11 de diciembre de 2024

La paradoja del libertario

Por Pablo Daniel Papini.-

El saldo positivo que indiscutiblemente arroja para Javier Milei su primer año de gobierno se asentó sobre una plataforma en la que se combinaron elementos de una forma extraña, acaso imprevista para un ojo habituado a modelos clásicos. Era de suponerse, tratándose del primer presidente libertario. Pero, aún así, se incurrió en el error de esperar lo habitual.

Si la lógica indicaba, por caso, aguardar que las buenas noticias económicas domesticaran resistencias en el Congreso, el Gobierno nacional tomó un camino inverso: empezó ostentando voluntad de doblegar límites institucionales y, de tal modo, se ganó la euforia de los mercados financieros, cuyo éxtasis inédito tira del carro como si se tratase de una más de las medidas económicas, alimentado por un dogma fiscal edificado a garrotazos y defendido contra viento y marea. Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo, no se preocupan por las ostensibles inconsistencias del programa. Privilegian el dato final y, más aún, el ahínco en su narrativa.

Como escribió Jorge Liotti el último domingo en La Nación, “su objetivo nunca fue ampliar su base política de sustentación, como se aconseja en los manuales, sino reforzar todo el tiempo una identidad propia y diferenciada. El asesor Santiago Caputo suele utilizar una expresión que describe este principio: habla de ganar o perder ‘definición’.” De ahí que el principal damnificado por el momentum del libertarianismo no sea Cristina Kirchner, quien de última conserva el rol opositor, sino Mauricio Macri. El contraste entre el expresidente y su sucesor, a quien facilitó en el balotaje 2023 y creyó -lo confesó públicamente- que podría “infiltrar”, no podría ser mayor.

Macri armó una coalición legislativa inestable y cedió bastante en sus sucesivas iniciativas legislativas. La hipótesis que elaboró, probablemente junto a su jefe de gabinete Marcos Peña, sugería que simplemente decantase que el peronismo carecía de alternativa a la rendición frente al tiempo que Cambiemos venía a inaugurar y que recién entonces se podría ir a fondo. Mientras tanto, convenía exhibir mayorías amplísimas en ambas cámaras. Milei, en cambio, hace. Y el que quiera sumarse, explica, es bienvenido, toda vez que él mismo es portador de la varita mágica que castiza y descastiza, según la necesidad lo indique.

No se trata de negar que el oficialismo negoció, y bastante, para por ejemplo lograr la aprobación de la ley bases. Pero siempre quedó claro que, si no estaban los votos en el Congreso, de todas maneras, se avanzaría, cuchillo en mano, sobre el gasto público.

El programa de Milei -como el de Macri, se insiste- deja cabos sueltos. Pero los actuales, a diferencia de aquellos, se disculpan. ¿Por qué? Quizá porque Mauricio no terminó de garantizar el rumbo que Javier sí, lo que debe ser una herida incurable para el narcisismo del hijo de don Franco, un prototipo del hombre a la medida del proyecto y que se habrá creído serlo, pero termina desplazado por quien hay coincidencia en caracterizar como persona rota.

Sin partido, ni aliados, ni -sobre todo- physique du rol, Milei pudo y Macri, no. Con variables sedadas por las malas y cortejando las expectativas que en términos de su comportamiento tenían quienes lo votaron, el presidente hizo ir al pie a quienes ofrecían mercadería parecida pero -he aquí el asunto- inefectiva, en tanto que el resto todavía no atina a articular los datos negativos, que los hay a patadas, en una excitación opuesta a los perdedores del esquema.

La pregunta, de cara los treinta y seis meses que siguen, es si las inconsistencias que acumula Milei, la más significativa de las cuales es por mucho la de un tipo de cambio evidentemente sobrevaluado, acabarán destrozando la confianza absoluta de que es depositario, o bien si las garantías que ha otorgado bastarán para pasar por alto esa entre varias canas al aire.

La paradoja, finalmente, es la de un economista que no ha validado su receta a partir de sus premisas específicas. Esa fue la constante entre sus predecesores ideológicos, quienes pataleaban cuando no conseguían respaldo, confesando no comprender cómo sus explicaciones inapelables resultaban insuficientes. Milei ha nutrido la hoja de ruta a través de condimentos políticos: los de un decisor implacable, similar en su praxis al kirchnerismo, pero en sentido diametralmente opuesto. Era la política, estúpido. El tema es qué tipo de política.


Por Pablo Daniel Papini (abogado).


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