2 de diciembre de 2025

Chiste malo: la gran mentira sobre la que (casi) todos hacen silencio

Por Eduardo Sartelli*

El gobierno de Javier Milei descansa sobre una gigantesca mentira sostenida en una especie de conspiración colectiva: el gobierno es un desastre y pende de un hilo, pero actúa como si su poder fuera omnímodo y estuviera apoyado en un éxito sin discusión en todos los campos. Incluso quienes se posicionan como críticos muy críticos, le reconocen “cosas”: el control de la inflación, el ordenamiento de precios relativos, la estabilidad del dólar, el control de la calle y la centralidad política. Así las cosas, el gobierno puede revitalizar, sin pudor alguno, una narrativa sintetizada en la sigla TMAP: todo marcha acorde al plan. Se reconstruye hacia atrás, como un designio infalible salido de la cabeza previsora del moderno Duce, una trayectoria marcada por el azar y la recurrencia a burdos deux ex machina. Basta examinar cada una de estos “logros” para reencontrarnos siempre con la misma fragilidad, la misma impericia, la misma casualidad causal: el gobierno es un fracaso que sobrevive escondiéndose en el fracaso ajeno y en las apariciones milagrosas de su numen protector. Sus únicas virtudes son los defectos de quienes tiene enfrente. Su válvula de seguridad es la conciencia de aquellos a los que ha derrotado, de que están efectiva y definitivamente derrotados. Ese derrotismo profundo de la llamada “oposición” (que incluye a los partidos de izquierda) es lo que transforma un cuatro de copas en una carta ganadora. El rey está desnudo, pero la conspiración de los derrotados prefiere creer en la mentirosa exuberancia del traje del emperador.

El gobierno pretende que el tembladeral en el que se vivió hasta el 25 de octubre era el resultado del “riesgo kuka”. El argumento es absurdo, sobre todo porque la titular de semejante poder duerme con tobillera puesta. Pero lo que resulta más que obvio es que, con reservas en el Banco Central, nadie corre a nadie. Y nadie obligó al gobierno a no acumular divisas, fue una decisión propia, brotada de necias concepciones económicas (como que no es necesario tener reservas) y de no menos necias estrategias políticas (como que lo único que importa para ganar una elección es controlar la inflación). Por eso vimos la mayor dolarización pre-electoral que se recuerde, sobre todo luego del resultado en la provincia de Buenos Aires. Si no tenés reservas, un fantasma ronda tu gobierno, el fantasma del default. Si las tenés, no hay “kuka” que valga: en 2008, estando en el Ejecutivo el demonio mismo, Cristina Fernández, luego de una muy agresiva reestructuración de la deuda y sin auxilio de nadie, el gobierno se bancó una crisis mundial sin mayores sobresaltos. En 2025, Javier Milei estuvo a punto de estrellar su administración a pesar del salvataje conjunto del FMI y del mismísimo Tesoro americano, porque haber perdido una elección de concejales en La Matanza. La diferencia no es tan difícil de comprender: CFK tenía 35 mil millones de dólares constantes y sonantes en el BCRA a comienzos de 2008 (40 mil, hacia diciembre), contra las reservas negativas por más de diez mil millones del actual mandatario. Si te corren, es porque corrés. Si corrés, es porque no tenés con qué defenderte.

La causa de esa situación es conocida: el gobierno compró muchísimos dólares, pero se le fueron en el pago de la deuda. El saldo neto fue, más o menos, cero. Un brutal ajuste para comprar divisas y “honrar” los compromisos financieros eran (y siguen siendo) la base para derrumbar el riesgo país y sostener la economía en un retorno a los mercados internacionales. Es decir, a nueva deuda. Milei aspira a ser Cavallo y/o Macri, hasta que la economía argentina le permita ser Néstor o Cristina, es decir, apoyarse en un superávit comercial poderoso, provisto por nuevas inversiones en energía y minería. Obviamente, podría haber forzado la marcha y duplicar la compra, de modo de incrementar reservas con el excedente luego del pago de tales compromisos. Pero eso significaba multiplicar la presión sobre el dólar y hacer explotar el esquema anti-inflacionario. Porque los llamados “logros” macroeconómicos del gobierno se resumen a uno solo: la represión de la inflación mediante el control del precio de los precios (el tipo de cambio) y la apertura económica. O sea, recesión y desplome del consumo, ayudado por la corrección tarifaria. Como el esquema es insostenible, ni aún con el tío Bessent el gobierno pudo llevar al dólar muy por debajo del límite de la banda cambiaria. O lo que es lo mismo, tuvo que aceptar una devaluación muy sustantiva. Si no se refleja brutalmente en el nivel de precios, es, precisamente, por las presiones recesivas. Pero el famoso “pass through” existe y eso explica que, a pesar del fin del riesgo “kuka”, de la estabilización del tipo de cambio, de la victoria electoral, de la mejora del riesgo país, del aumento de la confianza en el gobierno, la inflación no solo no baje, sino se sostenga en una pendiente ascendente por encima del 2% mensual.

¿Por qué se actúa como si todo lo que afectaba a la economía antes de octubre, no siguiera allí después? Porque casi todo el mundo quiere creer que el gobierno ganó las elecciones. Algo completamente falso: cinco millones de personas le han dado la espalda al gobierno, algo que en cualquier otra situación se entendería como una derrota política estrepitosa. Milei planteó la elección como un plebiscito a su gestión y una muralla contra el retorno de los “malos”. Y bien, a pesar de semejante apelación, a pesar del acicate de ver a los bárbaros a las puertas, luego de la elección en la provincia más grande del país, de los más de catorce millones que lo votaron en la segunda vuelta de 2023, apenas nueve honraron su deuda política. Y si bien nueve millones no es una cifra despreciable, lo cierto es que cinco millones de votantes prefirieron no votar ni aún convocados por el general libertario a la madre de todas las batallas. Milei no ganó las elecciones, las perdió la oposición. Si puede ostentar hoy mucho más poder institucional que antes de octubre, esa suma creciente de senadores, diputados y gobernadores aliados, expresa un poder político muy disminuido.

Los únicos que parecen haberse dado cuenta de la realidad compleja en la que sigue atrapado Milei, son los bancos que habían prometido veinte mil millones de dólares adicionales y acaban de decir que, si el Tesoro no da garantías, no hay crédito que valga. Como el Tesoro reconoció que incluso Trump tiene un límite, la euforia artificial que proveyó el 26/10 comienza a diluirse. Un motivo más para preguntarse por qué la “oposición” insiste en reconocer “logros” a un gobierno que persiste en el mismo error: tapar un agujero con tierra que saca de otro, para, luego, tapar el nuevo agujero con tierra sacada del anterior. Se lo hemos visto a la Pantera Rosa y a los Tres Chiflados y nos hemos reído. En boca de este gobierno, sin embargo, no pasa de un chiste malo. No se entiende por qué se lo festejan.

*Por Eduardo Sartelli (director CEICS y miembro de Vía Socialista).

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