a la ola de reconversiones importadoras que se aceleraron con el rumbo económico del gobierno de Javier Milei.
Hoy, el enorme galpón que durante décadas alojó producción santafesina quedó relegado a un rol de depósito de mercadería importada. En Sastre, el silencio del predio reemplazó al ruido de las máquinas y dejó una sensación amarga: se perdió un símbolo productivo que sostuvo a la ciudad por generaciones.
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