La llegada del cubanoamericano Peter Lamelas a Buenos Aires abrió una semana de euforia en la Casa Rosada, que presentó el entendimiento comercial con Estados Unidos como un hito histórico. Sin embargo, desde Washington brotó otra lectura: una fuente diplomática sostuvo que “la mayor falencia es que no se trata de un acuerdo, sino de lo que Trump propuso y quiso”, una frase que encendió alarmas sobre el verdadero equilibrio del flamante vínculo bilateral.
El Gobierno vendió el anuncio como un salto geopolítico, aunque evitó detallar su contenido. La administración de Javier Milei empuja la idea de un entendimiento flexible para esquivar el Congreso, una jugada que en Estados Unidos también incomoda. La expectativa oficial gira más alrededor del impacto político —y del marketing que acompaña cada gesto junto a Donald Trump— que de los alcances concretos del texto, que no funciona como tratado sino como marco de trabajo atado a otras tres negociaciones que la Casa Blanca buscó cerrar sin más demoras.
La lista incluyó acuerdos con Guatemala, Ecuador y El Salvador. Argentina quedó como la única contraparte sudamericana, pero incluso ese lugar generó fricciones. La mirada crítica surgió porque, según interpretan en Washington, el Gobierno local priorizó beneficios electorales internos, como el eventual ingreso de autos Tesla, antes que un equilibrio diplomático. “Después le buscaron la redacción para que no quede como una imposición de los puntos y luego Milei se enfocó en generar resultados para su base electoral”, amplió la fuente consultada.
En la Rosada se multiplican las defensas del entendimiento, aunque sin mayor información. Aseguran que marca un antes y un después, pero reconocen que recién empieza un camino largo, con partes que sí deberán pasar por el Congreso, sobre todo los compromisos para “adoptar estándares globales en materia de protección de propiedad intelectual”. Un negociador argentino remarcó que sólo enviarán los capítulos que impliquen cambios legales.
Internas cruzadas y una diplomacia que se desdobla
Mientras Lamelas encara sus primeras tareas, enfrenta un escenario áspero: las tensiones internas dentro del propio trumpismo y las disputas abiertas en el Gobierno de Milei, donde la puja entre Santiago Caputo y Karina Milei también influye en la estrategia exterior. La ausencia inicial del embajador dejó espacio para el avance del lobista Barry Bennet, figura emblemática de la CPAC, que se movió por la Casa Rosada con absoluta comodidad.
Bennet llegó de la mano del empresario Leonardo Scaturicce, dueño de Flybondi y con vínculos fluidos con sectores de inteligencia tanto en Estados Unidos como en Argentina. Su presencia encendió señales en Washington. Un diplomático que conoce de cerca a los protagonistas advirtió: “Bennet se va a tener que mostrar menos porque va a chocar con Lamelas. El nuevo embajador aportó en la campaña, viene a imponer su agenda y va a chocar con Barry y con el ala que responde a Scatturicce”.
Las tensiones se arrastran desde hace meses. Lamelas, con llegada directa a Trump —son vecinos en Mar-a-Lago—, busca ordenar a los operadores informales de la CPAC que desembarcaron en Buenos Aires para influir en la agenda local. Quiere reducir su incidencia, pero evitar un enfrentamiento abierto. La misión no es menor: el objetivo central es conquistar respaldos legislativos en Argentina para las reformas que Milei enviará al Congreso y, al mismo tiempo, sumar avales de gobernadores para que el Capitolio acompañe los puntos del entendimiento que requieran tratamiento legislativo.
Una derecha en disputa y un tablero regional revuelto
El Gobierno argentino pretende que el acuerdo funcione como vidriera permanente, aun cuando su contenido no está claro y su aprobación enfrenta un escenario incierto. La Casa Blanca, mientras tanto, atraviesa tensiones internas dentro del trumpismo. La CPAC vive un retroceso por sus posiciones extremas. Un participante habitual explicó que “la CPAC está entrando en su declinación, porque están desgastando la marca y perdiendo peso”, un síntoma crítico para un Gobierno que apostó fuerte a ese espacio.
El acuerdo llega justo cuando Milei acelera su juego regional y busca reposicionarse frente a un Mercosur debilitado, con Paraguay como socio para profundizar la ruptura. El mapa se mueve mientras la Casa Blanca define su estrategia militar en el Caribe y Milei prepara otro viaje internacional, decidido a consolidar su perfil dentro del ecosistema ultraconservador global.
En medio de ese tablero convulsionado, la Argentina avanza hacia un entendimiento que genera más dudas en Washington que certezas. Para el Gobierno libertario, sin embargo, el pacto funciona como un relato de poder. Para Estados Unidos, aparece más bien como una obra escrita al gusto de Trump.
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