Por Hernán P. Herrera*
El FMI proyecta crecimiento de 5,5% en 2025, pero el estancamiento del segundo trimestre muestra que el impulso es estadístico, no real. Si este año no supera los 4% de crecimiento estamos hablando de una economía que no creció más desde julio de 2025, cerrando el año por debajo de diciembre de 2024. Sin inversión ni políticas activas, el ciclo será de “rebote corto”: crecimiento en el arranque, deterioro en la cuenta corriente y nueva dependencia de deuda.
Los vencimientos hasta 2027 ascienden a US$34.200 millones, lo que anticipa más rescates. La paradoja es que los mismos mecanismos que sostienen la coyuntura —devaluaciones, swaps, blanqueos, desgravaciones— profundizan la desindustrialización y reducen la capacidad del Estado de sostener una estrategia productiva de largo plazo.
El modelo Milei exhibe una regularidad peligrosa: necesita un salvataje externo cada trimestre para seguir funcionando. El costo es una economía primarizada, con menos industria, menos infraestructura y mayor pobreza. El swap con EE.UU. puede ganar tiempo, pero no cambia el cuadro estructural: sin inversión productiva y políticas de desarrollo, Argentina seguirá oscilando entre rescates financieros y crisis recurrentes.
El modelo económico actual revela una profunda contradicción: mientras se celebra una precaria estabilidad macroeconómica sostenida por un ciclo interminable de salvatajes financieros externos, se renuncia activamente a un proyecto de desarrollo nacional. La dependencia de la cuenta financiera —ya sea a través de swaps, deuda con el FMI o blanqueos— no es una estrategia genuina, sino una táctica de supervivencia trimestral que desplaza cualquier intento de construir una economía basada en la producción, el valor agregado y la tecnología. Este esquema, lejos de fomentar un federalismo productivo o fortalecer las cadenas de valor locales, profundiza la primarización y la fragilidad estructural, dejando al país a merced de la voluntad de acreedores externos y países centrales.
Este camino de financiamiento no genuino tiene un correlato directo en la desintegración del tejido social y productivo. El ajuste no es neutral: se manifiesta en la parálisis de la obra pública que conecta al país, en la desfinanciación de la ciencia y la tecnología que agregan valor a las exportaciones, y en la destrucción de empleo industrial que garantizaba la movilidad social ascendente. Así, el equilibrio fiscal se alcanza a costa de vaciar de contenido el desarrollo, perpetuando un modelo que no contempla la inclusión y que confunde la estabilidad de una hoja de cálculo con la prosperidad real de una nación.
*Por Hernán P. Herrera (Investigador del Instituto Argentina Grande).
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